Martin Villa y los valores de la Transición

El pasado 26 de noviembre Rodolfo Martín Villa tomó posesión de su plaza de número en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El nuevo académico pronunció un brillante discurso sobre «Claves de la Transición. El cambio de sociedad, la reforma en la política y la reconciliación entre los españoles». Como acertadamente señaló en su contestación Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, la disertación contenía un diagnóstico (la transformación de la sociedad en los años 1960-70 que precedió a la Transición), una crónica descriptiva (la de la propia Transición política desde el autoritarismo a la democracia) y un epílogo en el que hacía una valoración personal sobre los problemas políticos que hoy nos preocupan a los españoles y que, en su opinión, deben enfocarse de cara al futuro desde la idea de la reconciliación nacional.

La Transición no habría sido posible si en los sesenta y setenta no se hubiera forjado en España una todavía incipiente clase media. Pero además, fruto de ese dinamismo social, surgió una élite que empezó a dar muestras de descontento por la falta de apertura del régimen franquista. Se produjo un desfase entre la evolución económica y social, que ofrecía nuevas oportunidades, y el inmovilismo político que reprimía las libertades políticas. Martín Villa personaliza intelectualmente el espíritu de la Transición en Laín Entralgo. «De su mano una generación de españoles comenzó un aprendizaje que fue clave en ese momento histórico». Pero lo que más me interesó del discurso fue su epílogo. La Constitución se aprobó hace siete lustros y, viendo el tiempo transcurrido y nuestra realidad política, habría que hacerse una doble pregunta: ¿estamos al final de un ciclo porque la Transición ha agotado sus virtualidades como acontecimiento vertebrador de nuestra convivencia?; y ¿la actitud de las fuerzas políticas va a permitirles poner en peligro ese consenso básico? Coincido con la respuesta que el académico da a esta importantísima cuestión: «Estoy convencido de que lo que los españoles hicimos para reconciliarnos y para estructurar nuestras instituciones tiene por delante largos años durante los cuales seguiremos disfrutando de sus efectos beneficiosos, lo que no quiere decir que no tengamos pendientes algunas tareas necesarias para mejorar nuestra convivencia».

La primera tarea reformista es la territorial. El Estado de las autonomías requiere en estos momentos una atención política especialísima. La articulación de las autonomías se abordó desde una experiencia muy reducida, que se constreñía en nuestra reciente historia a la II República y desde un conocimiento muy limitado de lo que acabarían por dar de sí los sentimientos que lo autonómico suscitaba al inicio de la democracia.

Con el transcurso del tiempo estos sentimientos se han generalizado y la identificación con lo autonómico ha alcanzado una importante dimensión. Dar respuesta general a estas manifestaciones difícilmente permite soluciones definitivas. Tres son las propuestas que Martín Villa sugiere. La primera, de carácter institucional, la transformación profunda del Senado en Cámara de representación territorial, como foro político de diálogo multilateral de las autonomías entre sí y de estas con el Gobierno de la nación. La segunda, de carácter económico, que las Comunidades no solo compartan el gasto, sino también los ingresos, es decir, que sean recaudadoras de tributos, salvaguardando la política fiscal del Estado y el principio de solidaridad interregional. La última propuesta es la que comparto en mayor medida: el Estado tiene que poder regular la educación, ya que los planes de estudios no pueden ser factores de disgregación.

La segunda gran reforma que propone es la institucional y política. Menciona a los partidos, a los que se debe exigir un comportamiento ético y transparente. Es necesario reformar la ley electoral y devolver a los partidos el prestigio y autoridad moral que tuvieron en la Transición, así como «corregir la abundancia de quienes no tienen otro oficio que la política».

Las reformas que apunta Martín Villa no son las únicas. Hay otras igual de importantes e inaplazables. Toda reforma requiere un diagnóstico, una crónica descriptiva (un procedimiento, en términos jurídicos) y un epílogo. Pero para que triunfe una reforma política es imprescindible que tenga como objetivo la concordia nacional, si no será una reforma baldía. Esta lección la entendieron perfectamente los protagonistas de la Transición y no debemos olvidarla.

Han transcurrido casi cuatro décadas desde que se produjeron aquellos hechos que conformaron lo que venimos llamando la Transición política, y casi las dos terceras partes de los españoles de hoy no habían nacido en aquel entonces. La Historia de los pueblos, como las biografías de sus prohombres, no puede olvidarse por las jóvenes generaciones. Debemos un reconocimiento a aquellos que, como Martín Villa, contribuyeron a establecer el régimen democrático del que gozamos, porque constituyen una enseñanza para todos los españoles, tanto para los que vivimos aquellos años, y que parece que lo hemos olvidado, como para la juventud, que también parece dar por supuesta la convivencia.

José Luis Ruiz-Navarro Pinar, letrado de las Cortes y profesor de Derecho Europeo.

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