Maragall y el Estatut

Por Antonio Franco, director de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA (EL PERIODICO, 31/07/05):

Con un proyecto de Estatut de autonomía en las manos que no es aceptable ni para el PSC ni para los socialistas españoles, y que además tiene, previsiblemente, varios derrapes anticonstitucionales, el president Pasqual Maragall atraviesa, pese a la desenvoltura optimista que muestra en la entrevista que hoy publica este diario, por el momento más duro y complejo de su carrera política.

Aunque por talante personal haya estado desdramatizando continuamente las crispadas vicisitudes que ha vivido la larga elaboración del texto estatutario, todos sabemos que sobre la primera autoridad de Catalunya gravitan muchos factores adversos. Desde la feria de deslealtades formales de responsables políticos de partidos con los que gobierna, al desencanto y preocupación de muchos de sus correligionarios socialistas, de dentro y de fuera de Catalunya, por diferencias de fondo y ante errores evidentes de estrategia en la tramitación de este proyecto. Y también la implacable campaña de descalificación de la idea de autonomía, del derecho a las identidades ajenas, e incluso las calumnias sobre su propia persona, que despliegan los medios reaccionarios españoles. Y también el resentimiento activo, tenaz e implacable de quienes gobernaban antes en Catalunya y sopesan ahora si les conviene o no que tengamos un mejor Estatut que no ha sido impulsado por ellos. Cargado de virtudes y defectos, han sido la valentía personal y la ambición intelectual los factores que han puesto a Pasqual Maragall ante tres de los retos más difíciles que podía cargar sobre sus espaldas un catalán. El primero, contribuir a que en la transición, bajo la dirección de Joan Reventós, la izquierda procedente de la inmigración se fundiese lealmente con la que procedía del catalanismo político. El segundo, impulsar personalmente la resurrección de Barcelona como ciudad internacional moderna tras la etapa gris franquista, y dotarla de una personalidad mediterránea y moderna propia. El tercero, avalar desde la presidencia de la Generalitat el necesario cambio de Estatut que su antecesor, Jordi Pujol, se resistió a hacer --como pago a su perpetuación en el poder-- en las dos últimas legislaturas, cuando ya era imprescindible abordarlo.

DESPUÉS DE DOS dianas, esta tercera iniciativa está creándole muchos sinsabores. En el tema del Estatut, Esquerra Republicana ha sido más leal a sus ilusiones partidistas que a las exigencias de cohesión que conlleva compartir gobierno. Enfrente, Convergència ha sido más fiel a sus ocasionales necesidades tácticas --está en la oposición, sin gobernar prácticamente nada, carente de peso en Madrid y con mucho miedo a ser olvidada por los electores-- que a la cultura de nacionalismo firme pero moderado que ella misma había predicado desde la muerte de Franco.

En ese contexto, Pasqual Maragall también paga el hecho de que el PSC, prisionero de su condición de minoritario ante la pinza cada vez más visible que le han creado entre el socio díscolo y el adversario aventurero, es un partido que, pese a tener ideas claras sobre lo que se tenía que hacer, en la práctica ha exhibido una actitud zigzagueante y débil. Pasqual Maragall tampoco ha estado bien. Su papel, que a todos nos parecía dificilísimo, en realidad quizá era imposible. En cualquier caso, se ha visto obligado a dar continuos pasos hacia delante y hacia atrás, dentro de un esfuerzo por contentar en lo posible a todas las partes. Eso, además de ser imposible, ha acabado desconcertando a sus propias filas en Catalunya y a la gente de su misma sensibilidad del resto de España. En un Estatut que requería mucho peso presidencial arbitral, para este hombre ha sido complejísimo tener que ceder protagonismo y autoridad con el objeto de integrar a Esquerra en la vía de lo posibilista, y para no alejar a CiU de una situación que le resultara mínimamente confortable de cara a respaldar el texto. Y eso está marcando a fuego, actualmente, la situación política catalana en este verano ya de por sí sofocante. El desenlace embarullado de la fase de enmiendas al texto ha sido otro mazazo. El articulado al final tendrá que ser recentrado de forma impropia por el Consell Consultiu de la Generalitat, una vez se ha demostrado la incapacidad de los responsables políticos para hacerlo. Ésta es la pesada losa que cierra este final de curso, a la espera de un septiembre con posibilidad de examen de repesca.

LA SITUACIÓN encierra, de cara al futuro, la necesidad de tantos pulsos y desgarros, de tanta combustión de imagen presidencial, que quizá tendrán que pasar otras cosas. Pasqual Maragall debe empezar a sospechar que, como piensan, pero aún no dicen bastantes personas, quizá podrá acabar de sacar adelante este necesario Estatut, pero al precio de un desgaste institucional desmesurado. Y tiene que pagarlo.

Pero luego, posiblemente, para reestabilizar Catalunya tras estas sacudidas, para contribuir a una mayor viabilidad y frescura del proyecto que encarna José Luis Rodríguez Zapatero en España, y para abrir una nueva etapa --diferente y ventilada-- en el propio socialismo catalán, después de los tres trabajos de Hércules que Pasqual Maragall lleva a sus espaldas, cada vez parece más lógico que el cuarto consista en acelerar el proceso de su propio relevo. Porque será necesario que el PSC desarrolle desde los parámetros del nuevo Estatut y con líderes renovados otra etapa importante: su intento de asentarse como partido central de este país a partir de líderes que ni hicieron la transición ni la representan.