Más allá de lo conseguido

Durante los últimos veinticinco años,  España ha venido acumulando, con el esfuerzo de todos, un más que notable capital tecnológico y humano que, junto con las grandes inversiones en infraestructuras y un creciente esfuerzo innovador, sienta los pilares de la necesaria recuperación a largo plazo de nuestra paupérrima economía.

La profundidad y alcance de la crisis económica y sobre todo financiera que hoy asola nuestro país, y el consecuente y justificado pesimismo institucional y social en el que vivimos, no pueden servir de excusa para no afrontar el futuro con esperanza.

Nuestra crisis, más allá de la volatilidad circunstancial de los mercados financieros, tiene tantas razones de fondo como soluciones a la vista. Se podría decir, incluso, que protocolizadas. Porque sabemos perfectamente l0 que hay que hacer. Así que bastaría con hacerlo, y cuanto antes. A saber: reducir severamente los gastos públicos de las administraciones central y autonómicas para reducir el déficit y normalizar la financiación de la economía; liberalizar los mercados -laboral, comercial, etc.- para generar confianza empresarial y en consecuencia propiciar el crecimiento económico; y facilitar las actividades empresariales librándolas de las numerosas y absurdas barreras normativas que limitan su franco desarrollo.

Las citadas medidas son en todo caso necesarias para mejorar nuestra calidad institucional, pero no suficientes para garantizar una sana y sostenible recuperación de nuestra economía.

El crecimiento futuro de la economía española solo será posible si se lleva a cabo hacia el exterior, pues la demanda interna de consumo e inversión no será suficiente para impulsarlo, al menos a un nivel que permita la creación de empleo, clave esencial de una sólida recuperación.

Por fortuna, la economía mundial -especialmente los países emergentes, con Asia a la cabeza- sigue creciendo con vigor, de manera que las oportunidades de exportar e implantarse en el exterior están garantizadas.

España presenta un muy pobre balance exportador, de los más bajos de Europa: poco más de un 25% del PIB, frente al 40% del PIB conjunto de la UE. Además, la industria española apenas compite con las importaciones, cuando podría y debería hacerlo. No nos va tan mal, sin embargo, en la exportación de servicios: desde el turismo a la consultoría tecnológica, la posición competitiva de nuestro país, aunque mejorable, presenta un balance positivo.

Llegados este punto, resulta evidente que lo que necesitamos es una nueva política industrial que impulse la competitividad de nuestros tejidos productivos de la mano de la tecnología y la innovación, para que vuelquen sus actividades más allá de nuestras fronteras, amén de competir en nuestro propio mercado con las importaciones de otros países por innovación y calidad, además de costes competitivos.

La tecnología y la innovación, de la mano del capital humano, son los factores clave del mejor futuro posible para nuestro país: un crecimiento económico sostenible generador de empleo cualificado y bien remunerado.

¿Y qué cabe hacer, en términos concretos, para llevar a cabo tan noble empeño?

En materia tecnológica, aunque España parte de un buen nivel de equipamientos, hay que redoblar los esfuerzos para convertirnos en un país pionero y líder, porque está a nuestro alcance, al menos en tres ámbitos: nuevas redes de telecomunicaciones de muy alta velocidad, ahorro energético basado en la innovación tecnológica y administración pública electrónica. En los tres casos se mejorarían sustancialmente la eficiencia y la competitividad de nuestra economía, sin que hagan falta tanto recursos públicos como perspicacia legisladora para llevarlos a cabo.

En el ámbito innovador son varios los frentes de batalla: convertir los logros científicos universitarios -que han alcanzado un considerable nivel últimamente- en tecnología, es decir, en actividad empresarial. Propiciar, mediante mecanismos fiscales ya experimentados con éxito en otros países, una verdadera industria de capital riesgo para facilitar el soporte financiero de nuevos proyectos y empresas innovadoras, no solo originados por españoles, sino como polo de atracción de talento extranjero innovador, algo inexplotado pero de mucho futuro.

El sostenimiento a largo plazo de un crecimiento basado en la tecnología y la innovación, el único que puede proyectarse más allá de nuestras fronteras, solo será posible si nuestro capital humano es capaz de soportarlo por cantidad, calidad y versatilidad.

Aquí es fundamental que la formación profesional se desarrolle seriamente y se oriente a profesiones con más futuro que pasado. Que la oferta de titulados universitarios -por cantidad y calidad- responda a 1as demandas empresariales. Que la educación primaria y la secundaria estén sustentadas en valores -hoy abandonados- como el esfuerzo, la disciplina y el mérito, y liberada de enseñanzas perniciosas acerca de la empresa y la economía de mercado, como las contenidas en la mal llamada “Educación para la ciudadanía”.

Por supuesto que el actual e inservible marco de relaciones laborales para una economía intensiva en innovación y en proceso de cambio continuo debe ser sustituido por otro más flexible y adaptativo a los nuevos tiempos. Sin esta imperativa reforma, el crecimiento económico que necesitamos no será posible, y sin él, la confianza de los mercados -es decir, nuestros acreedores financieros- difícilmente regresará.

Puesto que las empresas que en la España de hoy más crecen en actividad y empleo son las que innovan y exportan, todo lo que facilite su expansión debería tener la máxima prioridad. Nuestra política exterior debe cambiar por completo para implicarse a fondo a favor de la exportación y la internacionalización de nuestros tejidos productivos.

La imagen de una nueva España dinámica, innovadora, competitiva y volcada al exterior debe ser cultivada por todas las instancias gubernamentales. Además, los apenas disminuidos y todavía ingentes recursos dedicados a algo tan vacuo como “la cooperación” deben dedicarse a la promoción comercial exterior. ¿Tiene sentido acaso que sigamos dedicando a la “ayuda exterior” veinticinco veces más recursos que al presupuesto del Instituto de Comercio Exterior que sirve, justamente, para apoyar las actividades exteriores de nuestras empresas?

Puesto que todo lo dicho hasta aquí no arrastra mayor gasto público y representa la única salida posible a la pésima situación económica que atraviesa nuestro país, ¿a qué esperar para hacerlo?

Por Jesús Banegas Núñez, presidente de AMATIC.

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