Manuel Fraga Iribarne, un hombre de bien

Así quiso que se le recordara y pienso que responde a lo más profundo de su personalidad. Su honradez, su competencia, su trabajo constante, su sentido de la responsabilidad, su entrega a la vida pública, su defensa de valores y principios, su idea de España hacen de él uno de los hombres públicos más relevantes de nuestra reciente historia.

Le conocí hace más de cincuenta años como miembro de mi tribunal de oposiciones a la Carrera Diplomática. Ya entonces era una figura eminente en los medios políticos y académicos: catedrático, diplomático, letrado de las Cortes españolas, autor de numerosos libros y de innumerables conferencias.

No es tarea fácil seleccionar una parte de su rica personalidad. Voy a elegir la de precursor excepcional de numerosas realizaciones a lo largo de este último medio siglo, entre las que destaca sobre todo su capacidad para intuir los cambios por los que debía transcurrir la vida política para alcanzar la convivencia entre los españoles.

Precursor, en su función de director del Instituto de Estudios Políticos cuando creó en torno a las revistas que en él se editaban un espacio de discusión y diálogo entre personas que procedían de distintas laderas ideológicas y que contribuyeron a preparar el futuro con trabajos de alto valor intelectual y de indudable influencia, no sólo en el marco académico y universitario, sino también en el social y político.

Precursor, como ministro de Información, al promover la Ley de Prensa, que eliminó la censura previa y fue un paso irreversible hacia la modernización. Como dijo él mismo, «la cuestión capital es la reforma y apertura del régimen y la Ley de Prensa crea circunstancias dinámicas sin las cuales todo hubiera sido diferente».

Precursor como ministro de Turismo, que desarrolló nuestra gran riqueza nacional y al mismo tiempo abrió a los españoles el mundo desarrollado y democrático. Y hablar de Turismo es hablar de paradores nacionales visitados por millones de turistas españoles y extranjeros, recuperar viejos castillos y palacios en toda la geografía nacional y construir nuevos edificios aprovechando paisajes y lugares estratégicos. Y también desde el Ministerio Manuel Fraga creó el primer Instituto de Opinión Pública.

El día de su cese declaró: «No he tenido más amigos ni más enemigos que los del Estado». Y en su Memoria breve de una vida públicadejó escrito: «La cuestión capital fue la reforma y apertura del régimen. Es indudable que nuestra tarea, que empezó tarde (diez años antes todo hubiera sido más fácil), se enfrentó con el empecinamiento de los inmovilistas, con la intransigencia de los rupturistas y con las maniobras de los que querían el mando por el mando». Poco después de su salida del Gobierno —en 1970— Manuel Fraga pronunció numerosas conferencias entre las que cabe destacar —también por su carácter premonitorio— la del local de los Padres Dominicos de Madrid. Se refirió a «la España rica y plural en la que tiene que haber tensiones y matices y posiciones ideológicas y no es posible basar nuestros esfuerzos en la desideologización de la mayoría». Una idea que reiteraría en la conferencia pronunciada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con el título «Cambio social y reforma política».

Y Manuel Fraga, otra vez precursor, fue también quien intuyó la importancia del centro, ni conservador ni revolucionario, sino reformista, y así lo desarrolló en diversas intervenciones defendiendo el espacio de centro para lograr una transformación selectiva y evolutiva, es decir, progresiva y sin violencia.

Su paso por la Embajada de España en Londres fue su contribución como profesional de la diplomacia a un acercamiento entre los dos países y un esfuerzo por explicar las posibilidades de un futuro de España abierto a los signos de los tiempos.

En unas declaraciones al Correo Catalán, se definió como hombre de centro y afirmó que la mayoría de los españoles rechazaban lo mismo la ideología triunfalista del inmovilismo y del statu quoque las utopías revolucionarias marxistas o anarquistas.

