Más allá de la Tercera Vía

La victoria de Angela Merkel el pasado fin de semana en las elecciones generales en Alemania viene a confirmar lo que ya sabíamos: que los partidos socialdemócratas europeos no han sabido sacar beneficio político de la asociación entre la veneración que tiene la derecha por los mercados libres y las crisis económicas que asolan al continente.

Históricamente, los europeos se vuelven conservadores en tiempos de crisis. Pero hoy en día la situación es más compleja. En Alemania, los socialdemócratas se han derrumbado, y los democristianos de la canciller Merkel, a pesar de su victoria, también han tenido peores resultados que en las elecciones anteriores. En cambio, los votantes han optado por la Izquierda, los Liberales y los Verdes.

Estos partidos han sabido aprovechar las nuevas tendencias demográficas, el surgimiento de una generación progresista más joven, el aumento continuo de los niveles educativos, el crecimiento de la clase profesional, la importancia del peso social de los hogares monoparentales y alternativos, así como el avance de la diversidad religiosa y el laicismo. De manera que, a pesar de la derrota de los socialdemócratas, se puede percibir la emergencia de nuevos electorados favorables a los progresistas. Estas tendencias se repiten por toda Europa.

¿Entonces, por qué estos grupos no votaron a los socialdemócratas? Más allá de la falta de líderes carismáticos y de batallas internas, se pueden avanzar cuatro factores comunes a muchos partidos socialdemócratas en Europa, que también explican esos pobres resultados electorales y que tienen su origen en algunos fallos del proyecto de la Tercera Vía que en su día fue hegemónico.

Primero, los socialdemócratas europeos no han sabido definir últimamente lo que representan y en qué se diferencian de los conservadores. La Tercera Vía reconcilió en los años 90 al pensamiento progresista con la economía de mercado, el individualismo y la globalización. Esto ayudó a Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schroëder a establecer hegemonías políticas en un área dominada por los conservadores. Los tres proyectos seguían aspirando a lograr mayor cohesión social, pero al rechazar muchos de los instrumentos para lograrlo, tradicionalmente asociados con los socialdemócratas, contribuyeron a la estrategia conservadora consistente en desdibujar las diferencias existentes entre unos y otros. Además, las dificultades que hoy tienen los socialdemócratas a la hora de definir un paradigma económico alternativo provienen de lagunas existentes en el pensamiento de la Tercera Vía, particularmente en lo que se refiere a la renovación industrial.

Segundo, los socialdemócratas han fallado a la hora de conectar con los valores de los votantes y por eso tienen tantas dificultades para hacer frente al impulso populista típicamente arraigado en estos valores. El rechazo de la Tercera Vía al papel movilizador de la ideología constituyó en su momento una fortaleza; pero ahora se ha convertido en una debilidad. Los políticos socialdemócratas a menudo sufren de seminaritis, tratando el proceso político como un mero ejercicio de recopilación de datos, argumentos y proposición de las ideas. Pero en tiempos de incertidumbre los votantes necesitan algo más que una lista de propuestas sobre políticas concretas. Al centrarse en la responsabilidad y la reforma tecnocrática, los socialdemócratas parecen no tener interés en los valores y las emociones de la clase trabajadora ni el electorado progresista emergente. Como resultado, son desbordados por los partidos a su izquierda y derecha así como por los Liberales y los Verdes.

Tercero, los socialdemócratas se encuentran confrontados a una multitud de nuevos desafíos políticos que la Tercera Vía no había previsto. Ésta emergió en una época de profundo optimismo. El fin de la Guerra Fría y el auge de las empresas tecnológicas llevaron a muchos a pensar que la ideología y el conflicto estaban superados y que el Occidente postmoderno podría vivir del sector servicios mientras consumía productos producidos por el Tercer Mundo. Pero la entrada de 1.000 millones de nuevos trabajadores en la economía global no ha sido un fenómeno exento de consecuencias. Mientras los beneficios de la globalización se repartieron ampliamente, los costes fueron soportados por unos pocos, normalmente colectivos de la clase trabajadora que alguna vez fueron la base de los partidos socialdemócratas.

Estas tendencias se han exacerbado con la crisis actual y los partidos socialdemócratas no han podido ofrecer una respuesta convincente. La confluencia de una preocupación creciente por la inmigración, el crimen y el terrorismo islámico, ha provocado que el electorado europeo se volviera vulnerable a una política de miedo y populismo. Los socialdemócratas en la actualidad están atrapados ante el siguiente dilema: si siguen alabando las virtudes de la globalización o del multiculturalismo sin aceptar sus dificultades, se arriesgan a alienar una parte del electorado emocional que necesitan para ganar las elecciones. Pero si aceptan que su electorado principal se siente atraído por los mensajes emocionales de los competidores de derecha e izquierda en temas laborales e inmigratorios, y optan por usar su mismo lenguaje, entonces se arriesgan a perder el apoyo de sus votantes éticos.

Los socialdemócratas, finalmente, han fracasado a la hora de modernizar su forma de hacer política. El atractivo que tienen muchos nuevos movimientos políticos y sociales es que están abiertos y menos jerarquizados que los partidos tradicionales. Lejos quedaron aquellos días en que una sola estructura política mandaba y controlaba todas las fases de la elaboración y la comunicación de las políticas. La llegada de los nuevos medios de comunicación social y la blogosfera imposibilitan tal enfoque. Además, ahora los votantes no quieren ser el último eslabón de la cadena y quieren jugar un papel más activo en todo el proceso político.

Si bien la Tercera Vía fue una etapa esencial en la renovación del pensamiento socialdemócrata, en particular porque reconcilió a un electorado resignado al conservadurismo económico y social con la posibilidad de conjugar la globalización con las políticas progresistas, está claro que su tiempo ha pasado. Si los partidos socialdemócratas quieren recuperar su hegemonía, entonces deberán dar un paso hacia una nueva fase de gobernanza progresista.

Para que los socialdemócratas puedan beneficiarse de la emergencia de nuevos grupos sociales y futuros electores que les son potencialmente favorables, necesitarán reivindicar una parte de su agenda tradicional que ha salido reforzada con esta crisis, deberán añadir elementos nuevos y, sobre todo, deberán incorporar una nueva dimensión emocional, un nuevo impulso y una nueva forma de hacer política, una que esté abierta a otros partidos y a nuevos electores.

Para los que se sienten aún muy cercanos a la Tercera Vía, esta transición será dura, pero el trabajo debe empezar ya, y lo pondremos en marcha este fin de semana en Madrid durante la Conferencia para el Progreso Global organizada por la Fundación Ideas y el Center for American Progress.

Carlos Mulas, director de la Fundación Ideas, y Matt Browne, miembro del Center for American Progress. Firman también este artículo John Halpin y Ruy Teixeira.