Márruecos y Sáhara: Democracia, diálogo y razón

Diez años antes de que comenzara el interminable conflicto del Sáhara Occidental, el presidente tunecino Habib Burguiba pronunció en Jericó un famoso discurso en el que criticó con dureza la política del “todo o nada” que había llevado a Palestina a la derrota de 1949. Estas declaraciones produjeron tal efecto en medios nacionalistas árabes, que diabolizaron al presidente tunecino, y su país estuvo a punto de ser expulsado de la Liga Árabe por indicación del presidente Nasser. Dos años después de aquel discurso sobrevendría una derrota mayor y la intransigencia del más fuerte, los errores del más débil y cierta connivencia de facto internacional, han conducido al problema irresoluble de hoy.

El problema del Sáhara Occidental, pendiente de una descolonización definitiva, va camino del mismo curso, atascado desde hace 45 años. Los intentos de desbloquear la situación mediante negociaciones entre las dos partes reconocidas por Naciones Unidas, Marruecos y el Frente Polisario, han acabado en fracaso por la intransigencia del “todo o nada” de ambos. La única propuesta que pudo concluir positivamente fue el plan del enviado especial del secretario general de la ONU, James Baker. Pero sus dos versiones fueron vetadas, la primera por el movimiento saharaui y Argelia y la segunda por Marruecos.

Los recientes acontecimientos de Guerguerat, en la frontera del Sáhara Occidental con Mauritania, han roto el engañoso “alto el fuego” de 1991 entre las partes. Engañoso, pues la guerra durante estos 30 años se prolongó por la vía de la demonización mutua y de la privación de derechos a los autóctonos en el propio Sáhara.

El reinicio de las hostilidades parece inaugurar un cambio de estrategia por parte saharaui, canalizando así la frustración acumulada en las jóvenes generaciones de los campos de Tinduf, hartas de que la política preconizada desde Naciones Unidas de favorecer un entendimiento entre las partes no haya impedido que Marruecos actúe a sus anchas y con impunidad en el territorio, ignorando los derechos de los oriundos saharauis. Pero no se ve que pueda conducir a nada, dado el desequilibrio de ambos contendientes. El único logro será llamar la atención para que se recuerde que el conflicto sigue ahí.

Los sucesos de Guerguerat aparecen en un momento en que el mundo está sumido en plena pandemia de la covid-19, en plena transición presidencial en Estados Unidos, tradicional aliado de Marruecos, con un vacío (relativo) de poder en Argelia, el gran protector del Frente Polisario, circunstancias que no parecen facilitar que este conflicto cobre un verdadero protagonismo que mueva a las instancias internacionales a ocuparse de él. Marruecos se ha aprovechado de la circunstancia para consolidar su control del paso hacia Mauritania. Y encima, ha recibido el espaldarazo de un presidente en fuga, Donald Trump, que ha querido legar a su sucesor un problema de envergadura, que tendrá repercusiones muy negativas en el interior de Marruecos por la contrapartida del reconocimiento mutuo entre Marruecos e Israel para lo que la opinión marroquí no está preparada.

La progresiva palestinización del conflicto saharaui (”Nueva Palestina en tierras del Sahara” fue el título de un artículo premonitorio escrito en 1972 en la revista marroquí Anfás, por quien poco después fundaría el Polisario, El Uali) no viene ya por las semejanzas de ocupación de un territorio sin el reconocimiento internacional, sino por la banalización que ha adquirido en la escena mundial, al margen de las cuestiones que preocupan.

No parece, pues, que con la ruptura del “alto el fuego” se vaya a romper la inercia en la que se halla el problema. Marruecos se encuentra instalado en la cómoda postura de haber avanzado su propuesta de 2007 de una amplia autonomía que no se ha visto concretada en nada desde entonces, pero que le sirve para justificarse ante una comunidad internacional que nada le exige.

Aquel proyecto hablaba de autonomía, de amnistía, de revisión constitucional e incluso de elección del presidente de una futura autonomía saharaui por una asamblea parlamentaria electa, con muy amplias competencias, pero estas, clave del proyecto, nunca fueron especificadas. La propuesta prometía una amnistía general que excluyera toda persecución, detención o intimidación de la otra parte. Pero en la práctica Marruecos ha hecho todo lo contrario negando derechos de expresión, de asociación, a los saharauis. En 2011 se revisó la constitución marroquí, pero el Sáhara quedó olvidado, aparte de un maquillaje con el reconocimiento del patrimonio hasaní.

El Frente Polisario nunca quiso entrar a discutir la propuesta de autonomía, pues parecería abandonar su aspiración a la independencia. Se centró todo en un referéndum de autodeterminación. Pero un problema tan complejo no se resuelve con un sí o un no en una consulta sobre la adhesión a principios abstractos como “independencia” o “anexión a Marruecos”. ¿No caben explorarse otras vías que aseguren un “estatuto negociado por las dos partes, sin riesgo de ganar o perderlo todo”, como sugirió Abraham Serfaty al presidente Bouteflika en una carta en el año 2000? ¿Con un referéndum posterior sobre lo negociado?

Marruecos lo cifra todo en un desarrollo del Sahara a base de inversiones, pero se olvida de los saharauis, más de cien mil de los cuales malviven en campamentos en Tinduf. Su propuesta de 2007 ofrecía para ellos “una reinserción completa en el seno de la colectividad nacional, en las condiciones que garanticen su dignidad, su seguridad y la protección de sus bienes”. En 2013 el Consejo Económico y Social hablaba de la progresiva inserción de los refugiados de Tinduf, pero esto, sin negociación alguna, es un imposible.

Hoy, más que nunca, en medio de esta pandemia cuyas secuelas tanto le van a costar a Marruecos superar, es una necesidad urgente negociar un pacto en las mejores condiciones para acabar con el lastre del problema que tenga por meta el retorno a su tierra de los saharauis en la dignidad, que les asegure un futuro en paz y libertad. Las garantías que Marruecos debe ofrecer no son solo económicas, de techo y trabajo, sino de una democracia que reconozca su particular identidad y una autonomía plena para la gestión de sus asuntos. Lo dice el veterano opositor marroquí Bensaid Ait Ider: “Democracia y diálogo deben prevalecer para que los saharauis de Tinduf retornen a su hogar, en Marruecos, y que la razón prevalezca sobre los tambores de guerra”.

Bernabé López García es profesor honorario de historia del mundo árabe contemporáneo en la UAM.

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