Marruecos: esta vez es diferente

Solo los regímenes más abyectos trafican con sus propios ciudadanos con el fin de lograr objetivos de política exterior. Lo estamos viendo en la frontera de Ceuta, con el intento de las autoridades marroquíes de forzar un cambio de la política de España sobre el Sáhara Occidental, pero lo hemos visto también en Turquía, donde el presidente Erdogan suele lanzar a miles de buscadores de asilo y refugio contra las fronteras europeas cada vez que quiere presionar a la UE. Esta práctica encaja en el patrón de las nuevas guerras de conectividad, en las que los estados, en lugar de aprovechar la interdependencia que ofrece la globalización para prosperar, la usan unos contra otros como arma arrojadiza. Sin embargo, no es nueva. La Marcha Verde marroquí sobre el Sáhara Occidental en noviembre de 1975, donde Hassan II movilizó a unas 350.000 personas, marcó un hito en este tipo comportamientos. Como lo fue la apertura de puertos del régimen de Castro en la crisis del Mariel en 1980, donde unos 125.000 cubanos huyeron a EEUU.

Que Marruecos maneja la válvula de la inmigración de acuerdo con sus intereses es algo sabido. Unas veces lo ha hecho como protesta por actuaciones concretas de España con las cuales quería expresar su discrepancia, otras veces como recordatorio cuando se sentía olvidado o ninguneado; también, en ocasiones, para aliviar la presión en zonas tensionadas políticamente, como el Rif. Pero esta vez es diferente.

Primero, porque en esta ocasión el mensaje marroquí se ha despojado, tenemos que entender que de forma deliberada dado el silencio de sus autoridades, de toda sutilidad. Cuando en lugar de abrir una espita, revientas la tubería y animas a miles de personas a marchar sobre Ceuta estás generando una crisis que no está tan claro que puedas revertir tan fácilmente y que incluso podría escapar a tu propio control. La situación en Ceuta, teniendo que acoger de forma súbita a una avalancha de irregulares que supone un 10% de su población (algo así como si 300.000 personas llegaran de repente a Madrid), con los colegios cerrados, la campaña de vacunación suspendida y el ejército desplegado, refleja la voluntad de ejercer la máxima coacción posible sobre el Gobierno español. A poco que las autoridades marroquíes sigan la política española, y créanme que lo hacen, no les habrá pasado desapercibida hasta qué punto la cuestión de los menores acompañados alimenta, ojalá solo fuera en Vox, las ansiedades de la población española. Introducir en un solo día en Ceuta una cifra de menores (1.500) equivalente al 15% de todos los que en estos momentos ya están bajo la protección del Gobierno español a sabiendas de que no pueden ser devueltos es cebar la tensión a sabiendas de las consecuencias.

Segundo, porque lo que Marruecos quiere es imposible. El gobierno marroquí logró un gran éxito al pactar con Donald Trump el reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sáhara a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Pero ese reconocimiento no solo viola el derecho internacional y todas las resoluciones de Naciones Unidas sobre el conflicto, sino que es inútil si la Unión Europea y los vecinos de Marruecos, especialmente España y Argelia, no lo convalidan. La aspiración de Marruecos es sumar a España a la aquiescencia de EEUU, y de Francia, a una solución al conflicto saharaui que pase por la integración del territorio en Marruecos bajo una autonomía de incierto alcance y desconocida supervisión internacional. Pero para ello se topa con una serie de escollos importantes, entre ellos la posición del Gobierno español, que está muy lejos de apoyar esa pretensión, pero también la de un gran número de socios europeos, entre ellos, el más importante, Alemania, que no secundan las pretensiones marroquíes. En último extremo, diga lo que diga París, los demás gobiernos europeos y las instituciones europeas tienen las manos atadas por las numerosas sentencias que niegan la soberanía marroquí. La UE es un orden basado en el derecho, tanto hacia dentro como hacia fuera, que no puede ignorar los pronunciamientos ni de sus tribunales ni de los internacionales.

