Madrid y el español de todos

Casi seiscientos millones de personas, repartidas a ambos lados del Atlántico, hablamos español; otros veintidós millones de personas lo estudian; los hablantes de español han aumentado un 30 % en la última década. Aunque muchos no reparemos en ello, nuestra lengua nos permite leer con facilidad textos de hace ochocientos años, mientras que en idiomas como el inglés, un texto de hace cuatro siglos ya es muy difícil de leer para el hablante medio. Y la música de más éxito popular en los últimos años se está haciendo en español. Pero al caer en toda esta riqueza empezamos también a darnos cuenta de que algunas cosas fallan: cada vez menos leen o estudian esos textos maravillosos, escritos durante ocho siglos; y esa industria musical tiene su centro en lugares como Miami, algo que también ocurre con las mayores productoras de series o películas, o con las de videojuegos.

De esa constatación nace nuestro proyecto: mi Gobierno se ha propuesto hacer de Madrid la capital europea del español; así lo llevaba anunciando en mis discursos desde hacía tiempo, pero ha sido formalizar la constitución de una Oficina para llevarlo a cabo, y arreciar las críticas. Quedan por descontadas las de siempre: casi todas mis iniciativas han sido acogidas con desprecio, cuando no con insultos y mofas para, a los pocos meses, acabar siendo imitadas dentro o fuera de España. Me ocupan ahora los que de buena fe, o por dejarse llevar por ciertas campañas, han recelado de la iniciativa. Empezando por quienes, en varios medios, nos recuerdan a Toni Cantó y a mí que la lengua española echa a andar en San Millán de la Cogolla, y que Madrid ya tiene bastante con ser capital de España. O Salamanca, preocupada por su sello «ciudad del español». O quienes alegan que ya están la RAE o el Instituto Cervantes.

Como creo de verdad en el poder de la palabra y en el potencial de esta lengua nuestra para ayudarnos a entendernos, confío en que esas legítimas preocupaciones se calmarán si explicamos mejor nuestro proyecto.

Respondiendo a los que defienden la importancia histórica de San Millán de la Cogolla, aclaro que Madrid pretende ser «capital europea» y no «cuna» del español, menos aún sabiendo que nuestra capitalidad llegó muy tarde, cuando precisamente Felipe II eligió esta tierra de nadie para ser la capital de todos, sin ataduras ni privilegios. No disputamos ningún título histórico, antes al contrario, pretendemos servir de altavoz para que haya más personas que los conozcan y visiten. Es más: ¿qué es la propia España comparada con toda Hispanoamérica, sino una pequeña parte de los hablantes del español? Nuestro proyecto no nace de la soberbia, sino de sabernos solo una parte de algo grande con lo que tratamos de aportar lo más posible y de ser útiles.

Tampoco pretendemos tanto atraer a los estudiantes de español como a los estudiantes en español y, con ellos, a los artistas, productores, distribuidores… Madrid es un centro de comunicaciones y logístico, reputado por sus servicios de calidad, bajos impuestos, seguridad jurídica y ciudadana; además es un gran centro universitario. Se trata de atraer a numerosos estudiantes de todo el mundo que busquen excelencia académica en español. Y conectarlo no solo con el turismo de calidad, sino también con disputarle a los EEUU el centro de la producción musical en español (somos ambiciosos), de eventos relacionados con la industria cultural en español, y hacer también de la Comunidad de Madrid un gran estudio de producción audiovisual.

Estas no son competencias que choquen con las de la RAE ni con las del Cervantes. Las de este último atañen a la acción exterior: la promoción y la enseñanza de la lengua y la cultura española en el extranjero. La RAE «limpia, fija y da esplendor», que decía su antiguo lema, cuida de recoger los cambios en el idioma al tiempo que mantiene su unidad… Nada de lo expuesto entra en conflicto con lo que pretende el Gobierno de la Comunidad de Madrid: que es de ámbito autonómico y afecta a sus competencias en Cultura, Educación, Turismo, Economía, Hacienda e Industria. Nada de lo que pretendemos (y debemos) hacer es competencia de estas dos egregias instituciones ni interfiere con las suyas. Más bien pretendemos buscar la colaboración de ambas. Madrid, aunque ‘joven’ capital, es el Siglo de Oro, Corte de la Monarquía hispánica, cuna de la Edad de Plata, de la Escuela de Filosofía de Madrid (con José Ortega y Gasset a la cabeza), es El Prado y las artes, son los Reales Sitios, es Alcalá de Henares (con Cervantes y la Universidad Complutense original), es El Escorial (con su fabulosa biblioteca en el Monasterio), es la zarzuela, es la Transición española (el legado de la libertad, de la ley a la ley, del consenso y de la convivencia), es Las Ventas (templo del toreo), son sus equipos de fútbol de fama mundial, es la segunda casa de todos... ¿De verdad es descabellado que, haciendo honor y a la vez aprovechando este legado, esta Comunidad quiera potenciar el activo cultural, económico, y de solidaridad que es el español?

No creo que la lengua española (ni ninguna) deba ser cosa de izquierda ni de derecha. Sí debe ser parte del debate político, en el sentido más alto de la palabra ‘política’; pero no una cuestión partidista. Y no se olvide que mientras discutimos sobre la conveniencia de que Madrid intente ser la capital del español en Europa, al idioma y, lo que es mucho más grave, a sus hablantes de ciertas regiones de España, les ocurre que no se les permite estudiar en español, negándoles así su derecho y deber constitucional. O que por el mundo entero se derriban y perpetran actos vandálicos contra estatuas de grandes artistas de la lengua. Nada o poco pueden hacer la RAE o el Cervantes u otras ilustres instituciones contra estos atentados contra el sentido común, salvo alguna declaración institucional: admirable la RAE cuando se ha pronunciado recientemente a favor del uso razonable del idioma.

Lo mejor que dichas instituciones y mi Gobierno pueden hacer es trabajar unidos para seguir promoviendo todo lo que la lengua española lleva ocho siglos dándonos, y todo lo que aún nos puede dar. Que los herederos de la lengua española no puedan decir de nuestra generación lo que decían los que veían pasar al Cid camino del destierro: «¡Dios, qué buen vasallo, si hubiese buen señor».

Isabel Díaz Ayuso es presidenta de la Comunidad de Madrid.

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