Un viejo refrán catalán recuerda lo inoportuno de «celebrar Pascuas antes que Ramos», cuando una moza había quedado preñada antes de contraer matrimonio. En su versión actual, el refrán se aplica a los que alteran el orden natural de las cosas y pretenden airear que han conseguido algo antes de tenerlo en sus manos. Le está ocurriendo a Marruecos, desde que el atrabiliario Donald Trump, en un último e inoportuno aldabonazo a pocos días de abandonar la Casa Blanca, obsequió con el reconocimiento de su ‘soberanía’ sobre el Sahara Occidental. Este aval, por demás endeble, puesto que un grupo de congresistas norteamericanos se ha apresurado en solicitar al presidente Biden que se desentienda de él, ha actuado como un espejismo para el Gobierno de Rabat al forzar a España -y sin haber medido la repercusión de sus actos, también a la Unión Europea- con un abanico de simplezas que le deja en lugar harto desairado.
Como suele ser habitual, ha querido suscitar un cambio de postura de nuestro país que sigue siendo -mal que nos pese y aunque sucesivos gobiernos afirmen temerariamente carecer de responsabilidad alguna desde el 28 de febrero de 1976- la potencia administradora ‘de iure’ del Sahara Occidental (informe de Hans Corell, secretario general adjunto de Asuntos Jurídicos de la ONU de 12 de febrero de 2002). Hasta hace poco Marruecos utilizaba para estos fines la cuestión pesquera, pero dicho tema ha pasado a ser competencia de la UE: Rabat ya no puede hacerlo porque cuando ha negociado con Bruselas y ha intentado colar las aguas del Sahara, el Tribunal de Justicia de la UE recordó en reiteradas sentencias que el Sahara Occidental no forma parte de Marruecos.
La palanca más eficaz es, ahora mismo, las corrientes migratorias ilegales, cuyo flujo abre o cierra Marruecos según sus conveniencias. Recordemos el elefantiásico incremento de pateras a Canarias y últimamente el triste espectáculo de adolescentes, e incluso niños, que han alcanzado a nado las playas de Ceuta y Melilla. Pero también esta herramienta se está volviendo en su contra. Por de pronto, las autoridades comunitarias han recordado que las de Ceuta y Melilla -innecesario es decir que también las del archipiélago-, son fronteras de Europa y, en consecuencia, esta inmigración ilegal no sólo es un problema de España, sino de toda la Unión, de la que Marruecos es principalísimo beneficiario. A ello habría que sumar la devastadora imagen de un país del que sus ciudadanos ponen pies en polvorosa para escapar del hambre y la falta de perspectivas cuando tienen la más mínima oportunidad de hacerlo.
También se ha pretendido utilizar el acogimiento en España para recibir un tratamiento médico del secretario general del Frente Polisario. A Brahim Gali se le pudo dar entrada con la cortesía debida a todo jefe de Estado que realiza una visita particular a cualquier país, puesto que es el presidente de la RASD, estado tan miembro de pleno derecho de la Unidad Africana como Marruecos. Ahora bien, como España no ha reconocido todavía la RASD, no existía ningún problema en recibirle como algo que nadie puede negarle: en la condición de saharaui inscrito en el censo de un territorio no autónomo del que es su potencia administradora ‘de iure’. Es decir, como administrado español, aunque en este supuesto no hubiera estado de más informar de su llegada a Marruecos en su condición de potencia administradora residual y ‘de facto’ del territorio en virtud de los acuerdos de Madrid de 14 de noviembre de 1975. Parece que así se ha hecho en el momento de su regreso a Argelia.
Desliz de mayor calado ha sido el anuncio del Gobierno marroquí de que las maniobras militares African Lion 21 que tendrán lugar este mes en dicho país, así como en Túnez y Senegal, se desarrollarían también en algunas zonas del Sahara Occidental. El Comando central de la Fuerzas Armadas de EE.UU. para África (Africom) ha tenido que desmentirlo y puntualizar que se desarrollarán «desde la base aérea de Kenitra, en el norte, hasta las áreas de entrenamiento de Tantan y Guerir Labouhi (Greïer el Bouhi), en el sur». Es decir, al norte del paralelo 27’ 40º, frontera internacionalmente reconocida del Sahara Occidental.
Y no ha faltado la grosera comparación entre el Sahara Occidental y Cataluña, que es como confundir la gimnasia con la magnesia. Claro que si el inefable Puigdemont pilla la onda...
Todo este cúmulo de desaciertos oculta una realidad poco o nada conocida en España: la de un país del que se ha apropiado Marruecos en la mayor parte de su territorio, haciendo creer a sus nacionales que son las ‘provincias del sur’; en el que se han realizado cuantiosas inversiones a precario, sustrayéndolas al propio Marruecos, algo así como si yo me dedicara a invertir en el terreno contiguo a aquel que es de mi propiedad (se han construido numerosos poblados en los que no vive ni un alma); en donde se aplican normas fiscales más beneficiosas, con el consiguiente disgusto de los marroquíes que viven en su territorio nacional; y al que se ha trasladado a miles y miles de colonos y se ha propiciado el ‘retorno’ de saharauis que, cansados del exilio o la diáspora, o desengañados, han acabado regresando a las casas que tuvieron que abandonar hace cuarenta y tantos años.
A pesar de todo, no se ha logrado conseguir una verdadera integración humana: los saharauis por un lado, los ‘norteños’ -como llaman eufemísticamente los primeros a los colonos- al otro. Los autóctonos, en particular los ‘retornados’ que son recompensados con vivienda y sueldo, no por ello dejan de ser sospechosos de desafección y la mínima muestra externa es castigada con máxima severidad como un «atentado a la unidad nacional». Con toda la razón del mundo pues, como me comentaba muy confidencialmente uno de ellos, «si viene el Rey saldremos a recibirle con la bandera marroquí y a gritar con entusiasmo, pero si se celebrase un referéndum ni uno solo de nosotros dejaríamos de votar en favor de nuestra independencia». Por eso Marruecos no quiere jugar a la ruleta rusa y ha tratado de impedir -y de momento lo ha logrado- aplazarlo ‘sine die’. Mientras tanto, por las noches, en las casas de los saharauis de El Aaiún, se sintoniza muy bajito la televisión de la RASD...
Como se puede comprobar, los nervios son pésimos compañeros de la acción política y diplomática e inducen a la comisión de graves torpezas. El Sahara Occidental sigue siendo, a la luz del Derecho internacional, de Naciones Unidas, de la Unión Africana y de la Unión Europea, un territorio no autónomo pendiente de autodeterminación. El hipotético reconocimiento de cualquier país, por muy importante que sea, no varía este estatus, y el de Estados Unidos a la ocupación marroquí del Sahara Occidental prometido por Trump puede evaporarse tan rápidamente como una pompa de jabón. Y es que, con independencia de cualesquiera otras razones, Estados Unidos sabe muy bien que de persistir en este craso error ¿qué autoridad moral y política tendría para rechazar la ocupación rusa de Crimea?
Pablo-Ignacio de Dalmases es periodista e historiador.
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¿Desde cuándo los españoles amaban a los moros saharauis?
¿Desde cuándo los españoles defendieron los intereses de los moriscos?
¿O es el odio de un gran Marruecos lo que te impulsa?