La gran pregunta es qué busca Marruecos. Y la hipótesis que inevitablemente se plantea es la de si Marruecos aspira a presionar a España con una ocupación de facto de Ceuta que lleve al Gobierno español a una eventual negociación sobre el Sáhara Occidental. Puede que esa sea la intención de Marruecos; de lo contrario carece de lógica una apuesta que va a deteriorar las relaciones bilaterales gravemente y por mucho tiempo. Sin embargo, el Rey Mohammed VI está cometiendo un triple error de cálculo al pensar que puede reeditar el logro épico de su padre de doblegar a España con un remedo de aquella Marcha Verde que Estados Unidos apoyó desde la distancia.

Primero porque España no es débil. Puede que su gobierno sea frágil internamente. Y sin duda que las divisiones entre los socios de coalición en torno a Marruecos y el Sáhara Occidental pueden favorecer esa impresión. También es verdad que nuestra política exterior, que por necesidades de guion y de intereses practica un perfil bajo en sus declaraciones públicas sobre Marruecos, puede ser interpretada bajo un signo de debilidad. Pero no estamos en 1975, no tenemos un dictador agonizando en la cama ni una transición a la democracia amenazada por una guerra colonial así que, fuera o no un error no informar a Marruecos del acogimiento dado al líder del Frente Polisario, la brutalidad de la respuesta de Marruecos convierte ese debate en estéril.

El segundo error de Marruecos, que muy bien podría volvérsele en contra, es que los invasores de Ceuta lo son falsamente: su objetivo último declarado no es marroquinizar Ceuta sino, si pudieran, españolizar Marruecos. Como eso es imposible, aspiran a españolizarse o europeizarse ellos mismos. Cualquier que haya visitado recientemente Marruecos sabe que Mohammed VI ha creado un país sin futuro ni trabajo para la juventud, así que no es el orgullo de ser marroquí lo que lanza la gente al agua, sino el fracaso de sus élites. Cuando esta aventura acabe y esos miles de personas sean devueltas a Marruecos, su rencor se dirigirá contra su Rey, no contra el gobierno español.

Por último, y este es el tercer error de Marruecos, España no está sola. En 1975 lo estuvo incluso a la hora de renunciar a su colonia y defender el derecho internacional, que hubiera exigido entregar el territorio a Naciones Unidas. No llegamos a tiempo ni nadie nos estaba esperando. Pero ahora es diferente. España es miembro de una UE cuyos Estados miembros, y Francia el primero por más que discrepe de España en torno al Sáhara (cosa que para ellos es fácil dado su pasado con Argelia), no están para bromas con la inmigración irregular, menos si alguien la emplea como instrumento de coacción para alimentar la extrema derecha populista. Las declaraciones de las autoridades europeas, expresando su solidaridad con España y recordando que las fronteras de Ceuta lo son de toda Europa, deberían ser escuchadas con atención en Rabat.

Quizá Marruecos no ha entendido que la disputa por la marroquinidad de Sáhara ya no es con España, sino con la Unión Europea. Durante décadas, la diplomacia española, de forma muy inteligente, ha construido un colchón de intereses con Marruecos en el que los múltiples planos de cooperación y acuerdo tapaban las aristas de los temas más peliagudos. Ahora vemos que no solo hay un colchón con Marruecos, sino un airbag europeo para los casos de choque. Marruecos está queriendo acelerar una demanda histórica, pero como les pasó en su momento a los independentistas catalanes, si en el último acelerón antes de lo que piensas es la meta, te sales de la curva, vuelves a la casilla de salida, y magullado. Marruecos se ha quitado la careta, pero su silencio le deja dejado desnudo de argumentos ante la UE. Esta crisis todavía tiene que cerrarse, pero ya sabemos quién es el gran perdedor.

José Ignacio Torreblanca es Profesor en la UNED y Director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).

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