Mao y la China actual

Enrique Fanjul fue consejero comercial de la Embajada de España en Pekín y presidente del Comité Empresarial Hispano-Chino. Su último libro es El dragón en el huracán. Retos y esperanzas de China ante el siglo XXI (EL PAÍS, 08/09/06):

En los tiempos actuales, marcados por la imparable emergencia de una China capitalista, consumista, con crecientes desigualdades sociales, con multinacionales que invierten en todo el mundo, una China cuyo máximo objetivo es el crecimiento económico y de la que han desaparecido completamente las viejas retóricas sobre la lucha de clases o los imperialismos de papel, sería fácil pensar que ya no existe ninguna herencia de Mao Tse-tung, de cuya muerte se cumple mañana el 30 aniversario.

¿Queda algo de Mao en la China actual, aparentemente tan alejada de la senda por la que éste intentó conducirla? ¿Hasta qué punto persiste una herencia del maoísmo? En contra de lo que en principio podría pensarse, sí permanece en China una herencia significativa del líder del Partido Comunista Chino que fundó la República Popular en 1949.

La figura de Mao no es única. Hubo a lo largo del tiempo varios Mao, diferentes e incluso contradictorios entre sí en su actuación política y en su pensamiento. Depende de cuál sea el Mao que consideremos, su herencia ha desaparecido o, en contra de lo que podría deducirse de la observación superficial de China, sigue estando presente de forma importante.

El Mao cuya herencia ha resistido menos el paso del tiempo es el más próximo cronológicamente, el de los últimos 20 años de su vida. Es la época en la que Mao asumió posturas de izquierdismo radical, lanzó campañas, como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural, que tuvieron efectos devastadores sobre China, propugnó el igualitarismo a ultranza, desconfió de los intelectuales, defendió que la voluntad revolucionaria permitiría quemar etapas y se llegaría al comunismo con mucha mayor rapidez de lo que hasta entonces se habría esperado.

La herencia en China de este Mao izquierdista se ha ido difuminando poco a poco. Desde 1978, al amparo de la política de la reforma, la prioridad básica de China es la modernización y el crecimiento económico. Se ha avanzado hacia el establecimiento de una economía de mercado, capitalista, que ha supuesto el abandono de consignas igualitaristas, se ha reducido enormemente el peso de las campañas políticas, se ha favorecido el consumo y el nivel de vida de la población.

En las relaciones internacionales China ha buscado un marco de relaciones pacífico y estable, en el que la cooperación económica ha sido un pilar básico. China se ha ido integrando crecientemente en la comunidad internacional. Han quedado relegadas las veleidades sobre exportar la revolución comunista, o la lucha contra el imperialismo. China ya no apoya a los partidos comunistas maoístas que aún existen en el mundo.

Todos estos desarrollos son radicalmente opuestos a la política de radicalización izquierdista, implantación acelerada del comunismo, campañas continuas de movilización, que Mao propugnó desde 1957 hasta su muerte en 1976.

Sin embargo, la personalidad de Mao no se limita al Mao izquierdista de las últimas dos décadas de su vida. Existe otro Mao, cronológicamente anterior, cuya figura está estrechamente unida a la gran revolución china del siglo XX, la revolución que culminó en la implantación de la República Popular en 1949, y de la cual emana la actual China de la reforma.

Mao Tse-tung fue el líder del Partido Comunista que llevó a cabo esta revolución, con la que China superó un largo periodo de crisis y decadencia. Gracias a la revolución comunista, China logró recuperar su unidad, rechazar las agresiones exteriores que venía sufriendo desde el siglo XIX, convertirse en una gran potencia, respetada en la comunidad internacional. Desde esta perspectiva, la herencia de Mao en la China actual sigue siendo destacada.

El Partido Comunista ha sido para China la fuerza de vertebración político-social que le ha permitido superar su gran crisis de los siglos XIX y XX, una crisis que tuvo dos componentes principales. En primer lugar, la desunión nacional, que se manifestó en la pérdida de poder por el Gobierno central, las rebeliones interiores, el aumento de poder de los señores de la guerra.

El segundo componente (vinculado a la debilidad que se derivaba de la desunión nacional) fue la vulnerabilidad exterior, la incapacidad para mantener la independencia y la soberanía de China. Desde el siglo XIX la historia de China estuvo caracterizada por el desmembramiento, por la agresión y paulatina ocupación de parte de su territorio por potencias extranjeras, por las guerras civiles.

El Partido Comunista, creado en los años veinte, tuvo que superar condiciones tremendamente adversas, ejemplarizadas quizás mejor que en ningún otro hecho en la Larga Marcha. Poco a poco, mediante una prolongada lucha, logró ganarse, gracias en primer lugar a la abnegación y el sacrificio de sus militantes, el apoyo del pueblo chino.

Mao Tse-tung fue, desde mediados de los años treinta, el principal dirigente del Partido Comunista, el líder indiscutible, su primer intérprete ideológico, y por tanto el responsable clave de la gran revolución que el Partido Comunista protagonizó.

El Partido Comunista estableció en 1949 una República Popular que tenía una serie de rasgos esenciales -unificación del país, independencia exterior y defensa de la soberanía nacional, dominio del poder por el Partido Comunista, etcétera- que sí permanecen vigentes en la China actual. Se trata de rasgos que pueden ser considerados como una herencia fundamental del maoísmo en la China de la reforma. Gracias en buena parte a esos logros, el Partido Comunista sigue gozando hoy en día de una amplia legitimidad entre el pueblo chino.

Por tanto, hay dos perspectivas para evaluar la herencia de Mao en la China de nuestros días. Una es la perspectiva del Mao radical e izquierdista, impulsor de una línea política que llevó a China, sobre todo a partir de 1957, a una serie de campañas que trajeron al país desorden, hambre, sufrimiento, muertes, persecuciones. Desde esta perspectiva, poco es lo que ha quedado de herencia de Mao.

La otra perspectiva es la del Mao que dirigió la gran revolución china del siglo XX, una revolución nacionalista que unificó el país, impulsó su desarrollo económico, realizó modernizaciones sociales básicas (quizás una de las más sobresalientes es el cambio radical en la condición de la mujer), lo transformó en una gran potencia internacional.

La herencia de este Mao no ha desaparecido, sino que forma parte de la configuración de la China de nuestros días y previsiblemente se mantendrá vigente durante un largo período.