Madrid empieza por E

‘Amarcord’, la ensoñadora película de Fellini sobre su infancia en Rímini, significa ‘Recuerdo’. Y con la banda sonora de Nino Rota incrustada en mi memoria recuerdo un verano de mi adolescencia en las playas malagueñas, cuando una algarabía de niños se adentró en el mar como quien llega a Canaán. Eran hijos de guardias civiles víctimas del terrorismo. Algunos chiquillos hablaban con acento madrileño y otros, sin las eses que nos comemos en mi tierra, paraíso de olivares y cantera de tricornios. Jamás he olvidado su alegría chapoteando ni las emocionadas caras de los monitores que, como ángeles de la guarda, los acompañaban.

En estos tiempos de mutación de valores que nos han tocado vivir, los mansos nacionalistas vascos revenidos en independentistas son sepulcros blanqueados, y los albaceas políticos de los etarras, blanqueadores del tiempo de los paredones. No sólo ambos tienen las llaves del candado de los Presupuestos Generales del Estado, sino que exigen asfixiar económicamente a Madrid mientras ellos, en su comunidad, mantienen unos privilegios jurídicos y fiscales casi sin intermitencia desde hace dos siglos. Los que tienen sueños húmedos de desgajar la nación y desguazar el Estado han gripado su economía autonómica, cloroformizado a la sociedad, provocado la parálisis de inversores foráneos y el éxodo silente de millares de personas. Han despejado la ecuación de la redistribución de la riqueza: decidir ellos cómo querer vivir e imponerles a los demás cómo deben hacerlo, y qué impuestos tener. Pretenden ser ricos a costa de los demás, y que éstos, además, sean como el berlanguiano pobre de Plácido, al que una familia invitaba en Nochebuena para darle las sobras. No son chantajistas, sino corsarios en su propio país al encontrar a un Gobierno que les concede patente de corso.

La Málaga donde yo veraneaba representa la Andalucía soñada que por fin existe. Se ha convertido en vanguardia tecnológica, referente museístico, emporio cultural y atracción del turismo de calidad, y además, en una tierra de promisión para quienes conjugan el verbo vivir en presente y futuro. A Madrid le ocurre algo parecido, y a escala nacional e internacional.

Puedo cantar ‘Corazón partío’ de Alejandro Sanz si pienso en varias ciudades y provincias, pues la vida permite querer a varias al mismo tiempo sin vernos obligados a elegir. Y es que Madrid es un sentimiento.

En ella me siento como en casa. Los Madriles son sinónimo de acogimiento, donde, al contrario que en otros lares, no se piden pasaportes ideológicos ni expedientes de limpieza de sangre inquisitoriales. Desde que iba de pequeño, nada más apearme en la estación de tren, se respiraba un aire de libertad y una promesa de felicidad que nunca he dejado de sentir cada vez que regreso. Aquella ciudad de acusados contrastes de finales de los setenta y ochenta que conocí y que cantaba mi paisano Joaquín Sabina se ha metamorfoseado en la mejor urbe del continente. No sólo es la capital española, sino en muchos aspectos, europea.

París, Londres, Roma, Berlín, Lisboa o Ámsterdam son ciudades fascinantes, pero ninguna atesora a la vez lo que Madrid: museos inigualables, calidad hotelera, buenas infraestructuras y servicios públicos, sensación de seguridad, bonitas calles para pasear, fantásticos restaurantes y el disco duro del glorioso momento de la literatura universal: el Siglo de Oro. Stefan Zweig, en su extraordinario libro memorialista ‘El mundo de ayer’, evoca la Viena anterior a 1914 y el cosmopolitismo centroeuropeo de entreguerras, y estoy convencido de que alucinaría con la indómita mezcla de tradición y modernidad que singularizan a Madrid ciudad y región, protagonistas de una revolución de seda económica, cultural y vivencial que nos beneficia a los españoles. A todos.

Madrid no compite con Valencia, Zaragoza o Bilbao, sino con el resto de capitales de la Unión Europea. Captar talento e inversión mundiales y asentarlos en el corazón geográfico del mapa nacional repercute en un incremento de nuestra riqueza colectiva, en un crecimiento de la caja de solidaridad y en la creación de un empleo cualificado, muy oportuno para una juventud que, en muchos rincones de la piel de toro, alcanza un desempleo tan disparatadamente elevado como la tarifa de la luz.

Escribir me ha permitido encontrar mi lugar en el mundo: canalizar mi magma interior, conciliar mis dos pasiones -la escritura y la docencia-, conocer a gente interesante y hacer amigos sin los cuales ya no entiendo la vida. Y Madrid es el epicentro de ese disfrute literario. No se ha inventado una feria del libro como la de El Retiro, con esa simbiosis castiza y cosmopolita y con pacientes avalanchas de lectores agradecidos que buscan una firma de sus autores predilectos. Existe una efervescencia de la novela histórica que he comprobado en Alcalá de Henares o Pozuelo de Alarcón. Y al llegar el verano anhelo ir a El Escorial, no sólo por participar en los cursos de verano de la Complutense, sino porque mi historia sentimental no se entiende sin aquel paraje de la Sierra del Guadarrama.

Si a la bella Barcelona la han narrado escritores como Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón o Sergio Vila-Sanjuán, a Madrid la han amado las letras de Galdós, Umbral, Trapiello, Javier Marías y un rosario de etcéteras, y cantado y filmado geniales autores. En casi todas mis novelas hablo de ella, porque es mi humilde manera de expresar un amor correspondido. Algo que, como en el cine, continuará.

A los resentidos hay algo que les desquicia: los odios no correspondidos. El éxito y ejemplo de Madrid, el que se haya convertido en tierra de acogida de cientos de miles de emigrantes y exiliados de los populismos, el que sea una locomotora de AVE para la economía, la cultura y la industria nacional redunda en provecho de todos, al igual que del inmenso trabajo de Antonio Banderas por Málaga ganan no sólo los malagueños, sino los andaluces y los españoles. Por eso, el que a la tierra del chotis y de la Movida le vaya bien es algo tan de sentido común que debería ser asumido por izquierdas y derechas. Porque Madrid empieza por E.

De España.

Emilio Lara es escritor.

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