Tras meses en los que el presidente del Gobierno, el ministro de Hacienda y el gobernador del Banco de España han negado la existencia de una crisis económica, permitiéndose el primero de ellos llamar «antipatriota» a aquél que osara hacer uso de su capacidad racional y tratara de analizar lo que estaba ocurriendo, ahora se nos dice que nos encontramos ante una crisis de envergadura desconocida y que, además, toda la culpa es de los neoconservadores norteamericanos.
Tamaño desatino queda rematado con un sobresaliente ejercicio de irresponsabilidad al asumir la inacción como política. No es que su credo liberal les lleve a pensar que las leyes del mercado resolverán de la mejor forma posible la situación, sino que su incapacidad política parece agarrotarles hasta el punto de encomendarse a lo que el destino dicte. Son conscientes de la grave situación por la que pasan algunas de nuestras entidades financieras, pero dejan pasar el tiempo mientras envían mensajes tranquilizadores a la población. Los españoles, sin embargo, empiezan a comprender que la crisis es profunda y no acaban de entender porqué son tratados como niños, cuál es la razón de que el Gobierno evite explicar lo que está ocurriendo y qué impide al presidente liderar un acuerdo nacional para hacerle frente.
Para Zapatero la realidad no «es lo que es», sino sólo una opción virtual. En su particular perspectiva del mundo, la situación económica no es quién para alterar su plan de guerra ideológica contra la sociedad liberal. El fracaso de los distintos modelos ensayados de economía socialista le obligaría a aplicar medidas de corte liberal, como reducir el gasto público o flexibilizar el empleo, lo que le produciría un inaceptable desgarro interior. No se ha dedicado a la política para acabar aplicando recetas de ese sesgo ideológico, sino para ganar de una vez por todas la Guerra Civil, acabar con la influencia de la Iglesia Católica y del legado de valores judeo-cristianos, y colaborar en la ruptura del vínculo trasatlántico.
Los renovados socialistas de Zapatero han reemplazado el programa por el discurso. Saben que viven en una sociedad de masas y practican lo que Ortega y Gasset tanto temió, la demagogia. Una de las claves del discurso socialista en un mundo vertebrado por los medios de comunicación es la creación de términos o categorías útiles para representar lo positivo y lo negativo, de tal forma que con su solo uso quede zanjada, por indiscutible, su condición moral. Uno de los términos escogidos es «neoconservador», palabreja que un periodista norteamericano de izquierdas espetó a un grupo de intelectuales que abandonaban despechados el Partido Demócrata ante el giro relativista dado por George McGovern y Jimmy Carter. Con el tiempo el neoconservadurismo se trasformó en una de las escuelas de pensamiento del Partido Republicano, centrada en temas de valores y política exterior. Zapatero ha culpado a los neoconservadores de la crisis económica, provocando cierta hilaridad en la audiencia.
Es evidente que nuestro presidente tiene un profundo desconocimiento de la política norteamericana y mucho más de sus distintas escuelas de pensamiento. Los neoconservadores no se han caracterizado por sus análisis económicos y, mucho menos, por tener a alguno de sus miembros en puestos de responsabilidad financiera. Pero ese no es el problema. A los actuales dirigentes socialistas les importa muy poco quiénes son o qué piensan los neoconservadores. Sencillamente los han elegido porque necesitaban alguien a quien culpar por lo ocurrido y ellos parecían reunir las características requeridas por su vínculo con Bush, la quintaesencia del mal.
El discurso es claro. La crisis es norteamericana y nosotros padecemos sus consecuencias. El origen está en el núcleo más conservador, por la sencilla razón de que el conservadurismo es intrínsecamente malo. Si una caja de ahorros andaluza, por poner un ejemplo, ha prestado dinero con alegría a amiguetes y éstos no le van a corresponder devolviendo el crédito es culpa de Bush. Si en España había una burbuja inmobiliaria que llevábamos años esperando que reventara era culpa de Bush. Si nuestro gobierno es incapaz de reaccionar es culpa de Bush y de los malditos neoconservadores. El problema es que la realidad no es virtual, «es lo que es». La gota que desbordó el vaso fueron las hipotecas basura, pero el vaso estaba ya colmado y no sólo las autoridades y los empresarios norteamericanos eran responsables. Para el lector de ABC nada de lo ocurrido le pudo sorprender. Desde hacía muchos meses Fernando Fernández, uno de nuestros economistas de referencia, venía advirtiendo sobre la gravedad de la situación mientras nuestras autoridades seguían inmersas en su particular país de las maravillas.
El esfuerzo por ignorar la realidad, reemplazarla por otra virtual y echar la culpa a Bush y sus neoconservadores de la crisis es patético. Pero en el marco del debate político español no se le puede negar cierta legitimidad. Los socialistas fueron los primeros en utilizar la palabreja, pero no los únicos. En su esfuerzo por modernizar el Partido Popular después de la última derrota electoral, Rajoy y su equipo dieron un golpe de timón apostando por limitar el debate ideológico, en especial en el terreno de los valores, asumir posiciones más relativistas, aceptar la deriva autonómica y buscar el voto más moderado de la izquierda. En ese juego Rajoy invitó a conservadores y liberales a abandonar el partido, en su célebre discurso de Elche. Lassalle, por su parte, reivindicó el carácter centrista y socialdemócrata del Partido al tiempo que apuntaba contra los neoconservadores como el origen de todas las desgracias de la derecha. En este último caso además desde las páginas del diario «El País», sin duda un medio más acorde con la nueva identidad del Partido. Apostaron, en resumen, por la estrategia contraria a la que había llevado a Sarkozy al Elíseo.
Los estrategas de Génova desbrozaron el camino a Zapatero. Hay una derecha buena y otra mala. La primera es la que no lo es, porque se ha rehabilitado haciéndose centrista y socialdemócrata. La segunda está representada por los neoconservadores. Socialistas y populares coinciden en dos puntos fundamentales. El primero es que no saben de qué hablan ni les importa demasiado. El segundo es su opción por el relativismo moral y el rechazo al legado liberal-conservador.
Un español de a pie siente bochorno al escuchar a nuestro presidente decir tamañas necedades sobre la crisis económica y la responsabilidad de los malditos neoconservadores. Pero no podemos dejar de reconocer que otros le han preparado el camino. Si desde Génova se les anatematiza ¿por qué no lo va a poder hacer Zapatero? Si desde el Gabinete de Rajoy se escriben cosas sinsentido sobre el pensamiento conservador en Estados Unidos ¿Por qué Zapatero no va a poder decirlas también? Unos y otros están empeñados en rebajar aún más el nivel del debate, poniéndolo a tono con nuestras leyes de educación. Nos hemos empeñado en ser mediocres y todo apunta a que al final lo conseguiremos.
Florentino Portero