Mama, papa y niños

Dice Francisco en la encíclica Evangelii Gaudium que «el problema de la familia hoy día es un problema cultural». Habla de problema cuando otros, seguramente, no ven eso sino algo tan natural como la evolución de las ideas y concepciones sobre la vida, el matrimonio o la familia, algo que debe saldarse desde la tolerancia y la libertad. Pero estoy con el Papa, hay un problema porque los problemas dan la cara -no son realidades indiferentes o indistintas- cuando se saldan con daños y damnificados.

La realidad de vidas destruidas, de dramas que se quieren no ya ignorar sino tapar prohibiendo que se hable -un nuevo negacionismo- de realidades patológicas para presentarlos como opciones de género, la realidad de familias rotas y lo que de esa concreta realidad cuelga, evidencia que, en efecto, estamos ante un problema y el problema es cultural, de concepciones, es decir, de fundamentos. Las imágenes maestras sobre la vida y lo que a la familia se refiere se han ido desdibujando en las últimas generaciones, dejando que el protagonismo lo tengan los sentimientos y no lo que la razón dice, la naturaleza susurra y la realidad muestra y demuestra.

No voy a criticar los sentimientos porque una persona sin sentimientos es un pedernal, pero cuando cobran más protagonismo del debido y son el único criterio que orienta la vida, pasan facturas muy difíciles de pagar, con el único consuelo de que ese acreedor implacable que es la naturaleza humana nos permita saldarlas al menos en el plazo de la vida de cada uno. Y esto en todos los aspectos. Pienso -y es un ejemplo- en aquellos que llevan años explotando sentimientos territoriales, de nación, impidiendo un análisis racional de su mensaje. Y es que cuando se sacan al ruedo y son el único criterio de discernimiento para muchos, es muy difícil torearlos, sencillamente porque suelen ser irracionales.

Vuelvo a la familia y a la crisis cultural que la aqueja, que es como decir la crisis de nuestra civilización occidental, y lo hago a propósito de la última ocurrencia que ahonda en esa crisis, ocurrencia felizmente abortada por unos pocos parlamentarios madrileños que se arriesgaron a votar en contra de la iniciativa de su grupo. Me refiero a la proposición no de ley en la que el Grupo Popular en el parlamento madrileño pedía al Gobierno que regulase la gestación subrogada, los vientres de alquiler.

Que se vea natural embarcarse en este tipo de iniciativas muestra -una más- que, en efecto, tenemos un grave problema de fundamentos, de concepciones, y que es un problema y no un caso de tolerancia y libertad lo evidencia que hay damnificados y damnificadas. Exigida por el colectivo gay, la maternidad subrogada añade un nuevo caso de mercantilización del cuerpo de la mujer que habrá que añadir a la prostitución y a la pornografía; ahora alcanza algo tan intimo y consustancial a la mujer como es la maternidad. Y el segundo damnificado es el hijo, al que se le priva de su madre real y que vivirá sin el complemento natural de un padre y una madre.

En fin, hemos llegado a un punto que explica que surjan iniciativas como la emprendida por grupos profamilia de varios países europeos con el movimiento Mum, Dad and Kids, es decir, Mamá, Papá y Niños. Va en la línea de aquella otra -One of Us- para garantizar la vida humana embrionaria frente a su destrucción y mercantilización y la que ahora comento es una Iniciativa Ciudadana Europea para que la Unión Europea incluya en sus tratados definiciones claras y precisas del matrimonio y de la familia; definiciones basadas en el denominador común de todos los Estados Miembros, el que corresponde a la realidad universal de la humanidad: el matrimonio entre hombre y mujer, y el vínculo entre padre, madre e hijos.

Aparte de recomendarles que firmen la declaración Mum, Dad and Kids, no está de más «echar una pensada» a su manifiesto y las obviedades que defiende. Que en Europa haya que proclamar la obviedad de que una familia está formada por un padre, una madre y unos hijos demuestra que tenemos un problema y un problema serio.

José Luis Requero, Magistrado.

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