Más allá del dogmatismo

En unas declaraciones hechas a TV-3, Michael Reid, el controvertido autor del reportaje de The Economist sobre España, se defendía de los ataques recibidos desde Catalunya pidiendo que le dijeran "qué datos están mal". Uno tiene la tentación de atender la invitación, aunque no sea desde el histerismo al uso sino mediante un análisis sereno de lo que Reid dice y también de lo que calla.

Reid dice que en las escuelas de Catalunya "el castellano se enseña como una lengua extranjera". He aquí un dato que está mal. Ni por la metodología de enseñanza de la lengua, ni por su presencia en el currículo, ni por la obligación de aprenderlo que tienen todos los alumnos puede decirse en rigor que el castellano sea tratado como una lengua extranjera. Por lo demás, lo que Reid no dice es que en el informe publicado en el 2007 el Grupo de Alto Nivel sobre Multilingüismo de la Comisión Europea afirma que los métodos de inmersión lingüística como el de Catalunya "deberían difundirse en la Unión". Tampoco dice que la regulación de las lenguas en el sistema educativo es una de las razones por las que, según el Comité de Expertos que supervisa la aplicación de la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias, "debe elogiarse a España por el sólido reconocimiento y el alto grado de protección asegurados en principio a las lenguas regionales o minoritarias".

Sigue Reid: "Un español que no hable catalán no tiene casi ninguna oportunidad de enseñar en una universidad en Barcelona". He aquí otro dato que está mal. La frase de Reid sugiere que el catalán es una lengua imposible de aprender, lo cual es obviamente falso. Cualquier español dispuesto a adaptarse al régimen constitucional de doble oficialidad vigente en Catalunya tiene todas las oportunidades de enseñar en una universidad de Barcelona. Lo que omite Reid en este punto son los esfuerzos de las universidades por conciliar la viabilidad del catalán en la enseñanza universitaria con la atracción de talento español o extranjero, dos objetivos que no son mutuamente excluyentes. Pregunta retórica: ¿Reid se entrevistó con alguna autoridad universitaria para fundamentar su aseveración? Leyendo a Reid, uno tiene la sensación de que en lugar de describir la realidad catalana de forma ecuánime para los lectores de The Economist, lo que hace es tomar partido por una visión determinada de esa realidad, hipótesis que confirma la entrevista concedida a El Mundo el pasado día 13, donde, entre otras cosas, Reid afirma que "es verdad" que Pujol fue un cacique. Otra pregunta retórica: ¿Reid llamaría cacique a Helmut Kohl por sus 16 años de canciller?

Ahora bien, aunque a Reid le haya salido un artículo bastante más parcial de lo esperable en una publicación como The Economist, una frase del reportaje merece ser salvada. "El dogmatismo lingüístico de los nacionalistas está provocando una reacción agresiva backlash". Tras el manifiesto de Fernando Savater y compañía, lo del "backlash" es evidente. Y, diccionario en mano y con un mínimo espíritu de autocrítica (ausente en las reacciones de la consellera Tura, del embajador en Londres Xavier Solano y tutti quanti), lo del dogmatismo lingüístico, acaso también.
Todos los partidos renuevan sus ideas. El PSUC dejó de ser comunista y hoy sus herederos se consideran ecosocialistas. En 1977, CDC abogaba por un programa socialdemócrata; hoy está en la Internacional Liberal. Antes de 1989, ERC era un partido autonomista; en el congreso que encumbró a Àngel Colom, abrazó el independentismo. En el congreso de Suresnes de 1974, el PSOE incorporó a su programa el principio de autodeterminación, "que comporta la facultad de que cada nacionalidad pueda determinar libremente las relaciones que va a mantener con el resto de los pueblos que integran el Estado español". Después de 1977, nunca más se supo del principio del cual había de partir indefectiblemente "la definitiva solución del problema de las nacionalidades que integran el Estado español". Más adelante, abandonó el marxismo.

Sin embargo, hay algo en lo que los partidos catalanistas apenas han evolucionado en las últimas décadas, y es en la cuestión lingüística. Es posible que Reid utilice la expresión dogmatismo con propósito de reproche; en su dimensión descriptiva hay que aceptarla. Toda la política lingüística catalana parte de un dogma, que los dogmáticos, por supuesto, consideran un hecho: el catalán es la (única) lengua propia de Catalunya. En un libro publicado en 1996, Àngel Colom sugirió que alguien debería tener el "valor" de revisar ese dogma. Hasta la fecha nadie lo ha hecho y todos los partidos del arco catalanista lo siguen profesando, aunque en algún caso sea con la estricta fe del carbonero.

Del dogma de la lengua propia nacen otros dogmas: por ejemplo, el catalán debe ser la lengua de la enseñanza, y cualquier concesión al castellano en este terreno es inaceptable. Renovando la llamada de Colom, quizá ha llegado el momento de que los catalanistas revisen los dogmas lingüísticos heredados de la transición: no para complacer a Reid, ni mucho menos a un Savater que profesa dogmas no menos controvertibles, sino por el bien del país. El dogmatismo lingüístico es una mala receta para la cohesión social, y en Catalunya la cohesión social no es un dogma, sino más bien una necesidad vital.

Albert Branchadell, Profesor de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB.