Manifestación y montaje nacionalista

Centenares de miles acudimos el sábado al Paseo de Gracia de Barcelona convocados a un acto unitario, en recuerdo a las víctimas de los atentados yihadistas, y de condena al terrorismo. Algunos ven con escepticismo la eficacia de estas manifestaciones. Yo les encuentro un sentido: la catarsis. La purificación ritual. O, en su acepción biológica, que viene como anillo al dedo, la expulsión de sustancias nocivas al organismo. Creo que el organismo social se purificó en las manifestaciones homólogas de París y de Londres, y que un boicot minuciosamente organizado por los separatistas lo impidió en Barcelona, robando a la mayoría de asistentes el acto simbólico al que tenían derecho. Peor aún: introduciendo en el organismo social mayor toxicidad.

Vive Dios que, si perpetraron tal canallada, no fue porque los separatistas organizados fueran mayoría. Fue porque nos impusieron a traición un montaje propio de la sociedad de la imagen. ¿Cómo lo hicieron? En primer lugar, el Ayuntamiento de Barcelona, al que por alguna razón se reservó la competencia de organizar el servicio de orden sin que el resto de administraciones previera la posibilidad de alguna deslealtad, asignó oficialmente dicha tarea a los voluntarios de la Assemblea Nacional Catalana, la ANC. Sé que parece mentira, pero así sucedió: el servicio de orden quedó en manos de la organización separatista más potente de Cataluña. En segundo lugar, de la retransmisión oficial, que daba la señal al resto de cadenas, se encargó TV3, una televisión pública convertida en instrumento de propaganda secesionista a tiempo completo.

A partir de ahí, la manipulación estaba cantada. Por mucho que el grueso de manifestantes creyera acudir a un acto unitario de duelo y de repulsa del terrorismo, el Rey, el Gobierno, los diputados y senadores, los líderes de los partidos políticos, los representantes del Poder Judicial, los parlamentarios catalanes, los concejales de Barcelona, los presidentes autonómicos, los embajadores extranjeros y el resto de quienes fuimos encuadrados en el «bloque de autoridades» nos encontramos, sin comerlo ni beberlo, y tan pronto como llegamos allí, en un plató donde iba a grabarse una obra de ficción que pretenden pasar por realidad: una manifestación contra España.

Cuando los autocares fletados por la Delegación del Gobierno se detuvieron en la calle Caspe y descendimos, los llamados a ocupar el «bloque de autoridades» tuvimos que desfilar entre gritos, insultos y banderas separatistas. Esas aceras, las de la calle Caspe y las del tramo de Paseo de Gracia entre Caspe y Gran Vía, debían estar vacías por detrás del cordón policial. Era un cometido del servicio de orden. Pero lo que este hizo fue llenarlas con su gente de la ANC, CUP y otros. El set para la realización televisiva, y para cualquier fotografía que no fuera aérea, estaba listo: lo que iba a ver el mundo era una manifestación independentista. Pero no una de esas festivas y pacíficas propias de lo que en mi tierra han llamado «la revolución de las sonrisas». Puesto que el foco de atención de los periodistas era esa zona concreta, lo que se percibió fue una encendida demostración de repulsa a España.

El «bloque de autoridades» quedó rodeado por los cuatro costados, toda vez que la primera cabecera, la de las policías, bomberos, sanitarios, comerciantes y demás, tenía una última fila cuyos componentes exhibieron también sus carteles acusatorios. Sí, hablo de la fila más cercana al jefe del Estado. Al Rey acusaban. Y creyeron que habían logrado el montaje perfecto. Pero, ¿estaban en lo cierto? No lo creo. En cuestión de horas, la gente vio las reveladoras fotografías aéreas; los manifestantes de buena fe -que eran, insisto, la gran mayoría- explicaron lo que habían vivido; no escapó a los periodistas el hecho de que la policía tuviera que proteger a quienes portaban banderas españolas, vejados, hostigados y expulsados por los de la revolució dels somriures. Los espontáneos que llevaban la bandera catalana de verdad, la oficial, la que representa a todos los catalanes, eran con toda seguridad constitucionalistas. También hemos sabido por el Gobierno de su error al desentenderse de cuanto concernía al servicio de orden. Finalmente, en una veintena de puntos, situados en las esquinas por donde transcurría la manifestación, se proveía a quien lo deseara de seis modelos de rótulos para el montaje y de camisetas gratuitas.

Esta trampa acabará siendo su peor error, pues ofrece el crudo autorretrato del nacionalismo catalán, convertido en bloque al separatismo. Tan volcado en su golpe contra la Constitución que ha cruzado la línea moral por la que perderá. Ahora ya todos saben de su absoluta falta de respeto por las víctimas. Consta que no les importan un comino, que carecen de escrúpulos cuando creen que pueden avanzar un paso más en su objetivo, así continúe el eco del horror y del dolor sobre la ciudad. Mientras la catarsis trataba de advenir a través del grito ritual de no tenim por, ellos lo lanzaban contra nosotros, adulterando lo digno hasta hacerlo repugnante.

La línea moral. El presidente de la Generalitat caldeó el ambiente del montaje poco antes a través de la prensa extranjera. Un ex conseller de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) aportó su cuota de odio presentando a España como responsable de los atentados con el sutil mensaje de «Estado asesino». Él lo puso en mayúsculas, pero no voy a manchar este artículo. Un alto dirigente de su partido aparece en las fotografías cerca del Rey esgrimiendo un cartel infamante. Su calaña ya consta, por si algún despistado no se había dado cuenta. Lo que concibieron como un empujón definitivo a su causa, a pocos días del 11 de septiembre y a pocas semanas de su referéndum, es justamente lo que les va a perder. Para ello solo hace falta explicar y mostrar su montaje.

¿Islamofobia? Para los inadvertidos, será chocante saber que aquí la fobia es otra: la que apunta a España, especialmente a los catalanes que no comulgamos con ruedas de molino. Y que somos mayoría.

Juan Carlos Girauta es portavoz del Grupo Parlamentario de Ciudadanos (C's) en el Congreso de los Diputados.

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