Madrid como campo de batalla populista

Los acontecimientos vividos en Ciudadanos han culminado recientemente con el fiasco de la moción de censura en Murcia y con la convocatoria de elecciones anticipadas en la Comunidad de Madrid, sumado al cese de sus consejeros en el gobierno regional y su más que probable desplome en estas próximas elecciones.

En el otro polo, el anuncio de la candidatura del actual vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, y su sorprendente salida para presentarse a la Comunidad de Madrid tienen el mismo aire de huida hacia adelante. En eso estamos.

Ciudadanos fue una de las primeras expresiones del modelo populista en España. Surgida, en este caso tempranamente, como respuesta a la refundación independentista de los partidos nacionalistas en Cataluña y, más tarde, en el caso de Podemos, como expresión de la indignación social en el marco del Estado.

Unos y otros populismos, dentro y fuera de España, han tenido su origen en el malestar social y la desafección política provocados por los efectos de la crisis económica, unidos a los casos de corrupción política y la incapacidad del bipartidismo reinante para regenerar las instituciones de la democracia representativa.

Unos y otros señalaban como culpables a la vieja política como casta, a sus partidos como organizaciones endogámicas y corruptas, y a la negociación y el pacto parlamentario, inherentes a la democracia, como chanchullos opacos que impedían una participación real y la promoción de los mejores.

Apuntaban a las comunidades autónomas como un modelo ineficaz que no sólo favorecía a la casta política, sino que debilitaba bien la idea de España, bien la respectiva federación o república idílica. Unos y otros se sumaron entonces a la personalización, la agitación, la simplificación y la polarización políticas.

La práctica populista de Ciudadanos, cuyo paroxismo fue la foto de Colón, funciona hoy, sin embargo, de centrifugadora sociológica. Su base social se evapora, en su mayoría, hacia el extremo populista genuino de la derecha, encontrando acomodo en Vox o en un PP estridente.

Por eso, después de la hecatombe electoral de Cataluña, el intento a la desesperada de moción de censura al PP en Murcia estaba condenado al fracaso, al margen de su resultado final.

Al otro lado, el populismo de Podemos, proyecto en reflujo político y electoral que ya no alberga ni los rescoldos del desaparecido romanticismo inicial, sólo puede seguir despierto en una confrontación total y eterna con su némesis.

Un llamamiento a la épica del antifascismo para movilizar al electorado, una ética de la valentía y generosidad del líder y una búsqueda del santo grial del populismo. Pero, sobre todo, un último recurso para impedir que la división en el espacio propio pueda dejar a Podemos fuera de la Asamblea de Madrid y sin presencia en el territorio.

Por eso, la operación de unificación sobre bases populistas de la nueva derecha madrileña ha sido providencial para los dirigentes de Podemos, que tienen oportunidad de volver a proclamar el mito de la conquista del cielo.

Con ello, la política en Madrid se sitúa en un simplismo rampante y adecuado para dar a estas elecciones la apariencia de justa medieval que necesitaban un líder y un partido ahogados, al parecer, por la gestión amarga de la realidad en el breve plazo de un año.

No puede ser sino el mismo líder (el populismo sólo vive encarnado) el que asuma el reto personalmente.

Para Podemos, igual que para el PP, las elecciones anticipadas no tienen un carácter autonómico. En su caso, son una batalla por su recuperación como proyecto nacional y para situarlo donde estuvo en su génesis. Y, por supuesto, antes de las impurezas contraídas con el acuerdo de gobierno.

Lo menos importante es la dirección del Estado o los compromisos que quedan en suspenso. El primer acto consiste en volver a trasladar la idea de que esta izquierda reemplazará al PSOE como fuerza hegemónica. Lo que sucede es que esa línea conceptual ya acabó trágicamente y ahora se repetirá como farsa.

Ya no se enfrentan a una democracia gastada, sin reflejos ni empatía. Lo hacen, como dice Joaquín Sabina, "al fantasma que vive en los espejos". La nueva derecha combatirá en sus mismos términos y en un terreno que lleva años siendo fertilizado por el triunfo de la argumentación populista y el debilitamiento de la democracia. El populismo renacido no frenará al turbopopulismo reaccionario y de extrema derecha que también desea conquistar el cielo.

Asistimos a la deflagración de los populismos originarios surgidos de la crisis y la indignación. El de Ciudadanos surgido del rechazo del independentismo, y el de Podemos, de aquella indignación. A lo que ambos habrán contribuido es al espacio del clasismo y de la ira del populismo trumpista de la nueva derecha. Que, a diferencia de ellos, no va a renunciar a ejercer la dirección del Estado.

En definitiva, una jugada efectista propia de los reflejos populistas de juego de tronos. A falta de algo, aunque complejo más efectivo: un proyecto que contribuya a recomponer la izquierda madrileña. En palabras de Camus, "una mejora obstinada, caótica e incansable".

Gaspar Llamazares es excoordinador general de Izquierda Unida y candidato de Actúa.

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