Más democracia

A principios del mes de diciembre, se celebró en la Biblioteca Nacional de Madrid un seminario sobre el papel de la industria cultural en España. El plato fuerte de las jornadas consistía en la presentación pública de un proyecto I+D (investigación y desarrollo), titulado “Mujeres y hombres en la industria cultural española (literatura y artes visuales)”, dirigido por la profesora Fátima Arranz y un equipo de investigadoras.

El informe Arranz, del que La Vanguardia fue uno de los pocos periódicos que se hizo eco (13/XII/2014), demuestra con la contundencia de las cifras que también en el ámbito de la cultura la visibilidad de la mujer deja mucho que desear. Los datos estadísticos aportados, algunos reproducidos por este diario, pertenecen al 2009, aunque la mayoría continúan vigentes. La crisis no ha mejorado la situación de las mujeres y ha empeorado, y mucho, la de la cultura. Aún así, algunas referencias deben ser, afortunadamente, corregidas hoy. Por ejemplo, las que conciernen al premio Cervantes, el más importante galardón de las letras en lengua española, cuya suma de premiadas ha pasado de dos a cuatro. Hasta el 2009 lo habían obtenido treinta y dos hombres y sólo dos mujeres. Con el agravante de que ninguna de las dos, María Zambrano y Dulce María Loynaz, pudo ir a recoger el premio. El reconocimiento les llegaba, pues, tarde, tardísimo, casi en las postrimerías. Entre el 2009 y el 2014 dos mujeres más han sido galardonadas. En el 2011, Ana María Matute, que lo recogió en silla de ruedas, y, en el 2013, Elena Poniatowska.

La autora mexicana fue la única que pudo recibirlo, directamente, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, por su propio pie y en perfectas condiciones de salud. Una circunstancia que resulta esperanzadora y que quizá implique que algo está cambiando. Tal vez, a partir de ahora, las escritoras no tendrán que esperar a ser matusalémicas o casi póstumas para recibir el Cervantes. Pero dejémonos de ironías y volvamos al informe Arranz.

El documento presentado por la profesora Pilar Parra Contreras, incluido en el informe citado, bajo el título de “Mujeres y hombres en el campo de la literatura: Distribución en las tareas de gestión, creación literaria, toma de decisiones y premios”, elaborado a partir de datos perfectamente contrastados, muestra, por ejemplo, que existe casi paridad de sexos en el número de novelas publicadas en España entre el 2008 y el 2010. No obstante, añado yo, las reseñas de los periódicos tienden a preferir a los autores y no a las autoras y la crítica suele primar la producción masculina en igualdad de circunstancias. La distancia se agrava, según Parra, en la distinta participación en órganos de decisión de las asociaciones de escritores, en las que sólo 5 mujeres desempeñan el cargo de presidenta frente a 28 presidentes.

A esos datos, tan sólo una muestra a modo de ejemplo, cabría añadir los que la profesora Esther Giménez Salinas ofreció no hace mucho en otra jornada sobre “La formació universitària i les dones” que tuvo lugar en Barcelona a mediados de octubre en el IQS (Institut Químic de Sarrià). En su conferencia, Giménez Salinas recordó que el alumnado universitario femenino ha llegado al 56% (54,3% según el Ministerio de Educación en el 2012-2013) y en algunas carreras, como Medicina, antes con escasas mujeres matriculadas, ha sobrepasado con creces esta cifra y ha alcanzado el 73% (70,1% según el ministerio), a sólo tres puntos de las carreras de letras consideradas desde siempre las más idóneas para las chicas, con un 79% de alumnas, cifra que de nuevo las fuentes oficiales rebajan a un 61,6%.

Pese a esa abundante presencia femenina, en la universidad española no hay ninguna rectora y el número de catedráticas es tan sólo de un 20%. Las tijeras de la gráfica que evidencia esa realidad están clavadas en el alma de nuestras instituciones académicas, como ha advertido certeramente Catalina Lara, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Sevilla, para añadir que por la herida sangra el talento de las mujeres.

No andan mejor las cosas en las Reales Academias, a las que se suele tener acceso por los méritos contraídos a lo largo de una trayectoria de más o menos excelencia, puesto que las mujeres están también en minoría. De ahí que a lo largo de la historia sólo dos pioneras extraordinarias hayan conseguido ser directoras: María Teresa Miras, de la Real Academia de Farmacia, y Carmen Iglesias, recientemente elegida directora de la Real Academia de la Historia. En las academias catalanas, el Institut d’Estudis Catalans o la Reial Acadèmia de Bones Lletres, por ejemplo, las pocas mujeres que las integran no han llegado nunca a dirigirlas.

En cuanto al porcentaje de mujeres en los consejos de administración, advertimos que España, con una presencia del 16%, está por debajo de la media europea, que tampoco es muy alta, un 18,6%. Precisamente la semana pasada en Bruselas el Parlamento Europeo debatió la cuestión de la paridad sin llegar a acuerdos definitivos, con la intención de que en el 2020 las mujeres supongan un 40% en los consejos de administración en empresas cotizadas y públicas. Algo que en mi opinión resulta absolutamente necesario.

Si la Unión Europea considera en serio que la democracia es el valor fundamental que une los diversos estados que la integran, clave para su credibilidad y su prestigio frente al resto del mundo, no puede dejar de seguir afianzándola. Pero para hacerlo debe tener en cuenta que la democracia se mide, en buena parte, por el número de mujeres que tienen acceso a los puestos políticos, académicos o económicos. Discriminar a las mujeres, tratar de vetar su presencia en los cargos y responsabilidades públicas es, además de irresponsable, peligroso. A menor visibilidad femenina, menores cotas de democracia para todos.

Carme Riera, escritora.

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