Magallanes y Elcano, llegar al Oriente por el Occidente

El objetivo magallánico de encontrar un “paso” entre el Atlántico y la “Mar del Sur” hacia la India, para establecer una ruta “occidental” hacia el Oriente, implicaba, necesariamente, la misma concepción esférica del orbe terrestre que tenía Colón, y que venía rodando ya desde Eratóstenes, en la Alejandría del siglo III a. C. Una esfera que, repartida en Tordesillas en 1494, ofrecía esa vía occidental como única salida castellana hacia Asia. Se trataba, pues, de realizar por parte de Magallanes una maniobra de envolvimiento para, yendo por el Poniente, alcanzar el Levante, en concreto la Especiería (esto es, las Molucas), dado que, con la inesperada aparición de América, esta terminó por ser un obstáculo que había que sortear para que dichos planes geoestratégicos y comerciales se cumplieran.

La Especiería caía dentro de la demarcación hemisférica castellana, según los cálculos de los cosmógrafos, pero el acceso a ella estaba cortado para Castilla por ambas rutas, oriental y occidental. Por el lado oriental los accesos eran dos, a saber, el terrestre tradicional (mediterráneo), bloqueado (o muy obstaculizado) por el Imperio turco, y el oceánico índico, dependiente de Portugal (y cerrado para Castilla desde el tratado de Alcaçovas, 1479). Por el lado occidental, esto es por el lado del hemisferio castellano, se encuentra con un muro continental, el americano, que no hay modo de atravesar por vía náutica.

Colón pensaba que las corrientes que se notaban en el mar Caribe provenían de algún canal, estrecho o angostura que daba paso al mar de la India y que, de encontrarlo, facilitaría la vía de acceso a las islas donde se “crían los aromas” (por decirlo con Anglería), es decir, las Molucas. En su cuarto viaje intenta recorrer la costa norte de Cuba, en busca del paso, “para abrir la navegación del mar de Mediodía, de lo que tenía necesidad para descubrir las tierras de la especiería”, dice su hijo Hernando Colón, pues la intención del Almirante era ir a reconocer la tierra de Paria y continuar por la costa, hasta dar con el estrecho que tenía por cierto que se hallase hacia Veragua y el nombre de Dios (en el actual Panamá).

La realidad americana representa pues, en este sentido, un fracaso, el fracaso de Colón, una vez desechada su interpretación asiática, pues la vastedad de la Tierra Firme americana impedía encontrar, tras varios intentos, el acceso occidental al “mar de la India”, que había sido el propósito original de Colón.

De la Cosa, Alonso de Hojeda, Américo Vespucio, Vicente Yáñez Pinzón, Peralonso Niño, Juan Díaz de Solís, exploraron sin éxito, en continuidad con el proyecto colombino, la costa centroamericana, en busca del deseado paso a la Especiería y al “mar del Sur”, visto por Núñez de Balboa por primera vez en 1513. “Hay tal furor de buscar ese estrecho, que se exponen a mil peligros; pues cualquiera que lo encontrara, si se puede encontrar, obtendrá en sumo grado la gracia del César y gran autoridad. Porque si se hallara paso del océano austral al septentrional, sería más fácil el viaje a las islas que crían los aromas y las perlas. Y no valdría la empeñada cuestión con el rey de Portugal […]. Pero hay poca esperanza de encontrarlo”, dice Anglería.

El caso es que, impulsada por el hallazgo de Núñez de Balboa, la corona le encargó de nuevo a Solís, sucesor de Vespucio como piloto mayor, la misión de ir hacia el sur en busca del deseado paso y así, en palabras de Fernando el Católico, encontrar “la espalda de la Castilla de Oro” (esto es, Panamá). Con este objetivo, el 8 de octubre de 1514 los tres barcos comandados por Solís parten de Sanlúcar de Barrameda, tocan Tenerife, dan el salto atlántico y, bordeando la costa de Brasil, llegan a lo que se llamará Mar Dulce, el actual estuario del Rio de la Plata, dada la escasa salinidad que en él se encuentra. Allí morirá Solís a manos de los indígenas caníbales y la expedición, con la pérdida del capitán, regresará a España tras un nuevo fracaso, sin encontrar el estrecho.

