Madrid, ¡nunca dejes de ser así!

Madrid se desparrama estos días por España. Como cada verano, sus residentes nos distribuimos por toda la geografía patria. Este año, por el drama que vivimos, seremos menos los privilegiados que podremos disfrutar de unos días de descanso. Unos por enfermedad, otros por miedo al contagio y bastantes más por una trágica crisis que ha destrozado sus economías familiares. Aun así, muchísimos retornaremos a nuestros lugares de origen. Por ello, me ha parecido «estúpido» cuando he escuchado algunas quejas de que llegasen los «madrileños». En primer lugar preguntaría: ¿qué sería de sus poblaciones, sin el turismo de «los de Madrid»? Y cómo cuestión más honda: ¿Se nos puede calificar así, a los cientos de miles que viviendo en Madrid, somos de todas las regiones de España?

Este año cumplo mis bodas de oro con la capital del Reino, a la que llego, desde mi Lugo natal, con catorce años. Desde entonces mis vivencias matritenses han jalonado una pléyade de posibilidades, descubrimientos y gozosas realidades. Pregono mi reconocimiento parafraseando a Violeta Parra: ¡Gracias a Madrid, que me ha dado tanto!

Soy gallego de natura, hasta donde hemos podido remontarnos, y de espíritu hasta los tuétanos. Mis padres son los primeros que han traspasado Pedrafita do Cebreiro para fijar su residencia fuera del confín del Breogán. Dejaban una acomodada vida provinciana para ofrecernos a mi queridísimo hermano Antonio y a mí mejores oportunidades.

Fui Socio del Real Madrid desde los quince a los veinte años. Vi jugar a Velázquez, mimado por la afición; Pirri, el coraje al límite; Amancio, «el brujo», y a Gento corriendo, como galerna, la banda izquierda. Ninguno cambiaría sus colores aunque les dieran «el oro y el moro». Hoy me he alejado de este fútbol, en el que los jugadores dejan su equipo por «un euro» más. Viví el extraordinario referéndum del 78 y la noche electoral del 82 con la arrolladora victoria del PSOE. Cerca de mi casa, contemplé el flamear de banderas rojas frente a la sede socialista. Y, al poco, percibí cómo la transición se consolidaba en feliz convivencia, superando el «frentismo» de las dos Españas desde la pacífica alternancia de derechas e izquierdas.

Pertenezco a la V Promoción de la Universidad Autónoma de Madrid y lo tengo a gala. Me impartieron lecciones diecisiete catedráticos, sobre veinticinco asignaturas, y marcaron mi personalidad académica media docena. El primer día me fijé en una «rubita» y con ella… ¡cuarenta y cinco años ya! Arrebatándonos, adaptándonos, enfadándonos, perdonándonos, gozando y sufriendo juntos. Hasta hoy, entrando serenos en la vejez, con cinco maravillosas hijas -madrileñas, pero también gallegas-, a la espera de disfrutar a tope de una docena, más/menos, de nietos.

Venir a Madrid ha sido para cientos de miles de españoles como ir «hacer las Américas». Gallegos, andaluces, extremeños, asturianos, castellanos, canarios, etc., hemos llegado, en general, para mejorar. Para trabajar en empresas y fábricas; como dueños de bares, comercios y talleres; taxistas o fontaneros; para ascender en el escalafón de los Cuerpos del Estado; como profesionales liberales incorporándose a grandes despachos, consultoras o clínicas. Muchos para estudiar en sus prestigiosas Universidades. Otros para huir de las amenazas de ETA o para librarse del acoso al que les sometía el peor nacionalismo catalán. Así, «hoy» Boadella y «ayer» Eugenio d’Ors. Madrid es el corazón de una España plural que acoge, une y respeta su diversidad.

Y aterrizaron también aquí personas de todos los puntos del globo. Se instalaro» por colonias: hispanoamericanos, marroquíes, del «Este», africanos, chinos, etc. Cada uno tiene lugares de encuentro con sus paisanos o connacionales: casas regionales, centros asociativos, amén de restaurantes y tiendas. Madrid merece ostentar el título de «Ciudad abierta». A nadie se le pregunta de dónde es y a todos enriquece. Es difícil no sentirse a gusto.

Además, el Madrid de hoy deslumbra. Cuando en la UNED invitamos a un catedrático extranjero a un seminario o una tesis, casi sin excepción, afirma: «Madrid me impresiona». Y la define como: «Pujante, acogedora, elegante, cómoda». Los italianos, con expresiva plasticidad, la declaran «maestosa» por su monumentalidad y «festosa» por su regocijo callejero y alegría nocturna.

Cielo luminoso y velazqueño; calles con frondoso arbolado; extraordinarias infraestructuras; bellos parques; espectaculares circunvalaciones; multitud de eventos culturales, teatros, musicales, cuarenta museos, entre ellos tres -en torno al Prado- que conforman quizás la mejor pinacoteca del mundo; transportes públicos casi inmejorables -excepcional metro; autobuses y taxis incomparables-; confortables hoteles a magnífico costo en comparación con capitales homólogas; «menús de día» sensacionales en relación «precio-calidad». Así, nuestra capital es admirable y envidiable. Solo le falta el mar.

Termino formulando un sentimiento y una petición: Madrid, ¡como no te voy a querer!; y Madrid, ¡nunca dejes de ser así!

Federico Fernández de Buján es Catedrático de la UNED y Académico de la Real de Doctores de España.

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