Madrid se queda

A comienzos de este siglo (febrero de 2001), Pascual Maragall publicó un artículo titulado «Madrid se va» en el que resumía un sentimiento dominante en Barcelona sobre el despegue madrileño: «Madrid se va de España, juega a otra liga; la mundial de las ciudades... Se mide con Miami, con Sao Paulo; ya no les interesamos... Antes Madrid era la capital política, y Barcelona, Bilbao y Valencia las capitales industriales y económicas. Ahora es al revés, Madrid es capital económica, de la innovación y la nueva economía, mientras el poder político se descentraliza a la Generalitat, a Euskadi y sus fueros, y Valencia con su IVAM y sus trenes rápidos y autopistas a Madrid…».

Efectivamente, Madrid era entonces sinónimo de éxito, «Madrid vivo», decía Maragall; una extraña ciudad alejada del mar, sin río con cauce próspero (sin mar ni río grande no hay ciudad pujante), plantada en la meseta y dependiente de sí misma, con gente que se tiene que buscar la vida. La vieja imagen de ciudad de funcionarios cesantes o ejercientes que van de la taberna al café, a ratos parasitarios y siempre con escaseces, pertenece a la literatura del pasado.

Madrid lucía al arrancar el siglo vitalidad demográfica, crecimiento económico por encima de la media española y europea, potente oferta cultural competitiva, propia de las grandes capitales. Una ciudad con transacciones crecientes, internas y hacia el exterior, y con potencial por aflorar. Resultado informal de varias décadas de buen desempeño sin ostentación. Una ciudad donde pasan cosas interesantes sin diseño o planificación política, ciudad de la moda y del teatro, de exposiciones concurridas y de galerías de arte competitivas; de ferias y de congresos.

En torno a la ciudad se tejieron nuevas infraestructuras para otro siglo: autovías de entrada y salida, la calle 30, una nueva y espectacular terminal en Barajas, cercanías ferroviarias eficientes al lado de la alta velocidad… importante equipamiento académico, social y cultural en la capital y en las ciudades de su corona suburbana, el otro Madrid con pretensiones. Y potencia en el sector sanitario, uno de los de más futuro.

Curiosa ciudad Madrid, villa y corte, con el factor de capitalidad de España, que supone ventajas e inconvenientes, porque al ser capital de un estado federalizante, crecientemente descentralizado, pierde potencia como capital política y administrativa. A cambio cuenta con la ventaja de ser villa, lugar donde la gente va y viene, compra y vende y se divierte, donde a nadie le piden identidad ni credenciales. Ciudad acogedora que está dispuesta a sumar, con una industria cultural creciente (editorial, audiovisual, museística), con universidades y centros de investigación en expansión, con una Bolsa muy eficiente y autónoma, con entramado social y carácter singular. Con una Feria activa, la más competitiva del sur de Europa, probablemente la iniciativa más fértil de los años ochenta, que tiene autor no reconocido, Adrián Piera, presidente de la Cámara de Comercio que explicó al alcalde Tierno que la Feria merecía la pena. El alcalde concluyó: «Si usted lo dice…».

Madrid está viva y se va, decía Maragall hace una década, porque los datos objetivos acreditaban mayor pujanza que la de la triunfante Barcelona, la ciudad de los Juegos Olímpicos de 1992, con su lema «Amigos para siempre». La fuga madrileña no fue resultado de un diseño político con plan director de laboratorio. Más bien una suma de millares de iniciativas que por el juego del «azar y la necesidad» crearon círculos virtuosos de crecimiento.

Al doblar el siglo, para entender la complejidad y sencillez de Madrid había que asomarse al Cobo Calleja y a los alrededores de Tres Cantos (al norte y al sur), al corredor del Henares y a los zócalos de las autovías donde aparecen, como setas, empresas medianas, nacionales y extranjeras, exportadoras, innovadoras y poco burocráticas. Madrid alcanzó el 18% del PIB de España (a unas décimas de Cataluña) con renta per cápital mayor que la catalana; con alta ocupación y afiliación a la Seguridad Social; con menos paro que la media, más joven y menos dependiente. Con creciente turismo cultural que busca divertirse. Muy lejos del nivel turístico catalán, que cuenta con la ventaja comparativa del mar y los cruceros. La demografía madrileña es más viva que la catalana, más joven, más diferente y abierta; y con mayor movilidad social. Un ejemplo ilustrativo lo proporciona el mapa de medios de comunicación. El catalán gira en torno a dos referencias centrales: TV3 y «La Vanguardia»; el bosque (¿selva?) madrileño está compuesto por una maraña contradictoria, plural, a veces estridente, muy confrontada, pero también con alto nivel de calidad y profesionalidad. Y la fiscalidad más baja de España, y el gobierno autonómico menos costoso. A lo largo de la primera década del siglo XX la economía madrileña creció al 2,5% de media anual, frente al 2% de España y de Cataluña.

Efectivamente Madrid se iba, despegaba; pero llegó la fatiga, casi sin explicación, y la desorientación. Fracasan iniciativas y proyectos cual castillos de naipes. No fue baladí el fiasco de la cubierta de la Plaza de Toros, se cayó y no pasó nada, sigue descubierta. Los tráficos de la T4 y de las nuevas autopistas de peaje están muy lejos de las previsiones, arruinando su equilibrio financiero. Ifema no crece, no inventa cuando el ciclo es bajo. Las universidades, que iban a ser fuentes de crecimiento y atracción, se ensimisman en sus problemas; y otro tanto ocurre con la medicina, que ya no es protagonista de crecimiento, enredada en un debate de modelo de gestión pródigo en conflictos que restan valor.

Madrid ya no se va, se queda, renuncia al futuro, por debilidad de proyectos y carencia de ideas. Sobra mucho de lo que se hizo sin tener en cuenta un mapa de riesgo bien dibujado. El fracaso de construir una pequeña Las Vegas al oeste es buen indicativo de la desorientación. Si la calle 30 y Madrid Río cambiaron la faz de la ciudad a costa de un colosal endeudamiento, ahora no hay nada equivalente, ni siquiera en lo emocional, con poco coste. La innecesaria huelga de barrenderos y la catástrofe del Arena-Casa Campo afectaron a la autoestima y las expectativas. Madrid se queda, se duerme y se rinde a la desesperanza.

Fernando González Urbaneja, periodista.

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