Manual para gestores de crisis financieras

Según el dicho, los periodistas “escriben el primer borrador de la historia”. Es mucho decir, pero tal vez los mejores periodistas se acerquen a eso. En el caso de la Gran Crisis Financiera de 2008, el autor de ese borrador fue Andrew Ross Sorkin, del New York Times, con su libro Too Big to Fail [traducido al español con el título Malas noticias], que sigue siendo una descripción útil de lo que se sintió en Wall Street cuando los mercados empezaron a derrumbarse. Sorkin tenía buen acceso a las figuras clave involucradas.

El segundo borrador de la historia suelen escribirlo personalmente las figuras clave. Después de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill afirmó muy confiado que la historia lo trataría bien, ya que tenía intención de escribirla él mismo. Tal vez lo mismo hayan pensado cuando estalló la crisis financiera Hank Paulson, Ben Bernanke y Tim Geithner, en aquel momento secretario del Tesoro de los Estados Unidos, presidente del Banco de la Reserva Federal y presidente de la Reserva Federal en Nueva York, respectivamente. Los tres publicaron largas memorias, en las que explican las razones de lo que en aquel momento hicieron o no hicieron (con cierto grado inevitable de autojustificación en cada caso).

Ahora, una década después, los tres han escrito en coautoría lo que podríamos describir como la versión 2.1 de la historia de ese episodio. Con un costo en árboles mucho menor, Firefighting: The Financial Crisis and Its Lessons [Apagando incendios: la crisis financiera y sus lecciones] resume brevemente las conclusiones que extraen los autores ahora.

William Wordsworth dijo que la poesía “tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad”. Es posible que esa apreciación sea un poco excesiva para este libro, pero los autores hicieron un intento de apartarse del relato día a día de sus libros anteriores para ofrecer en cambio juicios menos apasionados, ahora que el polvo se asentó y podemos ver el impacto a más largo plazo de las decisiones que tomaron entonces urgidos por la prisa.

En ocasiones el estilo es un poco curioso. Está lleno de observaciones como: “Ben hizo esto (…). Tim pensaba que (…) Hank tenía una idea diferente”, y así sucesivamente; es como si un historiador oral hubiera entrevistado a los Tres Mosqueteros. También hay elogios de rutina para los dos presidentes con los que trabajaron, George Bush (hijo) y Barack Obama, y reproches a personas que no veían el mundo igual que ellos y obstaculizaron sus soluciones, como Sheila Bair, de la Corporación Federal de Seguros de Depósito (FDIC), y varios parlamentarios incordiosos.

La parte más interesante no está tanto en los capítulos narrativos, que abarcan los mismos temas que los libros anteriores, sino en sus recomendaciones para la formulación de políticas futura. Es digno de destacar que llegaron a un consenso en torno de un programa bastante radical. Hay tres propuestas en particular que deberían hacer pensar a los funcionarios en Estados Unidos y en otros países.

En primer lugar, Bernanke, Geithner y Paulson señalan que el aumento de las reservas de capital obligatorias de los bancos llevó a que buena parte de la creación de crédito se trasladara al sector no bancario, donde las autoridades estadounidenses todavía no tienen autoridad para intervenir, ya sea preventivamente (exigiendo una mayor reserva de capital) o mediante la provisión de apoyo financiero para estabilizar los mercados en caso de necesidad. Los autores proponen un modelo de seguro similar a la FDIC para el sistema financiero en general, y aunque no dan muchas pistas sobre su posible funcionamiento, es una idea que merece más análisis.

En segundo lugar, señalan que pese a las muchas debilidades expuestas por la crisis, apenas se reformó el sistema estadounidense de regulación financiera. En opinión de los autores, “al balcanizado sistema de regulación financiera no le vendría mal una reforma, para reducir las disputas territoriales entre agencias redundantes con responsabilidades superpuestas”. Aunque intentaron promover cambios, sólo se llegó a la abolición de una agencia pequeña, la ineficaz Oficina de Supervisión del Ahorro. Lamentan que incluso después de la reforma de la ley Dodd‑Frank, “no hay una única autoridad regulatoria responsable de proteger el sistema como un todo”. Es un comentario que deja mal parado al Consejo de Supervisión de la Estabilidad Financiera, que supuestamente debía cumplir esa función.

Aunque son un tanto tímidos en relación con suministrar la identidad de esas “agencias redundantes”, es seguro que la Comisión de Futuros de los Estados Unidos (CFTC) está en la lista. Ningún otro país tiene autoridades regulatorias separadas para los valores al contado, por un lado, y los instrumentos derivados, por el otro. Sólo los feudos defensivos del Congreso impiden una reforma racional en esta área.

La tercera propuesta apunta ante todo a la administración Trump (aunque aquí también el Congreso está implicado). Bernanke, Geithner y Paulson creen que la política fiscal actual de los Estados Unidos está profundamente equivocada. Hay demasiado déficit, en un momento en que la economía crece a buen ritmo. Es una mala gestión económica para la actualidad y, más importante, podría dejar a las autoridades sin capacidad de flexibilizar la política fiscal para combatir una futura recesión. En palabras de los autores, “el uso de la adrenalina fiscal podría estar limitado justo cuando más se lo necesite”. Hay necesidad urgente de “reaprovisionar el arsenal para emergencias”, en particular cuando hay relativamente poco margen para flexibilizar la política monetaria. La Fed comenzó un proceso de normalizar la política monetaria, pero la tarea está inconclusa, y el presidente Donald Trump está haciendo todo lo posible con sus críticas por impedírselo.

Los Tres Mosqueteros mantienen una visión positiva en relación con algunos elementos del programa post‑crisis: hubo un gran refuerzo de la capitalización bancaria, y mejoró apreciablemente la transparencia del mercado de derivados, cambios que hacen más seguro el sistema financiero. Pero el programa para más reformas que proponen es sustancial y fundamental. Y puede que la próxima vez no tengamos tanta suerte con la calidad e inventiva de nuestros gestores de crisis, o con la sabiduría de sus jefes políticos.

Howard Davies, the first chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority (1997-2003), is Chairman of the Royal Bank of Scotland. He was Director of the London School of Economics (2003-11) and served as Deputy Governor of the Bank of England and Director-General of the Confederation of British Industry. Traducción: Esteban Flamini

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