Maquiavelo y la plaga de langostas

“Ahora vendrá la ciénaga”, ha comentado Matteo Renzi y ha cumplido su promesa de dejar el cargo si ganaba el No en el referéndum. Ha perdido el con el que quería mejorar aspectos sensibles de la política de su país, entre ellos el de que los gobiernos dejen de durar apenas un año (la cuenta hasta ahora es 63 gabinetes en 70 años). Renzi no ha escatimado explicaciones contundentes: ”No creí que me odiasen así”. Y ha calificado ese odio como “destilado y purísimo”.

Se le despide con un ciaone, un gran chao o gran adiós. Parece un lenguaje futbolístico pero lleva la metralla de los partidos del No ganador, una accozzaglia, o batiburrillo, que va desde Beppe Grillo y su Movimiento 5 Stelle, a Forza Italia de Berlusconi, la Liga Norte, y franjas varias de la derecha y la izquierda hasta confinar con los anti-sistema. Un No rotundo el suyo, en efecto, pero difícilmente gestionable y que desde luego acerca al país transalpino a esa zona oscura que se inició con el Brexit y siguió con Trump.

De todos modos al perdedor Renzi se le reconoce coherencia. Manifestó que si ganaba el No no se produciría en el país una invasión de langostas y nadie las ha visto volar. Los italianos que pueden, como en otros lugares europeos, preparan ya sus pinzas y cascanueces navideños para despiezar langostas, pero del tipo aragosta, o marino, no del tipo cavalletta, que es la que se come los sembrados y es comida a su vez en algunos restaurantes orientales.

No ha llegado, pues, la plaga bíblica, aunque las heridas del populismo empiezan a ser profundas en Italia y no sólo allí. Lo único es alegrarse por no estar aún en la Edad Media donde algunos quieren llevar a Europa, y cuando las langostas (terrestres) tenían derechos, incluso se nombraban tribunales para que examinaran su responsabilidad. Sir James G. Frazer contó que en Francia, entre los siglos XII y XVIII (la luz tardó pero llegó) hubo hasta 92 procesos contra las alimañas dañinas para el campo, desde ratas a langostas. Antes de que el cura lanzara su anatema exterminador (algunos dudaban si eso no favorecía lo contrario, o sea, la multiplicación de los bichos), había un proceso en condiciones. Las langostas tenían derechos, incluso en Saint Julien hubo un proceso contra un coleóptero que arrasó cuarenta y dos años, hasta que el tribunal falló a favor del bicho (Rhynchites auratus) para que se le concediera una parcela en el pueblo donde pudiera hacer libremente de las suyas. Otro recurso infalible, según recogió Frazer, era que las gentes afectadas por las plagas de langosta acabaran con ellas pagando los diezmos que debían a las iglesias.

Renzi ha cumplido con su dimisión y no ha caído la plaga de nada. Cierto es que deja un terreno político abierto a unas elecciones sin una ley electoral clara, y con una posible victoria de Grillo, el actor que lleva la voz cantante de los populistas. Maquiavelo, el gran florentino, paisano de Renzi, sonreiría ante la situación creada con un cierto rictus amargo. Ha sido Renzi casi contra todos, aunque eso sea personalizar cuando se trataba de votar o No a la abrogación del llamado Italicum, la ley electoral 52/2015. Ahí dentro iba el tema del Senado redundante y otras cuestiones, cautelas, contrapesos y contradicciones que entorpecen la marcha expedita de la política italiana. Al ganar el No no sólo pierde Renzi sino que gana un frente gatopardiano, y se volverá al sempiterno charco, y a la inestabilidad que puede traspasar más fácilmente los Alpes que las langostas con alas.

Ante lo cual Renzi asombra, y no tanto por ser florentino y ejercer de ello, sino porque ha declarado que hay vida fuera de la política y él no está pegado a un sillón como Pinocho a una nariz de madera. Y si no es simpático ya lo ha dicho, se ne frega, o sea, le importa un rábano: él pretendía que Italia cambiara, o que empezara a hacerlo, y a salir del marasmo político-institucional.

Siempre se dijo en Italia que ser florentino imprime carácter. Es una reducción como otra cualquiera, pero al margen de ese juego de las caracterizaciones locales y nacionales, que no llevan a certeros análisis antropológicos, más bien a divagaciones, Matteo Renzi, que es de Florencia y se nota, ha demostrado que no estaba en la primera línea de la política para la inacción o para temer todo el tiempo las circunstancias. Se ha atrevido a promover un referéndum que ha acabado perdiendo, pero también ha avisado de lo que vendrá: “…los próximos treinta años cualquiera que sea el primer ministro será un esclavo de los vetos, del chantaje y de la burocracia”.

A Renzi se le ha querido relacionar con lo maquiavélico. Un perdedor no encaja bien en el maquiavelismo, entendiendo por eso ir por un camino tortuoso pero muy decidido a la toma del poder caiga quien caiga. Puestos a buscar viejos cromosomas políticos y florentinos a Renzi se le podría relacionar más con Francesco Guicciardini que con su ilustre paisano y coetáneo Nicolò Machiavelli. La mayor concomitancia de Renzi, aparte de consigo mismo, es realmente con el primero, con Guicciardini, gran político, historiador, militar, jurista. Y embajador de la República de Florencia en la España de 1512. Aprovechó el año de su misión escribiendo Diario di Viaggio, Relazioni di Spagna y Discorso di Logrogno (Discurso de Logroño), donde defendió una república en Florencia más aristocrática, hoy diríamos más oligárquica, o elitista. Quién sabe la influencia que pudo tener en sus ideas el conocimiento del rey Fernando de Aragón.

Aunque menos conocido que el maquiavelismo hay quien valora más el pesimismo de Guicciardini, teñido de desconfianza en la Historia, para nada maestra de vida. En cambio para Guicciardini hay que tener siempre muy presente “la variedad de las circunstancias”. La realidad no está hecha de elementos inmutables y que necesitan, como sugiere Maquiavelo, imponerse sea como sea, sino que está llena de fragmentos, de puntos de vista. En ese sentido Guicciardini planteaba un análisis lleno de moderación y discernimiento en la misma época en que surgía el pensamiento -genial y discutido- de Maquiavelo, el que consideró a la política una actividad con leyes y reglas completamente distintas a las de la moral y la religión. Guicciardini, el florentino de los pies de plomo, tenía un pensamiento moderado y una prosa gélida y descriptiva, y así Maquiavelo le ganó ampliamente la partida de la posteridad con su dureza argumental y su claridad de exposición.

Maquiavelo ha vuelto a ganar, pero el consuelo es que no hay más langostas que las que se comerán cocidas.

Luis Pancorbo es periodista y antropólogo. Ha publicado, entre otros títulos, Un año en Sudán (RBA, 2015).

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