Más allá de Bratislava

Un debate se extiende por toda Europa. Ante el avance de los populismos y la creciente desafección que sienten los ciudadanos por el proyecto europeo, la Unión Europea se halla en un momento crítico. La decisión de salir de la UE elegida por una parte del pueblo británico (36% de los electores) no hace más que reforzar la lógica política que se impone. Por un lado, los ciudadanos quieren ser consultados. Por el otro, a Europa se la obliga a cambiar. Entre otras tensiones, el voto del Reino Unido está poniendo a prueba a Europa y ya hay quien pide que se escriba un nuevo capítulo de su historia. Otros, contagiados por la idea, exigen un referéndum sobre la pertenencia de su país a la UE y al euro. ¿Hasta dónde puede llevarnos este debate?

Se veía venir que el referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE iba a provocar un choque de carácter político más que un choque de naturaleza económica. Se preveía que podía provocar un contagio difícil de evitar a otros estados miembros. Lo que parece que ha quedado claro es que la respuesta ya no puede ser la de «más Europa», ya que esta respuesta no hará más que alimentar la distancia entre los ciudadanos y la construcción europea. La respuesta a la necesidad de democracia de Europa se ha de dar a través de un proceso de apropiación democrática, de refuerzo de la democracia y de la cultura cívica europea en el que participe una amplia mayoría de la sociedad que permita legitimar la construcción de la unión europea e imaginar su futura evolución.

Es urgente definir el método de la nueva Europa y la movilización de todas las palancas de la democracia participativa. Organizar grandes debates nacionales y trasnacionales que tengan su origen en la ciudadanía y que propongan las reformas que hagan a Europa más democrática. Lo que no se puede seguir haciendo es una Europa desde los despachos de las instituciones europeas.

El 'brexit' no puede hacernos retroceder, al contrario, nos debe hacer revivir. Los europeos deben reinventarse y aceptar los desafíos colectivos. Se trata de contribuir a una reapropiación urgente del proyecto europeo por los ciudadanos por el interés general de todos y cada uno de nosotros. Somos los ciudadanos los que debemos diseñar nuestro futuro común. Se debe consensuar una hoja de ruta ambiciosa pero que sea concreta y realista, centrada en las necesidades y las preocupaciones reales de los ciudadanos. Si no se consigue avanzar por este camino, la ciudadanía acabará por descolgarse aceleradamente de las instituciones europeas y este será el primer paso para una implosión de la Unión. Nos encontramos ante una amenaza sin precedentes a nuestras democracias.

Una Europa unida y poderosa, como la que imaginaron los padres fundadores, es más necesaria que nunca para poderse enfrentar a un mundo agobiado por los desafíos geopolíticos, climáticos o económicos trasnacionales, a los retos demográficos, a los problemas de falta de seguridad.

Europa, como hemos defendido durante décadas, se enriquece con su diversidad nacional, con la garantía de los derechos fundamentales, con su demostrada capacidad de integrar a los emigrantes, de crear empleos, de reducir las desigualdades y de influir en el curso del mundo. Esa Europa que nos ha permitido vivir más años de paz que nunca en la historia, es la nueva Europa que debemos conquistar. La Unión Europea debe convertirse en una gran potencia democrática, cultural, ecológica y económica en un mundo multipolar en el que los europeos no representarán más que el 5% de la población mundial. Esta es la condición para que los ciudadanos recuperen la confianza en el futuro.

Y para que ello sea posible, para que los habitantes europeos recuperen la ilusión en el proyecto de integración, hemos de hacer que las instituciones europeas sean más eficaces, transparentes y democráticas. Hemos de finalizar la zona euro para que sea eficaz y deje de hacer crecer las desigualdades.

Hay que adaptar los tratados a nuestros tiempos y es preciso buscar un nuevo modelo para que Europa encaje en el mundo. El modelo que nos permitió acceder a la modernidad no es eterno y hay que saber adaptarlo a los difíciles tiempos que vivimos. Y habrá que hacerlo preferiblemente con el acuerdo de todos los países europeos y aceptar a aquellos que avancen a un ritmo más lento con la justa correspondencia solidaria de los más decididos.

Bratislava ya se ha quedado pequeña.

Agustín Ulied, profesor del Departamento de Economía de ESADE. Miembro del Tean Europa.

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