Maestros de inteligencia

Lo más esencial del trabajo escolar tiene que hacerse en la escuela. Parece una obviedad, pero he aquí que la mayoría de las veces se trabaja en casa y en el colegio sólo se escucha... Los alumnos van al colegio a hacer acto de presencia, toman nota y después trabajan en casa... Quien trabaja en la escuela es el profesor. Los alumnos en casa. Y muchas veces como consecuencia de esta situación, las familias también. Es el reflejo de una escuela todavía magistrocéntrica, basada en la transmisión del conocimiento, donde la mayoría de las veces el alumno se convierte en un elemento pasivo que se limita a tomar nota de las explicaciones y exposiciones que hace el profesorado, para rendir cuentas de esta adquisición de conocimiento a través de pruebas escritas y memorísticas. En el mejor de los casos de repetición de procedimientos.

Los deberes en casa nacen de esta coyuntura, de la necesidad de complementar lo que se hace en la escuela. Es evidente que hay excepciones, como las materias que se trabajan en talleres, la educación física, las artes plásticas o en escuelas y modelos educativos en los que se plantea una lógica diferente. Son la excepción a un panorama más bien generalizado: si no hay deberes para hacer en casa, parece que no se trabaje lo suficiente o no lo bastante bien.

Pero lo que está sucediendo en realidad es que en la escuela no se hace lo que se tiene que hacer. Y claro está, sale el tema de la falta de tiempo, que no es más que otra excusa poco sólida, porque una buena gestión del tiempo y de los currículum tendrían que garantizar que 100 horas de trabajo al mes y más de 800 a lo largo del curso son suficientes para una formación completa y esmerada. Porque si este tiempo no es suficiente, tenemos un problema... ya que nuestros niños y adolescentes también tienen que poder jugar, relacionarse, hacer deporte, leer, tener actividad cultural, lúdica... Si de verdad falta tiempo, nos tenemos que plantear la poda del currículum y empezar a planificar un calendario escolar con jornadas menos densas y con menos días de vacaciones. No es normal imponer a los niños y adolescentes jornadas de trabajo en la escuela de seis a ocho horas, no dejarlos volver a casa hasta las seis o las ocho de la tarde y obligarlos a reanudar el trabajo para hacer un deber, aprender una lección, hacer unos ejercicios que se tendrían que haber hecho en clase o repasar un control que será determinante para su evaluación. Deberes en casa por sistema, no.

Lo que se tiene que hacer, se tiene que hacer en la escuela. Hay que introducir un tiempo para unos ejercicios no acabados, unas actividades de refuerzo o de profundización. Un tiempo para preparar un control. Un tiempo donde se pueda explicar cómo afrontar adecuadamente los procesos de evaluación y ayudar a organizarse. En casa sólo aquello que es imprescindible, las tareas que inciden en la autonomía y la responsabilidad, el sentido de la organización, la preocupación por profundizar y el gusto por el trabajo bien hecho. Las que aporten valor añadido: ejercicios personalizados, estimulantes y accesibles que habrán aprendido a hacer en el colegio.

¿Y llegados en este punto, qué papel tienen que asumir las familias para ayudar a los alumnos en sus tareas escolares? Los padres nunca tienen que sustituir al profesor. No vamos bien si los padres tienen que hacer de maestros... ni tampoco si los maestros tienen que hacer de padres. La tarea que le corresponde a la familia es motivar, generar en el niño y el adolescente la autoestima necesaria para enfrentarse a lo que para él son retos importantes. Los hijos nos necesitan. El llamamiento que nos hacen para que les ayudemos es siempre para que nos ocupemos de ellos. Nos lo piden de muchas maneras. Una de estas manifestaciones son las tareas escolares. Y para abordar este tema hay muchas maneras. Cada persona, cada familia, tiene sus particularidades y necesidades. Pero podemos identificar dos aspectos: El primero es no dejar de escuchar nunca este llamamiento. Tanto si nos lo hacen explícitamente como si no, porque a veces hace falta tener una actitud proactiva e interesarnos siempre por todo aquello que hacen los hijos. Si piden ayuda es porque la necesitan, pero es que la necesitan siempre. El segundo se centra en trabajar juntos, no imponer.

A partir de una actitud positiva y activa, buscar en cada persona las mejores condiciones de trabajo, observar, inventar, evaluar en común las diferentes maneras de hacer las tareas escolares que se proponen. Ayudar a sacar conclusiones de las propias experiencias y no aplicar sin reflexión las reglas que supuestamente funcionan para “todo el mundo”. Acompañar, la esencia de la pedagogía. Los padres no pueden hacer de profesores. Si quieren ayudar a sus hijos no hace falta que, cada día o los fines de semana, se transformen en profesores de sociales, de lengua, de matemáticas o de inglés. En cambio sí que pueden ser, cada día, cada momento que los hijos les necesitan, “profesores de inteligencia”, aprovechando las ocasiones para hacerles pensar y reflexionar. He ahí la cuestión: acompañar, convertirse en auténticos educadores para sus hijos.

Jordi Carmona, director de la Escuela Garbí Pere Vergés de Esplugues de Llobregat

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