Márquez Reviriego en vivo

Lo primero que debo precisar es que este artículo está muy lejos de ser una necrológica. Víctor Márquez Reviriego es mayor pero goza de una salud andaluza, que consiste en quejarse poco, disimular los achaques con un chiste y darle gracias a los dioses que se ocupan de los ateos por tener el privilegio de caminar por este mundo de mierda sin mancharse los bajos del pantalón. ¿Y quién es Víctor Márquez Reviriego? Pues se lo voy a contar porque merece la pena que lo sepan.

La historia del periodismo español de posguerra no es como se imaginan estos chicos del “jijiji-jajaja”. El franquismo fue un fenómeno casi geológico que duró cuarenta años, que se dicen pronto, por lo tanto no se dejen engañar por las falsificaciones. Cuando telefoneaba el gobernador civil de Barcelona, ya se llamara Antonio Correa Veglison o Rodolfo Martín Villa, los periodistas que alcanzaban tal honor disfrutaban de un orgasmo profesional.

Lo digo con pleno conocimiento de causa y si quieren les doy un ejemplo. Las Obras Completas Periodísticas de Manolo Vázquez Montalbán, recién publicadas, me producen vergüenza ajena porque los censores modernos han retirado artículos por razones que no se me escapan, pero que competen a la miseria ambiente. Aquí las biografías se montan como los muebles de IKEA, para que queden como “la República de tu Casa”.

A ese mundo difícil, al que se sumó Manolo Vázquez Montalbán a finales de los 60 con una modesta serie de artículos titulados Crónica sentimental de la posguerra, pertenecía Víctor Márquez Reviriego. Para ser exactos, él estaba en la redacción del semanario Triunfo desde hacía años y tuvieron que convencer a Eduardo Haro Tecglen de que los artículos de Manolo Vázquez debían publicarse, porque él tenía miedo de dos cosas: de que la censura se enfadara y de que le apareciera un competidor.

Para aclararles las cosas a los lectores catalanes de Triunfo, si es que alguno sobrevive. La serie de artículos de Manolo Vázquez Montalbán de la Crónica sentimental de España se publicaron gracias a dos tipos. Uno de ellos había pasado por la cárcel, apenas salido del seminario, y ahora deambula por territorios de la derecha extremada, César Alonso de los Ríos, ex militante del FLP y del PCE. El otro es Víctor Márquez Reviriego, que ejercía de redactor jefe en aquel modesto burdel que se llamaba Triunfo, al que los bisoños como yo creíamos que era algo así como la redacción de Les Temps Modernes, o en su detrimento Le Nouvel Observateur durante su gran época, cuando se trataba de un local subterráneo en la plaza del Conde Valle de Suchil, en el Madrid mesocrático, vecino a las glorietas de San Bernardo y de Quevedo.

Debo advertir por honestidad intelectual que Víctor Márquez Reviriego es amigo mío desde hace muchos años. Sufrimos juntos lo que significaron los años finales del franquismo, la primera transición y el miedo. Teníamos un amigo común inolvidable, Fernando González, liquidado doblemente por un melanoma y por el robo impune que hizo de su libro Memorias de un fascista un perillán del mundo literario que respondía al nombre de Francisco Umbral. Lo publicaría años más tarde con el título de La leyenda del César visionario.

Víctor Márquez Reviriego, andaluz de Huelva, con retranca senequista y ausencia absoluta de agresividad, es quizá el único espécimen periodístico que siempre fue socialdemócrata; una rareza para una época en la que todos éramos radicales. Y así lo sufrió. El periodismo español –no digamos ya la variante catalana– demuestra que no se puede pensar siempre de la misma manera, otra cosa es aparentarlo. A mí siempre me ha tentado hacer unas crónicas sobre los Jordi Pujol que he conocido, desde el estudiante de medicina que escribe a Ortega y Gasset para que le oriente, hasta el independentista, pasando por el preso, el socialdemócrata sueco, el lituano, el prusiano, el escocés, el irlandés, el banquero cosmopolita... Pero aquellos que siempre se movieron en un orden de ideas muy similar han sufrido una sanción social. Pocas cosas se pagan a precio de “prima de riesgo” como la coherencia.

