Más Europa, menos Bruselas

El fallido golpe en Turquía nos ha recordado –por si fuera preciso– la en su día impensable estabilidad que la Unión Europea ha traído a Europa. Pero si la UE post-Brexit pretende sobrevivir, necesitará cambiar la manera en que piensa acerca de sí misma.

Por desgracia, esto no está sucediendo. Inmediatamente después del voto del referéndum sobre el Brexit, por ejemplo, los seis países fundadores de lo que se llamó la Comunidad Económica Europa (CEE) –Bélgica, Francia, Alemania, Italia. Luxemburgo y los Países Bajos– se reunieron para debatir qué hacer. Para sorpresa de nadie, los otros 21 países miembros de la UE se sintieron ofendidos por quedarse fuera. El incidente pone de relieve el amplio desafío que la UE ha de superar si quiere asegurar su futuro postBrexit. Dicho en pocas palabras, la idea de la Unión debe resonar en las conciencias de todos los europeos, no sólo en quienes son invitados a reuniones exclusivas y selectas.

La CEE fue creada en 1957 y entonces su aspiración principal, como ahora lo es para la UE, era recrear la Europa de Carlomagno de hace más de mil años. Desde entonces, los líderes europeos se han reunido periódicamente en torno al antiguo trono de Carlomagno en Aquisgrán, en el estado alemán de Renania del Norte-Westfalia, para ofrecer idealistas y visionarios discursos anunciando que ha llegado la hora de construir una Europa realmente integrada. Aquisgrán se ha convertido en la meca de los verdaderos creyentes en el mito fundador de la UE.

Aunque coincido en afirmar que Carlomagno es una personalidad fascinante desde el punto de vista histórico, no lo encuentro especialmente estimulante e inspirador. Fue un guerrero espectacular, pero probablemente también un analfabeto y el imperio que creó se desmoronó poco después de su muerte. El auge de Europa y Occidente no empezó con Carlomagno. La Europa que me estimula e inspira no es la de los antiguos guerreros; es la Europa de los pensadores y los comerciantes. Son sus contribuciones las que, a lo largo de los siglos, transformaron Europa del páramo mundial en que se había convertido después de la caída de Roma en un núcleo central de progreso intelectual e innovación que creó Occidente y cambió el curso de la humanidad.

Es la Europa de Copérnico y Erasmo, de Enrique el Navegante e Isaac Newton, así como de todos los demás pioneros que liberaron el espíritu humano de la superstición y los prejuicios del pasado inmediato. Su Europa era amplia y sin fronteras, mucho mayor que la Europa de Carlomagno. Los tratados de Emmanuel Kant sobre cómo las repúnuevos blicas podrían alcanzar la “paz perpetua” fueron escritos en Königsberg, en lo que hoy es parte de Rusia. Y las grandes ciudades comerciantes de Gdansk, Sevilla y Venecia mantuvieron sus vínculos mucho más allá de las fronteras de la actual UE. El proyecto europeo sólo puede ser renovado si quienes lo apoyan se distancian de la limitada visión inspirada por Carlomagno, dejan de hablar de viejos y nuevos miembros y demuestran con palabras y obras que están abiertos a ideas de cualquier parte de Europa. La UE no funcionará a menos que todos los miembros sean considerados iguales a la hora de decidir un futuro común.

En el 2004, cuando Europa añadió diez miembros (incluidos los ocho países excomunistas), sugerí medio en broma que la Unión trasladara sus cuarteles generales de la Bruselas de la “antigua UE” a un “lugar nuevo de la UE” más céntrico geográficamente como por ejemplo Bratislava, la capital de Eslovaquia. La idea subyacente bajo esta sugerencia extravagante quería simbolizar el abandono de un modelo conceptual que a mis ojos entorpecía una Unión más abierta, diversa e inclusiva.

El traslado de Bruselas obviamente no tuvo lugar, pero tampoco la transformación mental a partir de aquel antiguo paradigma de Aquisgrán. Lamentablemente, hay pocas dudas de que las reuniones de la hermandad de Aquisgrán en la burbuja de Bruselas aportaron mucho forraje a quienes han hecho campaña implacablemente y de modo desleal a favor del Brexit. A menos que se supere, la mentalidad de Aquisgrán seguirá sirviendo a un propósito similar para los activistas nacionalistas en otros estados miembros. Es un peligroso mito el de que Bruselas ha acaparado poder de los estados miembros de la UE. En realidad, la gradual erosión de los poderes nacionales en un mundo cada vez más interdependiente ha hecho necesario que los estados miembros forjen, mediante el acuerdo, soluciones comunes a desafíos comunes. Estas soluciones comunes exigen inclusión y un espíritu de cooperación. Cuando los líderes de los 27 países miembros de la UE se reúnan en Bratislava en septiembre, deberían empezar por devolver Europa a sus miembros, y esto significa a todos ellos. La UE post-Brexit debe ser una Unión mucho más vinculada a las realidades políticas de sus estados miembros.

Aunque se está construyendo un nuevo edificio en Bruselas, quizá deberíamos celebrar algunas cumbres de la UE en diferentes partes de Europa. La cumbre de Bratislava podría ser el inicio de un nuevo esfuerzo para conectar la tarea europea realmente con Europa en su integridad. La época de Aquisgrán se ha acabado; ha llegado la hora de Bratislava. Necesitamos más Europa y menos Bruselas. Si adoptamos este nuevo modelo –y seguimos adheridos a él–, la UE no sólo sobrevivirá, sino que también prosperará.

Carl Bildt, ex primer ministro y exministro de Asuntos Exteriores de Suecia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *