Maremágnum educativo

La vuelta al cole genera siempre una mirada social hacia el entramado educativo. Cada año por estas fechas salen en la televisión madres y padres que se quejan de los precios de los libros, que hacen cálculos acerca del sobregasto escolar en uniformes, comedores o transporte, además de las consabidas imágenes del primer día, con chicos y chicas que muestran su alegría o esparcen unos pocos lloros. Pasado este periodo las familias se relajan; tanto ellas como los estudiantes sienten una merecida satisfacción, que se generaliza en el conjunto de la sociedad si el retorno a las aulas se ha realizado sin demasiados sobresaltos. A partir de ese momento la Administración se ocupará con interés de que todo salga más o menos bien, que no siempre es fácil. El comienzo del curso el universitario está poniéndose en marcha nos avisa de que nuestra sociedad ha tramitado ya una fase importante del ciclo anual. La vida sigue rodando. Después el silencio da la aparente sensación de normalidad educativa, lo cual se identifica a menudo con el bien hacer.

Pero ese supuesto estado de tranquilidad esconde varios asuntos clave que nunca se solucionan. Las leyes y normativas escolares van y vienen bandeadas por el columpio político. Aprobadas a contratiempo, deben ponerse en marcha de una forma rápida, aunque generen episodios reprobatorios de la mayor parte de la comunidad educativa por lo que tienen de incoherentes, porque el sistema no las concreta para que tengan éxito o debido a los siempre escasos recursos materiales. El fracaso escolar, asignado de forma injusta al alumnado que no supera el listón prefijado, es patrimonio único de quienes se empeñan en promover escenarios educativos alejados de la realidad de lo que la enseñanza obligatoria necesita desde hace tiempo en España: un acuerdo global, flexible, con espíritu de permanencia, reflexivo sobre lo que hay, con estrategias evaluativas para testar su desarrollo en cuanto a coherencia global, progresividad, formación y actuación del profesorado, facilitador del tránsito entre las diferentes etapas formativas, dotado de los suficientes recursos y apoyado en las necesarias seguridades pedagógicas, etc. Si se perfeccionan todas estas condiciones (y unas cuantas más), se estará en disposición de tener en cuenta el número de aprobados como uno de los reguladores de la acción educativa.

Los desajustes de la educación en España vienen de lejos, a pesar de la implicación de bastantes profesores. Pocas veces se ha logrado armonizar filosofía pedagógica con pragmatismo social, menos aún adaptar los sesudos currículos de las materias a las distintas capacidades madurativas de los escolares. Pero del descalabro actual tiene una alta responsabilidad el antiguo ministro de Educación y quienes con él impusieron la Lomce. Faltó tacto y reflexión sobre el conjunto del proyecto, que se centró en la fase evaluativa de manera muy particular, sin empeñarse en una acción positiva entre quienes deberían ponerla en marcha. ¿Qué pensará ahora desde su retiro dorado en París?

El tránsito educativo es complejo para todos los escolares y se recorre a diferentes velocidades. El continuo cambio de programas no lo favorece. Hace un mes se publicó aquí el de Educación Primaria. Al profesorado no le resultará fácil trasladarlo ya a la realidad diaria; no queremos pensar que una parte importante de él, hastiado por la acumulación de nuevos currículos, se limite a darle un rápido trámite para presentar a la administración los obligados documentos que marcan la programación general, con la dificultad añadida de que hay que adaptarla a nuevos horarios (otros más) y, en algunos centros, a la jornada única. El alumnado de Secundaria transita por nuevos currículos y vive con la amenaza final de la indefinida reválida; el que ha empezado segundo de Bachillerato desconoce cómo deberá superar el listón para entrar en la universidad. Mientras, los responsables educativos de las diferentes administraciones juegan al pimpón con la prueba de acceso, acerca de si seguirá como hasta ahora o será una reválida. Y, para más inri, todo esto ocurre dentro del maremágnum electoral en el que nos tienen atrapados desde hace un año. Confiemos en que el sentido común del profesorado aminore el actual desbarajuste.

Carmelo Marcén Albero, maestro y geógrafo.

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