A Víctor Márquez Reviriego le fueron cesando sucesivamente de todos los medios de comunicación, pero sin acritud, porque les petaba. En el fondo, yo creo que siempre estaba en el lugar equivocado y carecía de la más mínima apetencia a ocupar un cargo de responsabilidad social y política. Lo único que sabía hacer era escribir bien, incluso muy bien, y tener una cultura de codos y no de oídos; de la que se aprende estudiando y no escuchando. Posiblemente yo no comparta con Márquez Reviriego más que el pasado, las imborrables escenas de Eduardo Haro Tecglen echando a los radicales de Triunfo antes de convertirse en un icono de la estupidez republicana, otra estafa de este feriante que embaucó a puñados de cándidos sin libro de instrucciones. Luego Víctor fue capaz de escribir las más brillantes Crónicas parlamentarias que se han hecho de la transición y del socialismo en el poder.

Pero ocurrió que parecía un bien amortizado. “¡Muy bueno lo tuyo, Víctor!”. Para ser cronista de Corte y Parlamento se necesita más; la columna es para quien se la trabaja. No basta con escribirla bien, eso lo sabía y lo practicaba con sabiduría Manolo Vázquez Montalbán. No basta con conocer las reglas de la buena escritura, también se necesitan los sponsors políticos y mediáticos; sin ellos uno no deja de ser un amateur. No tengo ningún rubor en confesarlo, no creo que haya director de periódico o responsable editorial a quien no haya recomendado a Víctor Márquez Reviriego, un maestro que me lleva once años y al que leo aún con delectación. Yo soy un auténtico desastre para las recomendaciones. Hay gente que no se lo cree, pero basta que yo recomiende a alguien para que le rechacen. La única recomendación exitosa de mi vida fue la de un excura que se dedica a restaurar iglesias antiguas en Asturias, a quien admitieron como “cronista oficial” de un concejo de montaña. Un caso único del que me siento orgulloso, y dado que La Vanguardia no se vende en Asturias, seguro que no se enteran y no le echan.

Como es hombre periodísticamente ingenioso, Víctor Márquez Reviriego sumido en la inopia de ser considerado un maestro por los pocos que sobrevivimos, pero sin la más mínima posibilidad de ganarse las habichuelas con su oficio, se le ocurrió inventarse lo que ha venido llamando Auténticas Entrevistas Falsas. Imaginar y reconstruir lo que podría ser una entrevista a personajes ya fallecidos. En algún caso llegó a hacerlo a vivos muy vivos, con éxitos espectaculares. La frase atribuida a Jesús Aguirre, ya duque, sobre “las jaquecas de los Alba” que él padecía, se la inventó Márquez Reviriego y le gustó tanto al duque consorte que la repetía como si fuera propia.

Ahora acaba de publicar un libro con ese título sorprendente como un oxímoron, Auténticas Entrevistas Falsas (Editorial Leer), donde salvo el prólogo de Pepe Bono, que aseguran que es auténtico pero que parece el único falso, por su modestia –¡qué negro se lo habrá escrito!–, hay un material periodístico de una insólita cultura y una escritura brillantísima, superlativo que no le gustará al autor por excesivo pero que garantizo es cierto.

En otro tiempo yo hubiera recomendado que las escuelas de España tuvieran las Auténticas Entrevistas Falsas de Víctor Márquez Reviriego entre los libros de lectura obligatoria. Ahora me conformaría con que lo leyeran los maestros, si es que quedan. Bastaría decir que la entrevista falsa a Juan Ramón Jiménez es un prodigio de cultura y sensibilidad. La de Manuel Machado, un descubrimiento. Y la de nuestro querido suicida Larra, el primer periodista del país al que ahora algunos conversos ningunean resaltando al avispado Jaime Balmes, una lección de humanidad. En fin, una reflexión documental, casi un manifiesto involuntario sobre lo que es, o fue, el periodismo, nuestro país y la bellaquería ambiente.

Gregorio Morán.

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