Madrid echa a Iglesias

Odio tener que empezar diciendo que ya os lo dije, pero ya os lo dije. Asistíamos al último concierto de Pablo Iglesias y, aunque ya nadie coreaba sus estribillos, decidió saltar al público sin camiseta y con los brazos abiertos. Y se ha dado el gran batacazo, claro.

Tengo más futuro como vidente que él, que vaticinaba muy seguro un gobierno de izquierdas para Madrid a pie de urna. Los morados no levantan cabeza, pese al considerable aumento de participación, pero tampoco acaban de hundirse. Y ahí sigue Podemos, sin Iglesias, pero con diez escaños, tres más que en 2019.

En la lona, pero no KO. Como un púgil tozudo que, pese a sangrar por la nariz, con un ojo a la virulé y claramente desnortado, barbotea que está mejor que nunca y que le dejen solo. Que él puede, que ya lo tiene.

Queda UP por detrás de VOX, incluso, pero seguro que hay una explicación, inclusiva y transversal, para este atropello. Que si los privilegios, que si las cloacas, que si los fachas, que si los corruptos, que si me tienen manía. Que si el perro se ha comido mis votos.

Pablo Iglesias cerró la campaña arengando a Madrid entero a acudir a las urnas. Y Madrid le ha hecho caso y ha acudido. Un 80,73% de los madrileños con derecho a voto ha desfilado hoy delante de las urnas, con su sobrecito y su canesú.

En 17 puntos ha aumentado la participación respecto a la de 2019. Casi nada. Alentaba Pablo a todo Madrid a elegir entre democracia y fascismo, a detener a la ultraderecha. Y Madrid ha elegido. Y ha elegido libertad. El efecto Iglesias ha demostrado ser un bluf comparado con el efecto Ayuso (como rockstar no admite comparación).

Ninguno de los de que viene el lobo del exvicepresidente segundo de chorrocientos vicepresidentes (ni la exhibición indecorosa de amenazas, ni el berrinche histriónico radiofónico, ni el susto o muerte de su alerta fascismo) ha conseguido movilizar a la izquierda.

Bueno, no exactamente. La izquierda se ha movilizado, como la derecha, pero quizás no en el sentido que Iglesias esperaba.

Y es que no sólo los votos huerfanitos de Ciudadanos (que en paz descanse) han ido a parar al PP. Se adivinan unos cuantos de PSOE (casi 300.000 se ha dejado en el camino) que no han ido a las formaciones de izquierdas. Más Madrid alcanza además a los socialistas en un sorpaso que para sí hubiese querido Iglesias.

Ni siquiera las tres formaciones de izquierdas juntas consiguen igualar al PP de Isabel Díaz Ayuso, que se queda rozando la mayoría absoluta.

Rivas-Vaciamadrid, Vallecas, Alcorcón… Gana ese PP tabernario de Ayuso incluso en barrios muy poco sospechosos de elitistas y privilegiados. Gana allí Ayuso y pierde Iglesias. Isabel se queda, Pablo se va.

¿Qué habrá fallado? No habrá sido, imposible me parece (guiño, guiño, codazo), la estrategia de pintar Madrid como un infierno insoportable que atenta contra los derechos y la dignidad de su propia población (26 años ya de soportarlo, pobre Elvira Lindo y compañía), lugar inclemente donde homosexuales y mujeres no pueden vivir tranquilos, insolidaria con el resto de comunidades, tremendo despropósito desleal.

No habrá sido tampoco la crispación constante ni el tono bronco del debate público, ni el señalamiento, el enfrentamiento o el insulto.

“Que hable la mayoría” decía Iglesias. Y la mayoría ha hablado. No le ha quedado a Iglesias otra opción que la retirada, un me voy yo, que a mí nadie me echa.

Ahora habrá que ver si se repite la historia de Ciudadanos y, tras su abandono, Podemos sobrevive o en dos años les vemos desaparecer de la Asamblea, como hemos visto desaparecer a los naranjas como lágrimas en la lluvia.

Rebeca Argudo es periodista y columnista de EL ESPAÑOL.

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