«Marca spain»

Mientras las fuerzas vivas de este pueblito que es España aseguran estar muy interesadas en querer «vender» –¡menudo verbo y menuda idea!– la Marca España, por otro lado y en aspectos más poderosos, por estar pegados como lapas a la vida cotidiana, machacan cualquier posibilidad de dignificación –no digamos de orgullo– de la idea de España, de su historia, su cultura, su sociedad real. Ahora nos fijaremos sólo en la lengua, buque insignia de nuestro país. Pero vaya por delante –por si hay almas gemelas que quieran sumarse– que jamás me he hecho un selfi, ni dispongo de güifi (o eso creo), ni mando guasá, ni me importan un comino los jásta. Jalogüín me provoca bostezos y más nada, al igual que el Black Friday y –para colmo– hasta hace cuatro días no tenía la menor idea de quién era Joe Cocker, aunque, a raíz de su fallecimiento, los medios se encargaron de ilustrarme, favor que nunca podré agradecer lo bastante: ¿cómo podía vivir en tal oscuridad? Pero la jerga vacua de los políticos, a base de «empoderamientos», «poner en valor» y «postureos», para enmascarar su inanidad, no atrae en este momento nuestra atención; tampoco la pomposa artificiosidad pseudotécnica que te coloca cualquier empleado de taller mecánico («testigo de gestión del motor», al hacer una «valoración positiva») con vistas al cantado sablazo; ni los chistosos trabucamientos de locutores y gerifaltes, tertulianos o no; ni siquiera las horripilantes traducciones que tanto abundan, agravadas ahora por las ininteligibles y cómicas versiones simultáneas de internet.

Hace veinte años la prensa española –tengo la noticia ante los ojos– se regocijaba contando que los estudiantes norteamericanos (en un 70%) eran analfabetos funcionales –aunque nada decían de cómo andaban a la sazón los nuestros– y por las mismas fechas (y antes) constituía motivo de jolgorio general lo mal que hablaban chicanos, puertorriqueños y latinos en general, en Estados Unidos, con sus chuscas castellanizaciones, en definitiva prueba del vigor de la lengua: «Te picapeo en el corner», «cierra el güindo que entra col», «pasamos por la marketa y compramos groserías», etc. Todo muy jocoso. Los puristas se enardecían, convencidos de que su habla coloquial celtíbera es la verdadera norma en español. Y aclaro que en América también hay gentes así, persuadidas de que somos nosotros los equivocados al usar construcciones o vocabulario que nos enseñaron nuestras madres. Sin embargo, el purismo se cimienta en insuficiencia de lecturas y experiencias: ya Alfonso X, en el siglo XIII, se quejaba del uso de «batalla» por fazienda o lid; Hurtado de Mendoza lo hacía, en el XVI, por decir mochila o centinela en lugar de talega o atalaya; y Alonso Carrió (alias Concolorcorvo) o José Cadalso nos dejaron, ya en el XVIII, deliciosas páginas dedicadas a los cursis que plagaban su discurso de galicismos, ridículos por innecesarios.

Mas las preocupaciones de nuestra hora son otras: descuido, pereza, mimetismo y la renuncia a todo respeto por nosotros mismos nos han conducido a una almoneda general, liquidación por derribo de nuestra cultura. Y la lengua es el exponente más visible. Mucho más allá de la obvia conveniencia –comercial, técnica– de saber inglés (también alemán, francés, portugués y etc.) que sería absurdo negar, o de la no menos obvia españolización de términos extranjeros, o su adopción simultánea y paralela a la entrada de nuevas tecnologías, lo que vemos es otro fenómeno gravísimo: la postergación de nuestra lengua española, por razones estrictamente comerciales, o eso piensan y buscan los responsables (publicitarios, periodistas, cantantes, peliculeros, mercachifles varios) y en contextos claramente banales y hasta hirientes para la sensibilidad de no pocos hispanoparlantes. Proyectan su propia alienación sobre el común, convencidos como están de la identidad exacta entre modernidad/progreso y lengua inglesa. Y por tanto salpican, o meten de matute, o a las claras, locuciones anglosajonas para dar rango y categoría al discurso, una preeminencia que se niega al castellano, de suerte que nuestro idioma, en nuestro propio país, pasa a ser subsidiario. Y no sólo por cazurrería o mala fe de los separatistas.

Perdónenme los aludidos, si gustan, pero no podemos tomar en serio la «Madrid horse week», ni a sus promotores; ni el ya citado Black Friday de una tienda, ni el «Rabbit» y «Lapin» (todo al tiempo, tremenda categoría) con que los mismos almacenes trataban de vender unos chalequitos para señora hechos de… conejo; ni los anuncios turísticos de Madrid (de aquella, todavía era alcalde Ruiz-Gallardón) en los autobuses berlineses ¡en inglés!; ni a mi amigo el regidor de Getafe haciendo el canelo por el pueblo repartiendo corazones con la leyenda «I love Getafe» (¿por qué no amaba a Getafe en español?, ¿esperaba encontrar muchos angloparlantes?); ni a un modesto comercio de ropa en Sotillo de la Adrada incitando «Create your style», no peor que los informes y documentos diversos universitarios (incluidos de bibliotecas) con expresiones inglesas que no vienen a cuento por existir sus equivalentes, si bien los cursilísimos autores creen estar dotando a los textos de empaque y carácter científico; ni a TVE, que elige el «Man of the Match» (sic), tan injustificado como el test «findrisc» de una farmacia de barrio; ni el Wellsport Club. Lifestyle Wellness & Spa, sin traducción alguna. Ni mucho menos la publicidad del denominado Centro Deportivo Municipal de Madrid (privatizada la gestión) que se autotitula «Go fit» (supongo que significa algo así como «Ponte en forma») y cuyo folletico compone un rompecabezas de anglicismos en muchos casos ininteligibles (Adaptiv Step, Adaptiv Strength, Adaptiv Core, Adaptiv Bike, Adaptiv Box, Adaptiv Go fit Cross, Fit Ball, Corebar). Omito los anglicismos ya adoptados por el uso y más o menos normalizados, lo cual no importa en absoluto. Pero, como se ve, la invasión es en todos los niveles y la están perpetrando españoles cuyos conocimientos de inglés, incluso, son discutibles. Cuando Esperanza Aguirre llegue a la alcaldía deberá reflexionar sobre unas cuantas de estas cosas, por muy probritánica que sea.

No obstante, donde se ha alcanzado el culmen de la alienación y el abandono de toda conciencia nacional es en Cataluña. Y no sólo por la mezquindad de los separatistas con su «Catalonia is not Spain»: quienes quieren responderles no tienen mejor idea que hacerlo, también, en inglés (Catalonia is Spain), convertido en lengua de referencia entre españoles (otro éxito del separatismo), porque en el fondo de su alma anidó hace tiempo el complejazo de que nuestra lengua común no es lo bastante prestigiada y contundente para expresar ideas-fuerza asertivas y sin discusión. Es hasta normal, según su lógica miserable, que los separatistas catalanes pretendan chinchar usando el inglés, sobre todo en una frase tan difícil –lo cual vale también para sus oponentes–, pero no lo es en modo alguno que quienes dicen ser españoles hayan asimilado y digerido la alienación hasta ese extremo. Para que la España oficial venga con la Marca España: si no sabemos lo que defendemos, ¿qué rayos vamos a vender fuera?

Serafín Fanjul, miembro de la Real Academia de la Historia.

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