Malos tiempos para San Valentín

Pese a las insistentes campañas publicitarias que incitan al consumo impulsivo y compulsivo en nombre del amor, y los posados de pareja que bombardean nuestras redes sociales con vidas de revista del corazón, los datos apuntan a que San Valentín está en crisis; tanto, que no parece casual que su celebración el 14 de febrero sea entre el día del soltero y el de la salud sexual.

Somos una sociedad cada vez más individualista que está sufriendo las consecuencias que la soledad tiene en nuestra salud física y emocional. Hacinados en grandes ciudades, nos sentimos más singles incluso en pareja, porque nos vamos separando del modelo de comunidad y cercanía con el que fuimos criados, para acercarnos al de las relaciones anestesiadas y mecánicas que incluso nos llevan a hacer cola en la calle (como en Estados Unidos) para recibir abrazos. Algo que a los gobiernos comienza a preocuparles, como en Reino Unido, que creó en 2018 el primer Ministerio de la Soledad.

Somos una sociedad estresada (el tercer país en tasas de estrés en Europa, según el INE). Tenemos el cerebro tantas horas al día en estrés que le impedimos profundizar, forzándolo a la alternancia continuada para atender al ingente número de estímulos que nos impactan, también en el terreno amoroso. Por eso, la gran cantidad de opciones que existen, sumadas a las expectativas inconscientes y proyecciones fantasiosas que cada uno de nosotros volcamos en todas ellas, hacen que no podamos decantarnos por ninguna, volviéndonos cada vez más indiferentes a todas y sin tiempo para explorarlas y disfrutarlas en profundidad.

Somos una sociedad de separaciones. En España siete de cada diez matrimonios se divorcian (datos IPF) y se están rompiendo proporcionalmente más parejas que en Alemania, Francia, Reino Unido o Italia. Ajenos a nuestra cultura de compartir, estamos tan encantados con nosotros mismos que no toleramos las diferencias del otro y no estamos dispuestos a renunciar a nuestros caprichos; así que preferimos exhibirnos en nuestros perfiles de internet como productos de consumo inmediato y comprensión fácil valorados a golpe de likes. Con esta sociedad, imbuidos por el dataísmo y la volatilidad, el exceso de liquidez y la falta de estructuras van tiñendo nuestra personalidad de maniqueísmo desequilibrado y radical, comportándonos bien con parálisis evasiva, bien con exagerada actividad.

La pasividad extrema llega directa de Japón, donde los soushoku danshi o «jóvenes varones herbívoros» evitan al ser humano, contactándolo solo a través de una pantalla (relaciones online y vídeos) o de la ficción (manga y juguetes eróticos), mientras malviven sin futuro alguno. En nuestro país, a la problemática de que cada vez hay mayores dificultades de entendimiento entre hombres y mujeres, y la pérdida de los valores con los que fuimos educados, hay que sumar que estamos a la cabeza del mundo en el consumo de pornografía, siendo esta la enseñanza socioafectiva a la que se accede ya desde los ocho años, sin conocer aún todas las consecuencias adictivas, asilamiento, cambios estructurales en el cerebro y disfunción eréctil que conlleva, y que ya están comenzando a verse en todas las edades.

En el otro extremo, la actividad drástica llega a una sociedad cansada y hastiada que se somete a la autoexplotación laboral tal como lo hace a la sexual, rindiendo culto a una autoimagen mostrada en distintas redes de contactos que alimentan egos. Son los «simon» (soltero, inmaduro, materialista, obsesionado con el trabajo y narcisista), un síndrome definido por el psiquiatra Enrique Rojas al detectar el aumento de perfiles de grandes profesionales sin madurez afectiva que, ignorando que el amor es un trabajo de dedicación y artesanía, establecen relaciones sin vínculo ni compromiso. Además, como el frenético y excitante ritmo de estos encuentros fantasiosos no baila los pasos del sexo seguro, han incrementado alarmantemente el número de infecciones de transmisión sexual; y es que un país como el nuestro, campeón en infidelidad en las encuestas europeas, es un gran nicho para el sexo casual y todo lo que éste conlleve.

Parece que deseamos amor pero preferimos ser LAT (Living Apart Together) evitando la convivencia, tener amigos «con derechos», o adquirir una mascota que nos muestre afecto sin suponer un reto. ¿Acaso estas relaciones low cost pueden llenarnos? Taxativamente no. Según el mayor estudio sobre la felicidad humana que realiza desde hace más de 75 años la Universidad de Harvard, lo único que nos mantiene plenos, felices, saludables y longevos es estar conectados en profundidad en relaciones de calidad en las que nos sintamos seguros y seamos nosotros mismos. Dejemos ya de hacernos trampas al solitario y permitamos que San Valentín nos inspire para abrirnos a amar de verdad, resonantes y cómplices, desde lo mejor de nuestra naturaleza humana. En los tiempos que corren, quizá sea la única gran certeza que nos quede.

Laura Arranz Lago es bogada y mediadora.

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