Más de 47 millones de españoles

Por expresarnos en términos exactos, y para eso está el lenguaje, podríamos decir que, a principios de año, logramos alcanzar la cifra de 47 millones de personas empadronadas en España. No es lo mismo estar empadronado en un país que sentirse perteneciente a ese país, y en ese sector se agrupan los que les importa un comino España, los que quieren separarse de España, los que no quieren ser españoles y los que odian a los españoles, situación terrible semejante a la de un albañil que odiase a los albañiles y a la albañilería.

Esta cifra no se ha logrado merced al entusiasmo genésico de los españoles -machos y hembras- dispuestos a reproducirse, sino al aumento de la inmigración, personas que vienen de otros países, no porque les persigan políticamente, sino porque consideran que en España podrán lograr mejores condiciones económicas, y son precisamente los que más hijos tienen, porque mientras los aborígenes consideran que hasta que no se estabilice el empleo, no esté pagada parte de la hipoteca, no haya que cambiar de automóvil o de pantalla de plasma, no se debe arriesgar la pareja a tener un hijo, los recién llegados no ponen tantas exigencias, de tal manera que, hoy en día, la visita a un paritorio de cualquier hospital es comprobar que la mitad o más de la mitad de las parturientas son originarias de otros países, a pesar de que sólo representan -de momento- menos del 10% de la población total.

Más de 47 millones de españoles(Por favor, antes de que el inspector de racismo se ponga en marcha con su alegría habitual, obsérvese que no he hecho otra cosa que constatar porcentajes comprobables).

Mis relaciones con la aritmética no fueran nunca demasiado afectuosas al principio, pero con el tiempo descubres que «el arte de los números», como indica su etimología, es algo más que un baile de cantidades y te puede ayudar a distinguir cualidades, además de volúmenes. Un vaso de agua es una pequeña cantidad de agua, y un río también es una cantidad de agua, pero enseguida descubres que un vaso de agua es bastante diferente de un río.

Los 47 millones de españoles son una cantidad, pero no es homogénea, por fortuna, y los hay de distinto sexo, de diferente orientación sexual, flacos, gordos, jóvenes, viejos, inteligentes y tontos contemporáneos, como sucede en todos los países, sin excepción. De los dos millones largos de empadronados en el País Vasco, unos 800.000, aproximadamente, querrían separarse de España. Y de los casi siete millones y medio de empadronados en Cataluña unos 3.000.000 les gustaría vivir en una República Independiente de Cataluña.

Por volver a la aritmética, de los 47 millones de españoles, unos 3.800.000 no quieren saber nada de España, ni de los seres humanos que vivimos aquí, incluidos los españoles que viven en el País Vasco y en Cataluña. ¿Y cuál es el porcentaje que representan? Pues exactamente el 6,3%, no llega al 7%.

De cada 100 personas que viven en España, unas seis reclaman la atención de las otras 94, les dicen que son inferiores, les informan de que viven en un Estado fascista, les queman sus símbolos, les insultan, y obligan a que las fuerzas políticas, elegidas democráticamente, empleen su tiempo, su trabajo y su atención en esas seis personas, dejando de lado u olvidándose de las necesidades de las otras 94 que representan la inmensa mayoría.

¿Y qué hace el 94% de los españoles? Pues trabajan o intentan encontrar trabajo, estudian, leen, forman familias -eso sí con pocos o ningún hijo- pagan los impuestos y jamás, jamás, queman banderas nacionalistas, sean ikurriñas, esteladas o banderines fútbol, tampoco atacan sedes de partidos nacionalistas y nunca, nunca, insultan a ese 6% y ni les llama fascistas, ni se manifiestan contra ellos.

Se trata de una situación claramente desequilibrada, donde unos poquísimos enfangan la vida de unos muchísimos, y ese desequilibrio puede que no sea semejante al de un vaso de agua y un río, pero es igual de evidente, se mantiene desde hace unos tres años de una manera más clara y, sobre todo, más molesta.

Si de la Aritmética pasamos a la Física, aunque seamos de letras todavía recordamos, del viejo bachillerato, las leyes del equilibrio de Newton, sobre todo la primera, que dice: «Para que haya equilibrio, los componentes horizontales de las fuerzas que actúan sobre un objeto deben cancelarse mutuamente, y lo mismo debe ocurrir con las componentes verticales». Hasta ahora el 6% está empujando al 94% y se mantiene el equilibrio, porque la mayoría de los españoles simplemente ofrecen la resistencia delegada en las instituciones políticas y judiciales, como suele ser normal en los países democráticos. ¿Pero si la situación se prolonga, y la insistencia para provocar el desequilibrio por parte de la escasa minoría se acrecienta, no es posible temer una reacción proporcionada al porcentaje, es decir, una reacción?

Se insiste mucho en que estamos ante un problema político, pero un político nunca puede olvidar, ni las leyes de la Aritmética, ni las de la Física. De hecho, las encuestas son aritméticas emocionales y porcentajes de sentimientos. Ningún movimiento social, ni las migraciones que cambian la Historia, ni las revoluciones que transformaron el mundo, ni las religiones que derivan en conflictos bélicos son ajenas al número y al equilibrio. En la II Guerra Mundial, un loco que mandaba en 67 millones de alemanes, creyó que podría someter a cientos de millones de personas que habitaban en Rusia, Europa y Estados Unidos. En la guerra de los Balcanes, los nacionalistas no sólo olvidaron la Aritmética, sino que no recordaron que hasta los grupos sociales más pasivos llega un momento en que explotan sin previo aviso. Confundir la paciencia con la cobardía y la indiferencia con la pasividad suele ser el peor análisis, y el que dirige a los pueblos a los desastres.

Desde primeros de año, somos 47 millones de españoles. Mejor dicho, 43.200.000 orgullosos de serlo, y 3.800.000 que se levantan todas las mañanas, enfadados por haber nacido en España, enfadados con los vecinos que no están enfadados como ellos, y enfadados con el sistema que les permite y proporciona libertad para expresar lo enfadados que están.

Y este 6% de enfadados llevan tres años con una intensa matraca tan continuada y persistente que algunos comienzan a notar, no antipatía o molestia, sino el comienzo de esa víspera de reacción colérica contra quien no te deja vivir en paz. Hasta ahora el 94% de los españoles miraba hacia otro lado, se concentraba en sus problemas cotidianos, y procuraba que no les restara demasiado tiempo, porque la vida es muy corta para poder entender el nacionalismo. Pero, desde principios de año, comienzo a advertir comentarios que no había escuchado, y que pueden aumentar a medida que continúe la peligrosa ignorancia sobre las cantidades aritméticas y las leyes de la Física. Porque se puede soportar que el vecino te disturbe de vez en cuando, pero ni el más pacífico de los seres vivos aguanta que le estén despreciando y jodiendo todos los días y a todas horas.

Luis del Val es escritor.

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