Malas noticias para los más pobres del mundo

El ámbito económico mundial se está acidificando. En su reunión en Fukuoka, Japón, a principios del mes de junio, los ministros de finanzas del G20 y los gobernadores de los bancos centrales advirtieron que el crecimiento económico sigue siendo débil, y que los riesgos aún se inclinan a la baja. Justo unos días antes de esa reunión, el Banco Mundial redujo su pronóstico de crecimiento mundial para el año 2019 al 2,6%, (la tasa más baja en tres años) y pronosticó que el crecimiento seguirá siendo moderado durante el período 2020-2021.

Estos titulares ocultan una historia incluso más sombría: el empeoramiento de la difícil situación de las personas más pobres del mundo. Debido a que una economía mundial más débil dificulta aún más la salida de la pobreza de dichas personas, el mundo debe apoyar una gama de políticas audaces para ayudarlas.

Sabemos por reciente experiencia lo que se debe hacer. Entre los años 2001 y 2019, el número de países de bajos ingresos, en los que el ingreso per cápita anual es inferior a $995, se redujo casi a la mitad (de 64 a 34), ya que 32 países de bajos ingresos alcanzaron la categoría de ingresos medios, mientras que sólo dos nuevos países se unieron al grupo de países con bajos ingresos. Este notable avance alcanzado durante una sola generación – avance que es el resultado de un fuerte crecimiento, mejores políticas y, en algunos casos, simple suerte – sacó a millones de personas de la pobreza.

Un crecimiento más rápido es crucial para reducir la pobreza. Desde el año 2001 al 2018, las 32 economías que pasaron de la situación de ingresos bajos a ingresos medios crecieron en un promedio de aproximadamente el 6% por año. Ese crecimiento fue un 60% más rápido, en general, que el crecimiento, durante el mismo período, en las economías de los mercados emergentes y en aquellas con ingresos medios y altos, y crecieron alrededor de un 25% más rápido que los países que permanecieron atorados en el segmento de bajos ingresos.

Un entorno externo favorable apoyó el rápido crecimiento anterior a la crisis financiera mundial, mientras que el auge de las materias primas del período 2001-2011 impulsó grandes inversiones en exploración y producción en muchos países de bajos ingresos. El aumento resultante en ingresos de exportación mejoró las finanzas de sus gobiernos.

Además, nueve países de bajos ingresos en Europa oriental y Asia central se recuperaron de profundas recesiones en la década de 1990, período en el cual pasaron de ser economías planificadas a ser economías de mercado. De manera separada, las iniciativas multilaterales de alivio de la deuda en el año 2001 ayudaron a algunos países de bajos ingresos a estabilizar sus presupuestos y economías. Los conflictos en algunos países africanos disminuyeron, lo que llevó a una disminución constante de las víctimas relacionadas con la violencia. Conjuntamente, una mayor integración comercial impulsó las exportaciones, atrajo la inversión extranjera y estimuló las reformas. De este modo, los países de bajos ingresos pudieron invertir más en su población: desde el 2001, se han duplicado las tasas de matriculación en educación secundaria, y el ratio inversión/PIB se incrementó en cinco puntos porcentuales en los países de bajos ingresos desde el 2001.

Algunos países obtuvieron un mayor impulso que otros. Aquellos que aumentaron la escala de ingresos también tuvieron mejores marcos de políticas, así como también mejores entornos de negocios y gobernanza. Su infraestructura estaba más desarrollada, se había llevado a cabo mayores mejoras en cuanto a capital humano, y sus recursos fiscales eran más abundantes.

Finalmente, la geografía fue otra ventaja clave. Sólo alrededor de un tercio de los países que salieron del grupo de los de bajos ingresos en el período 2001-2019 son mediterráneos, y los que lo son y salieron de dicho grupo, a menudo tenían en aquel momento vecinos más ricos. En cambio, casi la mitad de las economías de bajos ingresos que permanecen como tales no tienen acceso al mar.

La rápida expansión económica ayudó a reducir la cantidad de personas en el mundo que viven en la pobreza (que viven con $1,90 o menos por día) en un tercio entre los años 2001 y 2015. Sin embargo, esta disminución se produjo principalmente en países que progresaron a una situación de ingresos medios. La cantidad de personas que vive en la pobreza en las economías de bajos ingresos restantes, en términos generales, se mantuvo sin cambios.

Los países de bajos ingresos de hoy deben dar un salto más alto que sus predecesores para escapar de la pobreza. Sus ingresos per cápita están muy por debajo del umbral inferior de aquellos con ingresos medios, y la mayoría de estos países son Estados frágiles, marcados por conflictos o inestabilidad política. Estos países dependen en gran medida de la agricultura, lo que los hace vulnerables a las condiciones climáticas extremas. Y, la demanda de sus exportaciones de materias primas se está debilitando a medida que los principales mercados emergentes crecen más lentamente y se desplazan hacia industrias menos intensivas en recursos naturales.

Además, muchos países más pobres están agobiados por grandes cargas de deuda. El servicio de la deuda absorbe los ingresos que, de otro modo, podrían financiar proyectos de infraestructura para mejorar el crecimiento, o financiar gastos en salud y educación.

Debido a que los países de bajos ingresos que quedan en el mundo tienen tasas de pobreza superiores al 40%, es muy poco probable que el crecimiento proyectado de su ingreso per cápita sea suficiente para alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas relativo a reducir la pobreza extrema en todo el mundo al 3% hasta el año 2030.

Por lo tanto, estos países necesitan una agenda audaz para impulsar el crecimiento y generar más y mejores empleos. Deben integrarse más en los flujos comerciales mundiales, diversificar sus exportaciones y atraer mayor inversión extranjera directa. Sus gobiernos podrían mejorar sus habilidades y tecnologías invirtiendo en capital humano e infraestructura (sin embargo, deben hacerlo dentro estrictas limitaciones presupuestarias).

Las medidas para mejorar la inclusión financiera y fortalecer los sistemas financieros también serían de ayuda. Así como también ayudaría la movilización de los ingresos nacionales para hacer que las finanzas públicas sean más sostenibles.

Otras prioridades deberían incluir la mejora de la gobernanza y del clima de negocios, la vigorización de las políticas de competencia para aumentar la productividad y la competitividad internacional, y el respaldo a las actividades del sector privado.

Esta desafiante agenda es necesaria para sacar de la pobreza a los países de bajos ingresos de hoy. Sin embargo, no pueden y no deben llevar a cabo dicha agenda solos. El resto del mundo tiene la responsabilidad de ayudar, sobre todo por los impactos que tienen la pobreza arraigada y las aspiraciones insatisfechas en la seguridad mundial y la migración.

Puede que la economía mundial esté luchando contra adversidades, pero esa no es una excusa para ignorar a las personas más pobres del mundo. Por el contrario, es la razón más importante para hacer más por ellas, y la cumbre de Osaka ofrece una buena oportunidad para ello.

Ceyla Pazarbasioglu is World Bank Group Vice President for Equitable Growth, Finance, and Institutions. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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