Mano de obra: un paraíso perdido

Debido a que las personas en el mundo desarrollado se preguntan cómo sus países volverán al pleno empleo después de la Gran Recesión, podría resultarnos beneficioso echar un vistazo a un ensayo visionario que John Maynard Keynes escribió en el año 1930, titulado “Posibilidades económicas para nuestros nietos”.

La obra de Keynes Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, publicada en el año 1936, equipó a los gobiernos con herramientas intelectuales para luchar contra el desempleo provocado por las depresiones. Sin embargo, en el ensayo citado al principio, Keynes distinguió entre desempleo causado por crisis económicas de carácter temporal y lo que él denominó “desempleo tecnológico”, es decir, “el desempleo debido al descubrimiento de medios para economizar el uso de mano de obra a un ritmo que supera el ritmo con el cual podemos encontrar nuevos usos para dicha mano de obra”.

Keynes creía que íbamos a escuchar mucho más sobre este tipo de desempleo en el futuro. Pero su aparición, él vislumbraba, sería un motivo de esperanza y no de desesperación. Por que dicho desempleo mostraría que por lo menos el mundo desarrollado estaba en camino de resolver el “problema económico”, es decir el problema de la escasez que mantuvo a la humanidad encadenada a una agobiante vida de trabajos que requerían grandes esfuerzos.

Las máquinas fueron sustituyendo rápidamente al trabajo humano, ofreciendo la perspectiva de una producción mucho mayor con una fracción del esfuerzo humano existente. De hecho, Keynes creía que hasta aproximadamente la época actual (es decir, hasta principios del siglo XXI) la mayoría de las personas tendrían que trabajar tan sólo 15 horas a la semana para producir todo lo que necesitaban para su subsistencia y comodidad.

Los países desarrollados en la actualidad son casi tan ricos como Keynes pensó que serían, pero la mayoría de nosotros trabajamos mucho más de 15 horas a la semana, aunque sí es cierto que tomamos vacaciones más largas, y que el trabajo se ha tornado menos exigente en lo físico, por lo que nuestras vidas son más longevas. Pero, en términos generales, la profecía de un gran incremento en el tiempo libre para todos no se ha cumplido. La automatización se ha llevado a cabo a un buen ritmo, pero la mayoría de los que trabajamos todavía trabajamos un promedio de 40 horas a la semana. De hecho, la cantidad de horas de trabajo no han disminuido desde principios de la década de 1980.

Al mismo tiempo, el “desempleo tecnológico” ha ido en aumento. Desde la década de 1980, nunca nos hemos recuperado los niveles de pleno empleo de las décadas de 1950 y 1960. Si bien la mayoría de las personas todavía tiene una semana laboral de 40 horas, una minoría sustancial y en aumento ha tenido tiempo libre no deseado, que le fue impuesto en la forma de desempleo, subempleo, y retiro forzado del mercado laboral. Es más, durante el periodo en el que nos recuperemos de la recesión actual, la mayoría de los expertos espera que dicho grupo minoritario y sustancial crezca y se haga aún más grande.

Lo que esto significa es que hemos fracasado en gran medida en lo referente a convertir el creciente desempleo tecnológico en creciente tiempo libre voluntario. La razón principal para esto es que la mayor parte de las ganancias productivas logradas durante el transcurso de los últimos 30 años ha ido a parar a manos de los ricos.

Particularmente en los Estados Unidos y Gran Bretaña desde la década de 1980, hemos sido testigos del retorno “despiadado y cruel” del capitalismo, que fue vívidamente descrito por Carlos Marx. Los ricos y los muy ricos se han tornado en mucho más ricos, mientras que se han estancado los ingresos de todo el resto. Por esto, la mayoría de las personas no están, en los hechos, cuatro o cinco veces mejor de lo que estaban en el año 1930. No es de extrañar que dichas personas se encuentren trabajando más horas de las que Keynes pensó que trabajarían.

Pero hay algo más. El capitalismo exacerba, a través de todos los poros y de todos los sentidos, el hambre por el consumo. La satisfacción de dicha hambre se ha convertido en el gran paliativo de la sociedad moderna, nuestra falsa recompensa por trabajar cantidades irracionales de horas. Los avisos publicitarios proclaman un único mensaje: usted encontrará su alma en lo que compre.

Aristóteles conocía de la insaciabilidad, pero solamente como un vicio individual, él no vislumbró la insaciabilidad colectiva, esa insaciabilidad políticamente orquestada que llamamos crecimiento económico. La civilización de “siempre más” le hubiese impresionado por ser una locura moral y política.

Además, dicha civilización, luego de superar un punto determinado, también se convierte en locura económica. Esto no es sólo o principalmente porque, más pronto que tarde, nos habremos topado con los límites naturales del crecimiento. Esto es debido a que no podemos continuar por mucho tiempo más economizando el uso de la mano de obra a un ritmo mayor del que podemos encontrar nuevos usos para la misma. Ese camino conduce a una división de la sociedad: a un lado una minoría de productores, profesionales, supervisores, y especuladores financieros, y al otro lado una mayoría de zánganos y personas que no pueden trabajar.

Aparte de enfrentar implicaciones morales, una sociedad se enfrentan ante un dilema clásico: ¿cómo conciliar la incesante presión consumista con ingresos estancados? Hasta ahora, la respuesta ha sido pedir prestado, lo que condujo a la masiva deuda que en la actualidad atormenta a las economías avanzadas. Obviamente, esto es insostenible, y por lo tanto no existe absolutamente ninguna respuesta, ya que ello implica colapsos periódicos de la maquinaria de producción de riqueza.

La verdad es que no podemos continuar automatizando nuestra producción de manera exitosa sin repensar nuestras actitudes hacia el consumo, el trabajo, el tiempo libre y la distribución del ingreso. Sin dichos esfuerzos de pensamiento social creativo, la recuperación de la crisis actual será simplemente un preludio de más calamidades devastadoras en el futuro.

Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in both history and economics, is a working member of the British House of Lords. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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