Manuel Fraga, in memóriam

A buen seguro un gran número de españoles lamentan la muerte de Manuel Fraga. Y no sólo los ideológicamente afines. Se ha ido don Manuel, y quienes no podemos recordarnos sin recordarlo a él hemos notado una punzada interior. Para muchos, entre los que me incluyo, la marcha de Manuel Fraga representa una pérdida familiar que deja un vacío insustituible.

Manuel Fraga, uno de los padres de la Constitución, presidente fundador del Partido Popular y presidente de la Xunta de Galicia durante dieciséis años, es parte de nuestra historia y, para muchos, es parte de nuestra biografía. Y la historia, que en este caso se confunde con la biografía, debe ser bien contada para que sea comprensible. Hay que contar el destino y hay que contar el camino.

Su camino y su destino han sido los nuestros, los que, de un modo u otro, casi todos hemos transitado, y, de una forma o de otra, casi todos anhelábamos: reforma y consenso como camino; libertad y democracia como destino.

Se ha impuesto entre nosotros una manera extraña de mirar nuestro pasado. Una forma sesgada, desmemoriada y falsa, aunque pretendidamente lúcida y reparadora; una forma que oculta los esfuerzos porque fueron previos al éxito y eso, al parecer, los descalifica. Conviene decirlo con cierta claridad, y especialmente conviene decírselo a los más jóvenes: la democracia no «vino», la democracia la trajeron. La trajeron personas con ideas muy diversas, pero coincidentes en su deseo de normalizar a España como una nación democrática europea. Personas como Manuel Fraga, que impulsó reformas que hicieron posible la modernización, la apertura, y, finalmente, la libertad de la sociedad española.

Los que por edad no participamos directamente en la llegada de la democracia y desde entonces disfrutamos de ella, debemos ser conscientes de que la hicieron posible españoles de bien, cargados de patriotismo, sentido de Estado, visión histórica, generosidad y extraordinaria capacidad de entendimiento con quienes no pensaban como ellos. Nos la trajeron personas como Manuel Fraga. Nada bueno llega a un país porque sí, nada que no sea fruto del trabajo y del sacrificio de muchos, y especialmente de algunos, de los mejores.

Hoy es fácil mirar atrás y concluir que nuestra democracia está muy bien y que todo lo anterior estaba mal. Es fácil comparar la Transición con los años anteriores y arrojar sobre éstos una mirada de desdén; o comparar el brillo de los años ochenta con el color grisáceo de los setenta. Es sencillo hacer historia electoral y asignar éxitos y fracasos, o hablar de modernos y de antiguos. Lo que ocurre es que esto es tan injusto como lo sería que a nosotros se nos juzgara omitiendo toda referencia a las circunstancias reales en las que se producen nuestros actos y las intenciones que ponemos en ellos.

En ausencia de un orden de libertad, Manuel Fraga trabajó para que ese orden fuera posible. Más tarde, se esforzó para que en nuestra joven democracia se asentara un pensamiento liberal conservador apoyado en valores políticos firmes. No sólo cooperó como pocos para crear un sistema político nuevo, sino que tomó parte en él y lo consolidó incluso como presidente de la Xunta de su amada Galicia.

La suya fue una figura pretendidamente superada por el signo de los tiempos, pero el tiempo le dará su verdadera dimensión histórica. Manuel Fraga ha sido con frecuencia víctima de esta ilusión de la anti-historia que se escribe fuera del tiempo y del espacio reales, como ha sido víctima en buena medida la Transición misma, sometida a un empeño revisionista que sería bastante ridículo si no fuera porque ha encontrado en personas e instituciones a las que se supone seriedad a algunos de su principales impulsores.

Se ha llegado incluso a pervertir la historia hasta hacer de la virtud del verdadero consenso —el que consiste en renunciar a un programa para fundar un sistema en el que puedan alojarse programas diversos—, el motivo de una absurda acusación. Se ha pretendido hacer del abandono consciente de una posición propia a favor de un acuerdo de todos una prueba de que «en realidad» quien favoreció el consenso no lo quería porque su opinión originaria no coincidía con el pacto alcanzado. Pese a que el pacto ha sido preservado y defendido hasta el final como un acuerdo sagrado.
Temo que la muerte de Manuel Fraga, pasado muy poco tiempo, sea una nueva ocasión para que los contumaces de la anti-historia vuelvan a la carga con su salmodia. Ojalá nadie caiga en la tentación de darla por buena ni pierda de vista el sentido político destructivo con que se formula.

Si hay un mal del que hemos de protegernos como sociedad urgentemente es éste que pretende hacer de las vidas ejemplares exactamente su reverso. Manuel Fraga trabajó desde dentro para la autodisolución de la dictadura, y lo hizo con éxito. Impulsó la Transición democrática, fue ponente de la Constitución y creó el instrumento político que permitió construir primero y consolidar después una alternativa política al socialismo, una alternativa de la que muchos pudimos formar parte porque él la había puesto en marcha venciendo todo tipo de obstáculos, anticipándose a un colapso de la UCD que pocos supieron prever. La semilla creció y dio fruto porque él la sembró. «Transición», «Constitución» y «Partido Popular» son tres conceptos sencillamente incomprensibles sin Manuel Fraga.

Con Manuel Fraga muere un patriota, un servidor de España. Se nos ha muerto a todos. Porque un hombre de Estado no vive ni muere de un modo ordinario. Un hombre de Estado vive y muere para todos a los que hizo suyos, para todos a los que dedicó su vida. Y la vida de Manuel Fraga ha sido, ante todo, una vida al servicio de España, una vida al servicio de los españoles. Ésa ha sido nuestra fortuna, que alguien de la fuerza, de la inteligencia y de la bondad de Manuel Fraga hiciera de España su vocación, su empeño, su horizonte, su vida. Que estuviera ahí en los momentos clave de nuestra historia política de los últimos cincuenta años para hacerla posible y para darle un sentido al servicio del bien común. Para dignificar el sentido de la palabra «política». Sin él todo habría sido distinto. Sólo por esto merece la sincera gratitud de todos los españoles. Algunos, muchos, le debemos bastante más.

Descanse en paz.

Por José María Aznar, expresidente del Gobierno.

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