Es verdad que, con anterioridad, había sido Américo Vespucio, solo que a las órdenes del rey de Portugal, el que había llegado más al sur -más de lo que llegaría Solís después, al parecer-, y es que, dice López de Gómara, “en el año 1501, yendo a buscar estrecho para las Molucas y la especiería por mandado del rey don Manuel de Portugal”, la expedición de tres carabelas había alcanzado -nada menos- los 52º grados (ya muy cerca del estrecho que está a 54º), no pudiendo avanzar más ante las embestidas de una tormenta que les obligó a regresar.

Será, finalmente, el contumaz Fernando de Magallanes, pero ya bajo bandera castellana, el que continúe, pues, con esta pretensión de búsqueda meridional, pero teniendo que solventar un doble obstáculo, técnico uno, diplomático el otro, que va a determinar la suerte de la expedición e influir decisiva y constantemente en ella.

América representaba un muro físico, decíamos, y se requerirán para sortearlo de profundos conocimientos cosmográficos, náuticos y pericia marinera. El tratado de Tordesillas era, por su parte, un muro diplomático al establecer una raya que convierte al hemisferio portugués en intransitable para la navegación castellana.

Ambos, en cualquier caso, América y el tratado de Tordesillas, van a ser los dos grandes obstáculos que va a tener que arrostrar Magallanes desde el comienzo, desde los propios preparativos de la expedición, hasta el final, cuando Elcano se vea obligado a realizar una penosa y audaz travesía por el Índico para poder terminar con éxito la empresa.

Dificultades técnicas y diplomáticas, en fin, fueron de la mano, y es que la falta de resolución en un ámbito aumentaba, como por vasos comunicantes, las dificultades en el otro, produciéndose así una espiral que iba pesando, aumentando la presión, sobre las espaldas de Magallanes que, en esas condiciones, tuvo que sacar adelante el proyecto. Y lo sacó.

Y es que, a pesar de los varios imprevistos, el más notable el que obligó a Elcano a regresar por la vía portuguesa desde las Molucas, el objetivo fundamental de la expedición organizada por Magallanes se termina cumpliendo (aunque él no sobreviviera): la armada había encontrado el deseado estrecho o paso que unía el océano septentrional con el océano austral, pudiendo llegar, por fin, a la Especiería yendo hacia el occidente.

Una vez llegados allí hacen negocio en ella y, con los beneficios obtenidos con la venta del clavo (y de otras especias) que habían traído en las bodegas de la nao Victoria, se salda el coste de la armada completa. Además, se había mantenido contacto diplomático con los reyezuelos del archipiélago, ganando su fe, con algunas conversiones al cristianismo, su amistad e, incluso, el reconocimiento y subordinación al césar Carlos.

Cuando Elcano firma, el mismo día de llegada a Sanlúcar (6 de septiembre de 1522) a bordo aún de la nave Victoria, la carta dirigida al emperador en la que hace breve balance de lo logrado, hace referencia principal a estos objetivos y menciona, además, las tierras que la expedición descubre por la región. Dice Elcano: “y porque V. M. tenga noticia de las principales cosas que hemos pasado, brevemente escribo esta y digo: primeramente hemos llegado a los 54 grados al sur de la línea equinoccial [ecuador], donde hayamos un estrecho que pasaba por la tierra firme de V. M. al mar de la India, el cual estrecho es de cien leguas, del cual desembocamos”. Por fin, podía dar noticia del hallazgo del estrecho, aunque todavía no habla de un océano que distinga al Pacífico del Índico, como si el estrecho saliera, directamente al “mar de la India”, sin más.

Informa también Elcano de que, después de una larga y dura singladura, llegan finalmente al Maluco, trayendo una muestra de las producciones que allí encontraron y, además, y no sin cierto entusiasmo por parte de Elcano, traen “la paz y amistad de todos los reyes y señores de las dichas islas, firmadas por sus propias manos […], pues desean servirle y obedecerle como a su rey y señor natural”.

La operación, pues, a pesar del dramático regreso y de la penosa situación en la que se encuentran los, tan sólo, dieciocho tripulantes que vuelven ese día capitaneados por Elcano, la operación, decimos, es un éxito completo.

Pedro Insua es profesor de Filosofía y autor de los libros Hermes Católico, Guerra y Paz en el Quijote y 1492, España contra sus fantasmas. Hoy presenta en la librería Tercios Viejos de Madrid El orbe a sus pies (Ariel), obra centrada en la gesta de Magallanes y Elcano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *