Mientras el Gobierno de Obama se esfuerza por formular un planteamiento claro respecto de Afganistán mediante debates, el general Stanley McChrystal, jefe de las fuerzas internacionales, ha dado su opinión inequívoca de lo que necesita la misión. Su planteamiento va más allá de las solicitudes anteriores y refleja las necesidades reales de las tropas estadounidenses y de las fuerzas afganas de seguridad. Aunque el presidente Obama ya ha prometido que incrementará el número de soldados, la cantidad exacta será lo que marque la diferencia fundamental. Por lo tanto, el debate se ha quedado reducido a una cuestión de cifras.
El pasado agosto, la coalición internacional sufrió el mayor número de bajas en un solo mes en Afganistán en lo que llevamos de año. Pero las repercusiones negativas de las elecciones presidenciales amenazan con agravar las cosas, por la pérdida de credibilidad del Gobierno de Karzai y de la misión internacional. La crisis abierta tras la anulación por parte de la ONU de parte de los resultados y la posible celebración de una segunda vuelta entre Karzai y el candidato Abdula-Abdula, tampoco ayudara a mejorar la situación.
El movimiento en EEUU que se opuso ferozmente a la guerra en Irak y que después apoyó sin condiciones la campaña de Barack Obama a la Presidencia, está cada vez más desencantado con el presidente. Y no hay que descartar que esté preparándose para montar una campaña en contra de la contienda en Afganistán con idéntica determinación, si no mayor.
Con el paso del tiempo, los sondeos de opinión no hacen sino mostrar un descenso del apoyo de la opinión pública norteamericana a la misión en Afganistán. Y esta oposición creciente, incluso entre los congresistas del Partido Demócrata, no hace sino complicar todavía más las cosas. Para muchos seguidores demócratas, pronunciar las palabras «más soldados» es tan delicado como pisar huevos. Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, se ha destapado como la principal escéptica sobre Afganistán. Enfrente, otros importantes legisladores del Partido Demócrata, como la senadora Diane Feinstein, de California, respaldan firmemente un incremento sustancial del número de soldados.
Hasta ahora se han denegado todos los recursos extra que se necesitaban para la misión de Afganistán. Muchos miembros del Congreso prefieren correr el riesgo de poner en peligro los intereses de la seguridad nacional de EEUU a largo plazo a cambio de ventajas políticas más tangibles a corto. Pero en estos momentos, resulta decisivo dejar clara la necesidad de un compromiso aún mayor. Se observa una carencia de un liderazgo político que se antoja imprescindible. Se necesita un compromiso más decidido de palabra y obra de los dirigentes nacionales de todo el espectro político y, muy en particular, del presidente Obama.
En conjunto, el giro estratégico del general McChrystal no supone ninguna novedad especial. Se limita a expresar de manera formal lo que se ha estado pidiendo durante mucho tiempo y lo que casi todos saben que es necesario. Sin embargo, todo incremento del número de soldados debe considerarse un remedio de transición.
Entre los numerosos problemas a los que el Gobierno afgano debe hacer frente, la falta de fuerzas suficientes es uno de los que afectan gravemente a su credibilidad. Paradójicamente, es toda una hazaña que el ejército nacional afgano siga siendo una de las pocas instituciones oficiales que goza de un amplio apoyo de la opinión pública desde el 2001. En general, es un ejército equilibrado desde el punto de vista racial, disciplinado y que va por delante de lo previsto en cuanto a su plan de desarrollo. No obstante, existe una enorme desproporción entre las fuerzas de que dispone el ejército en la actualidad y el territorio de cuya seguridad se ha de hacer cargo. A pesar de que hay una mayor presencia de fuerzas internacionales para garantizar la viabilidad de las elecciones, el número de soldados del ejército afgano no es todavía el adecuado para garantizar unas elecciones como deben ser.
La falta de un apoyo suficiente de efectivos terrestres requiere de manera habitual ataques aéreos que, con frecuencia, producen como resultado bajas entre civiles y pérdida de apoyo entre la población. Aunque el número de bajas ha caído de manera importante este año comparándolo con las de 2008, un número mayor de soldados afganos bien entrenados y destacados sobre el terreno contribuiría, sin duda, a reducir estos incidentes tan trágicos.
Además, hay que subrayar que este nuevo ejército afgano cuenta con armas de hace más de 30 años. El suministro de armamento nuevo y la llegada de instructores extranjeros no se están produciendo al ritmo que sería no sólo necesario, sino imprescindible. Hasta fechas recientes, EEUU aportaba 4.000 instructores; mientras, el resto de los aliados tiene problemas para llegar siquiera a 400.
Y, sin embargo, los instructores son una inversión a corto plazo que producirá dividendos dentro de años -e incluso de meses-, sobre todo si se tiene en cuenta que el coste en manutención, salario, equipamiento, etcétera, de un solo soldado estadounidense equivale al de 70 soldados afganos. Acelerar el desarrollo del ejército nacional afgano es fundamental para cubrir el déficit de capacidad y para que sea capaz de asumir, con apoyo de la OTAN, mayores responsabilidades en las misiones.
Pero para los dirigentes políticos de EEUU, formar unas fuerzas afganas de seguridad no ha sido hasta hace bien poco tiempo una prioridad. A lo largo de los años, los constantes requerimientos del ejército nacional afgano en demanda de más fondos para aumentar su tamaño y su eficacia no han sido tenidos en cuenta. Para complicar aún más las cosas, la violencia ha aumentado por encima de las expectativas a lo largo de todo este último año. Aunque las fuerzas afganas e internacionales les están causando muchas bajas, los rebeldes están bien equipados y bien entrenados y cuentan con recursos.
Con la sensación de que la balanza se está inclinando de su lado, los rebeldes han ampliado su campo de operaciones a zonas del oeste y del norte de Afganistán que hasta hace bien poco eran relativamente estables. Con su ofensiva, los talibán esperan una retirada definitiva de los extranjeros de Afganistán. Y cada vez se sienten más envalentonados por la indefinición de las tropas de la OTAN, en medio del debate continuo sobre qué estrategia seguir.
Si la coalición internacional proporcionara más instructores, el ejército afgano podrá incrementar su eficacia y defender mayores extensiones de territorio. Con más soldados y mejor entrenados, se haría cargo de sus propias operaciones bélicas, y enviaría así un mensaje inequívoco a los rebeldes y a la población civil. Y es que, en Afganistán, el poder se equipara frecuentemente con el Derecho. Cuando ofrezca la mano a sectores de la insurgencia con los que cabe la reconciliación, el Gobierno central tiene que poder ofrecer unas cuantas zanahorias, pero también blandir un palo más formidable.
Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project, con sede en Washington, Estados Unidos.