Maldito sea tu vientre

Un banquete en honor de los muertos, así empieza la celebración del Año Nuevo yazidí. Al alba, las mujeres acuden al cementerio más próximo con cazuelas de comida, huevos pintados con los colores del arcoíris, flores y retratos de sus muertos. Se pasean entre las tumbas con palabras y cantos de duelo. Después, extienden manteles sobre el suelo y celebran un banquete con la ofrenda. A partir de ese momento, el día se llena de alegría.

El pueblo yazidí es uno de los más antiguos de Mesopotamia. Su religión hunde sus raíces en el cristianismo, el judaísmo, el sufismo y el zoroastrismo. Son monoteístas, creen en un dios superior y creador del mundo. Melek Taus, el Ángel del Pavo Real, es la figura central de sus tradiciones. Encarna la luz y la oscuridad. El bien y el mal. El sol y la luna. La historia de los yazidís es el relato de una persecución secular y del secretismo. Acusados falsamente de ser adoradores del diablo, han sufrido matanzas indiscriminadas durante siglos que han diezmado su población. Las persecuciones constantes han envuelto de silencio sus ritos y, a menudo, les han llevado a ocultar su identidad. No hay un censo preciso de esta comunidad, que a principios del 2014 se creía reducida a algo menos de un millón. La mayor parte concentrada en Irak. Especialmente en la ciudad de Sinjar.

Sinjar era la ciudad de los herejes, pero también un punto geoestratégico fundamental. La destrucción de Irak y la desintegración de Siria dejó a los yazidís en un estado de total indefensión. En agosto del 2014, las tropas del Daesh llegaron a la ciudad. 200.000 personas huyeron a las montañas, donde permanecieron durante diez días a altas temperaturas, sin agua y sin comida. Cuando llegó la ayuda internacional, muchos habían muerto deshidratados. Pero peor fue la suerte de los que no pudieron abandonar Sinjar. Se cree que 6.000 hombres fueron ejecutados. Más de 5.000 mujeres y niñas, convertidas en esclavas sexuales. Y los niños, reclutados como soldados. La masacre se extendió por toda la región.

El pasado agosto, en la falda del monte Olimpo, los refugiados yazidís en el campamento de Petra rindieron homenaje a sus muertos. Encendieron velas, recordaron, se sumergieron en sus móviles buscando imágenes de la barbarie y lloraron. Un llanto inacabable, cargado de pasado y futuro. Diseminados por el mundo, sin un lugar propio donde asentarse, muchos de ellos siguen varados aún en campamentos inmundos, acosados por su religión, obligados a organizarse y protegerse entre ellos, desesperados y postrados, mientras saben que algo peor, mucho peor, se gesta a kilómetros de distancia. 3.500 mujeres yazidís continúan en manos del Daesh.

Miran a la cámara. La mayoría son muchachas jóvenes. También niñas. No sobrepasan los 30 años. Sus rostros están cuidadosamente maquillados. Sus cuerpos, envueltos en sus mejores galas. Parecen novias... Pero son esclavas. Los mensajes que acompañan las fotos y circulan por WhatsApp o Telegram despejan cualquier duda. «12 años. Virgen. Su precio ha llegado a 12.000 dólares. Se venderá pronto». Algunos son más tremebundos: «Vendo esclava yazidí con derecho a pegarle». En realidad, un apunte redundante, más dirigido a exacerbar la excitada violencia de quienes buscan en el mercado de la carne. Una esclava es solo un cuerpo sin derechos. Estos pertenecen a sus amos. Pegar. Violar. Torturar. O matar.

La tarde del 16 de diciembre del 2015, las ONU celebró una reunión centrada en el tráfico de personas. Nadia Murad Basee Taha, camisa estampada en tonos sobrios, chaqueta de punto negra, igual que sus largos cabellos recogidos en una cola, relató con la contención de un dolor inmenso y hondo la muerte de sus seis hermanos y sus meses de cautiverio en manos del Daesh. Violada sin tregua, a veces hasta el desmayo, golpeada, maltratada hasta lo insoportable, había logrado escapar. Asilada en Alemania, el país que más yazidís ha acogido y ayudado, se ha convertido en la voz de las esclavas. Su relato duró solo 9 minutos, pero en él se concentra la agonía de todo un pueblo.

«Menos tu vientre todo es oculto, menos tu vientre todo inseguro, todo postrero, polvo sin mundo. Menos tu vientre todo es oscuro, menos tu vientre claro y profundo». Miguel Hernández, después de la muerte de su primer hijo, en medio de la devastación de la guerra, encontró un refugio para la esperanza en el vientre de su mujer, el resguardo de la vida. Hoy, el vientre de los yazidís solo contiene desconsuelo. Tierra quemada. Tierra baldía. Su calvario busca la extinción de una cultura milenaria, la aniquilación y el olvido de una minoría que suma siglos de persecución.

Dos años después, el genocidio continúa. Las Naciones Unidas, la Comisión Europea, EEUU, el Reino Unido y Canadá lo han reconocido, España aún no, y la abogada Amal Clooney lo llevará al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Esta primavera, al alba del Año Nuevo yazidí, las mujeres llorarán entre las tumbas de sus muertos. Entre sus propias lápidas.

Emma Riverola, escritora.

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