Más allá de la fe: feminista federal

No somos dioses. Ninguno de nosotros lo es. Tampoco sumados lo somos. No hay pueblos divinos. Todos estamos hechos del barro de las batallas y de la tierra fértil de los momentos de paz. Esos en los que dejamos de luchar por las ideas y somos capaces de crearlas. Si arrinconamos la superioridad que nos aportan las creencias, solo somos personas que aspiramos a tener una vida digna de ser vivida y un futuro para legar a nuestros hijos. Un anhelo humilde. O muy ambicioso. Pero que, en cualquier caso, delata cuanto en común hay en nuestra diversidad.

Somos diversos. Y podemos construir un muro que proteja esa diversidad o crear esferas flexibles, dinámicas, capaces de acoger a todos y cada uno de nosotros. Esferas compuestas de anhelos comunes, de soberanías compartidas y que no impliquen la supeditación del débil al fuerte.

El poder tradicional nos ha querido con fronteras y banderas. Las patrias las crearon amos, señores o salvadores que quisieron envolver de emoción sus dominios para enaltecer y conseguir la obediencia de sus súbditos. En las patrias vivimos. Y por ellas, a veces, morimos. Pedazos de tierra que, demasiado a menudo, se han hecho grandes explotando a otros y se han aupado sobre el desprecio a los enemigos exteriores o a las minorías internas.

Patria. Patrón. Padre. Patriarcado… Las mujeres sabemos mucho de ese poder antiguo, aún tan vigente. El que nos ha sometido a siglos de discriminación en todos los campos del poder público: político, económico, social, científico, cultural… En la lucha por la igualdad, la visión feminista explora otros ejercicios del poder. Y busca crear relaciones en las que prevalezca la colaboración y la integración frente a la competencia o la jerarquía. Movimientos de confluencia capaces de romper compartimentos estancos que nos debilitan a todos.

Si entendemos el federalismo como un pacto que reconoce las diferencias; que permite integrar sociedades con identidades múltiples; que gestiona la diversidad no desde la simple tolerancia, sino desde la generosidad y la admiración; si lo contemplamos como un modo de afrontar un mundo globalizado con problemas comunes y de frenar el auge de los nacionalismos xenófobos, podemos concluir que el feminismo y el federalismo comparten mucho más que las dos primeras letras.

Una parte del movimiento feminista en Catalunya ha visto en la independencia una posibilidad de construir una sociedad diferente. Un nuevo estado que naciera libre de pactos interesados entre poderes hegemónicos. Un país que reconociera las identidades plurales y cambiantes, que combatiera las múltiples opresiones. Más justo, más equitativo.

Pero la realidad de los hechos nos ha llevado a un pulso de dominaciones. El gobierno del PP fue autoritario al realizar una campaña contra el Estatut y, con ello, alimentar la catalanofobia. También al negarse una y otra vez al diálogo o en emplear una brutal violencia policial el 1-O. El gobierno de Puigdemont cayó en el autoritarismo al aprobar unas leyes que vulneraban el Estatut, la Constitución, el dictamen de los letrados y los derechos de la oposición. La DUI quiso imponer el anhelo de la mitad de la población sobre la mayoría.

Podemos discutir sobre qué afrenta es mayor. Podemos seguir compitiendo, instalados en la lógica de la batalla, en el ganar o perder, en el desprecio de todo el que no comulga con las propias ideas o en el interesado acercamiento al adversario para fagocitarlo, o podemos abandonar esa visión del poder.

Se han cometido muchos errores. Y son muchos los que han fallado. Por obra, omisión, impotencia o incompetencia. A pesar de la efervescente radicalidad democrática que algunos han tratado de imprimir al ‘procés’, lo cierto es que se ha acabado pareciendo demasiado a un nacionalismo excluyente. Se ha buscado la emocionalidad por encima de todo, también de la verdad. Demasiados han querido agitar el tarro de las esencias, sin ver que el perfume ya era otro. Una realidad mestiza, preámbulo de un futuro aún más diverso.

No se ha sabido trabajar una idea de España acogedora y consciente de la riqueza de su diversidad. No se ha sabido admirar las culturas y las lenguas que la integran. Tampoco desde Catalunya se ha profundizado en los anhelos comunes. Pero, por encima de todo, no se ha sabido poner la política al servicio del bienestar y el respeto de todos. Son muchos los que en Catalunya y en el resto de España quieren construir una sociedad donde los derechos de todos prevalezcan sobre los intereses de unos pocos. Podemos tener otro poder no edificado sobre la dominación. Y para ello necesitamos construir un diálogo real entre personas capaces de defender las diferentes realidades de género, clase social e identitarias en condición de igualdad.

“El feminismo para ser total tiene que saber enmarcarse en un contexto político que sea liberador”, sentenció la escritora y periodista Montserrat Roig. El federalismo puede crear espacios comunes y protegernos de las derivas centralistas. Atrincherarnos tras la fe de las banderas no nos dará más libertad.

Emma Riverola, esscritora.

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