Maradona, Sánchez y la atracción del mal

A Sánchez le pasa como al de Lanús; aunque comprenda las venales motivaciones de su cohorte, se siente abrigado por ella. Cultiva la compañía de su tribu, goza del revoloteo de buscones, gorrones y zascandiles en torno. Un circo de seres improbables repentinamente enriquecidos por el adosamiento al conocido triunfante. Por lo demás, se parecen como un huevo a una castaña, pero es en lo similar donde está la veta.

El finado exhibía una liberalidad enfermiza con su tribu en las truculentas noches del Up & Down, cuando Barcelona aún existía. En desprendimiento, el presidente no le va a la zaga, solo que la billetera no es suya sino nuestra. Y aunque tampoco le preocupe especialmente la discreción, pues le complace que se le reconozca como gran dador, Sánchez asegura el desahogo de sus parásitos (los nuestros) introduciendo algo más de estabilidad. Para que no vayan por el mundo con la etiqueta de sablista en la frente. Maradona garantizaba a su tribu el día a día, pero ese plan le puede durar al gorrista la vida entera, ojo.

Maradona, Sánchez y la atracción del malHay que tener vocación de comensal, hay que permanecer inmune al qué dirán, hay que ser lo que esa gente era: lumpen agarrado con todas las fuerzas del hambre a la joya del barrio que devino divino. Los chupópteros de Sánchez (los nuestros) tienen otra factura. Hablan muy serio para que no se note el disparate, la falta de sindéresis. Se ponen solemnes enseguida en vez de echarse a la pista a darlo todo, pues su supuesta industria es la sacrificada entrega a la cosa pública. Ja.

Solo la política y ciertas drogas alucinógenas permiten mantener una farsa semejante. En cualquier otra de las artes callejeras es evidente si vales para algo o no. Si escamoteas bien, si puedes bailar con el loro gigante o si sabes divertir con la pelota. Maradona, saliendo de lo más hondo de ese pozo, con coordenadas vitales crudamente marcadas, coge, se pone el mundo por montera y con su magia nos provoca aquel estado que Valdano, tipo sensible, supo condensar con sencillez imbatible: le hacía reír su precisión y no sabía el porqué. Si lo sabía, como lo sabemos todos: porque a Maradona le fue dado encender la alegría cada vez que hacía aquello para lo que nació. Por eso queremos a Maradona, y a ese afecto puro no lo puede alterar el hecho de que fuera un tipejo despreciable. El caso es que de tipejos despreciables está lleno el orbe, pero los hacedores de alegría inmediata se cuentan con los dedos de una mano. Dos están ocupados por Maradona y The Beatles.

La veta de la similitud es dispersa. El político español no seguirá los caminos del niño prodigio ni del joven imparable que fue el futbolista argentino, pero sí los del hombre siniestro: la irresistible atracción por los dictadores y por los asesinos. Comunistas. Castro y el Che, dos malhechores, fueron la elección del adorado a la hora de adorar. ¿A quién puede rendirse y venerar el hombre estúpidamente deificado? Le han dedicado una religión, a su muerte deja las efímeras páginas de la ancha lengua española manchadas con la palabra Dios. Él pudo tatuarse a un músico. ¿Tenía oído Maradona? Ritmo sí tenía. Pudo ensalzar a un escritor. ¿Sabía leer? Pudo optar por un yogui, por un faquir, por Gandhi. Pero Maradona no era así, no frecuentaba las sutilezas. Y no era pacifista, como sabe cualquier espectador de la final de la Copa del Rey de 1984, cuando los culés dábamos puñetazos y patadas al aire, de pie frente al televisor. (Dábamos, digo; luego los nacionalistas me quitaron la afición).

Nos estamos desviando. Por la razón que fuere, las divinidades de la divinidad futbolística fueron los dos sacamantecas senior del comunismo en español. Muchos sucumbieron a la atracción del poder en estado puro, puramente despótico, que encarnaba Fidel. Lo del Che no es tan reprobable en un iletrado; a fin de cuentas, lo que llaman «El Che» solo es una afortunada foto que cada cual interpreta como Dios le da a entender y sus conocimientos le permiten. Aquí el que firma lo tuvo en póster y estampado en cojines hasta los quince. Nadie está libre del poder de un retrato. Mucho más sorprendentes que la fidelidad fidelista del argentino resultan, a fin de cuentas, las de García Márquez y Oliver Stone. Si dos pedazos de artistas con pleno conocimiento de la historia creyeron que el pesado de Castro, que no se callaba ni debajo del agua, resultaba, más que interesante, arrebatador, ¿de qué podemos culpar a Peter Pan pegado al balón?

No, Maradona no fue culpable de pasar por alto nada que exigiera reflexión. Ni falta que hacía. Sánchez sí. Y aquí cerraremos estas vidas paralelas. Por todo lo alto. El presidente del Gobierno español lidera un partido al que la ETA diezmó y un país al que la ETA aterrorizó. Y aun así, él quiere su abrazo, desea la alianza con la última forma de la proteica banda terrorista, consiente en colocarla a dirigir el Estado. La mima, la blanquea a través de los estómagos agradecidos menos escrupulosos. No quiero perder tres líneas justificando lo que es Bildu. Lo ha reconocido Iceta, entre otros, celebrando que «ya no matan». Va de suyo el sujeto, ¿no?

Y todo lo que en Maradona, y en cualquier otro ignorante, tenía un pase pues no sabía de lo que hablaba, en Sánchez es agravante porque sí sabe lo que hace. Quiere esa incorporación, desea ese fichaje de la podre. En este precipitarse a los infiernos de la ignominia y de la traición, cabe la hipótesis de que Sánchez sea un loco que no lo parece. Pero sus gorrones, sus adheridos, sus adláteres deben estar realmente desesperados para asegurarse su sueldo a este precio.

Juan Carlos Girauta

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