En 1974 redactó un borrador para una asociación política proponiendo un Parlamento con una cámara designada por sufragio universal, la incorporación de los derechos civiles fundamentales del mundo occidental, libertad sindical y separación cordial Iglesia-Estado. Y en una conferencia en Guadalajara declaró «ha llegado el momento no sólo del perdón mutuo sino del olvido, de ese olvido generoso del corazón que deja intacta la experiencia». En un artículo de ABC, el 12 de noviembre de 1975, manifestó que «la arena política debe abrirse a las mismas fuerzas que la comunidad española respeta y que a su vez respeta dicha sociedad. Fuerzas que coinciden precisamente con los límites electivos de las fuerzas políticas de la Europa actual».

En el primer Gobierno del Rey fue nombrado vicepresidente para Asuntos de Interior y ministro de la Gobernación e inició contactos con líderes de la oposición, aún clandestina. Se entrevistó con Marcelino Camacho, Felipe González, Tierno Galván y animó la creación de la plataforma política «Reforma Democrática», que se convirtió en un importante grupo político de reformistas, con un proyecto moderado y progresista para el futuro de España.

Después de la elección de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, Manuel Fraga decidió dar un nuevo giro a su partido político, que se convertiría a los pocos años en la alternativa al Partido Socialista, integrando las fuerzas del centro derecha o liberal conservador y al que en 1989 nos integramos hombres y mujeres que habíamos militado en UCD, lo que constituyó la refundación de AP con el nombre de Partido Popular. Se logró así la deseable unidad a la que siempre aspiró, la mayoría natural. En su etapa parlamentaria fue un brillante miembro del equipo de políticos autores de la Constitución de 1978 y prestó, con su experiencia y buen criterio, una valiosa contribución a la concordia y la reconciliación entre los españoles.

Manuel Fraga dejó la presidencia del Partido para quedar como presidente fundador, y volvió a Galicia como presidente elegido por mayoría absoluta durante cuatro legislaturas. Allí transformó la Comunidad, modernizó sus infraestructuras, promovió su cultura, creó puestos de trabajo, instauró una era de bienestar y progreso, que dio en unos años el salto más espectacular de su historia. Recorrer Galicia con él era un verdadero privilegio y lo era también escucharle hablar del Camino de Santiago y las raíces cristianas de Europa.

Al terminar volvió a Madrid como senador representante de la Comunidad Autónoma de Galicia, y siguió trabajando sin descanso por Galicia y por España, contribuyendo con publicaciones y conferencias a marcar caminos e iniciativas, respetadas por un amplio espectro del arco parlamentario y por buena parte de la sociedad española. A él se debe el intento de un sistema de racionalización administrativa para lograr un sistema de autonomías verdadero, afrontando las consecuencias de una de las más importantes reformas de la Constitución: el paso del Estado unitario y centralizado a un Estado compuesto y con comunidades de autonomía real y autogobierno.

A lo largo de los años colaboró muy activamente en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ingresó en 1962 y era actualmente el académico más antiguo.

Su discurso de ingreso se tituló «La guerra y la teoría del conflicto social». Le contestó don José de Yanguas Messía, quien destacó la brillante formación del nuevo académico, su larga lista de cargos —ya entonces—, y destacó cómo, junto al vigor y el empuje, existía en él equilibrio y moderación, y puso de relieve su constante esfuerzo por la convivencia.
Fueron muy numerosas sus intervenciones a lo largo de los años sobre «Europa y España», «La Convención europea», «La Constitución vista hoy». Pero quiero subrayar sobre todo su fidelidad a la Academia, su puntual asistencia, su participación constante, su interés por cuanto pudiera relacionarse con nuestra corporación.

Concluyo con las palabras que encabezan estas líneas recogidas de una entrevista en la que le preguntaban cómo quería que se le recordara. Fue sin duda alguna «un hombre de bien» en el más alto grado, fiel a sus valores y principios a los que siempre sirvió y marcaron toda su vida. Pero fue también precursor de muchos de los cambios más significativos de la sociedad española en este último medio siglo. Sus compañeros de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que era su decano, le recordaremos siempre con admiración, respeto y cariño.

Por Marcelino Oreja Aguirre, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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