Más fuertes (relato de una memez)

La política engendra frases y eslóganes afortunados y desafortunados. Unos son ovacionados, Churchill era un maestro en proferir frases -«sangre, sudor y lágrimas», «un telón de acero ha caído sobre Europa», y otras han pasado desapercibidas momentáneamente-, pensemos en el breve discurso -272 palabras, dos minutos- de Lincoln después de la batalla de Gettysburg, escasamente comentado entonces, no era el orador principal, pero se ha convertido en la pieza oratoria más importante («el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo») y más memorizada de la historia de Estados Unidos.

La España moderna ha parido esos productos abundantemente. Bastantes políticos jóvenes alcanzan un estado casi orgásmico cuando creen haber encontrado un titular. Jadean visiblemente al lanzar algo que creen ingenioso o demoledor. Con frecuencia se trata de muletillas manidas, de memeces. El mal está repartido pero la dolencia afecta hoy más a la izquierda. El reinado de Zapatero fue ubérrimo. Hay citas deslumbrantes por su ignorancia como la de Pajín al anunciar el encuentro taumatúrgico astral de Obama-Zapatero y otras simplemente hilarantes como la de la locuaz Carmen Calvo cuando musitó encendidamente no sé en qué momento: «Hay que acabar con el estereotipo del amor romántico, es machismo encubierto»; algo sobre lo que -la vicepresidenta nos ha abierto definitivamente los ojos- Shakespeare, Stendhal, Becquer, Neruda y hasta Galdós deberían reflexionar. Tiene enjundia. Quizás cuando Julieta suspira: «Cuando yo muera, tomad a Romeo y cortadlo en pequeñas estrellas» estaba en realidad mostrando, nosotros in albis, su repulsa al machismo de su amado y, feminista avant la lettre, reivindicando un papel más activo de la mujer en la cópula.

Mi ídolo, sin embargo, es Zapatero. Se dirá que carece de la veta cáustica de Cicerón, la inmediatez de Roosevelt desde su chimenea, el cálido timbre de Obama, el sentido de la historia de De Gaulle... Cierto, pero su osadía es insólita, juvenil y su enciclopedismo envidiable. En economía tuvo afirmaciones clarividentes -«la crisis es una falacia, puro catastrofismo», hemos pasado a Italia y pronto lo haremos con Francia-, en el análisis internacional refulge, recordemos su afirmación sobre el éxodo hambriento en la patria de su cuate Maduro (donde ocurren crímenes de lesa humanidad según la ONU): «Los venezolanos cruzan la frontera por culpa de Estados Unidos». Con un par. Pasmosa frase, Venezuela, el más rico de Iberoamérica, tiene ya cinco millones de exilados por la incompetencia sectaria de sus dirigentes.

Con todo, mi favorita zapateril fue, soñando con su idolatrado Obama, la que espetó a los españoles: «No pienses lo que Obama puede hacer por ti, piensa lo que que tú puedes hacer por Obama». Plagia a Kennedy pero resulta tierno al plantear un dilema moral a millones de españoles pasotas ante las tribulaciones de Obama. ¿Qué cavilaría un ama de casa de Murcia, el camarero de Burgos, el taxista barcelonés, la enfermera de Vigo torturados por no percatarse de que tienen que auxiliar a Obama? «Dios mío», exclamarían y lo discutirían en casa y en el café, «¿hacemos una colecta para Obama o vamos a Washington a apoyar su reforma sanitaria ante el Capitolio?».

Puestos a subir el listón, el nuevo PSOE porfía con éxito, nuestro singular Pedro Sánchez ha alumbrado frases maestras desde la del insomnio con Podemos hasta el pésame a los etarras, no a las víctimas, esas polucionan, pasando por el no rotundo al indulto y los vivas al criminal 8 de marzo por el cual un político del PP sería procesado y escracheado violentamente a diario. Todas palidecen ante la maravilla del eslogan salido de la cocina Sánchez-Redondo para animar a una nación a la que se considera, con algo de razón, anestesiada y estúpida: «Salimos más fuertes».

En mis largos años de trotamundos no he visto una consigna más disparatadamente beatífica y estulta. Sin estar la pandemia superada, con perspectivas catastróficas económicas, con un paro inevitable duradero, con los turistas huyendo de España hacia Portugal, con los autónomos aterrorizados ante lo obvio, el «padrecito» de los sermones sabatinos, clarividente como Stalin o Fidel, nos asegura, con despliegue publicitario, que vamos a salir más fuertes. ¿Era cinismo, ignorancia o las dos cosas?

Veamos tres posibles escenas familiares españolas hoy:

1. Los Barrera. El padre periodista entró en un ERTE en su radio, la madre secretaria sin empleo, el hijo de 32 años, podemita, no encuentra trabajo. La hija pensaba emigrar a Irlanda, tiene problemas para desplazarse por la pandemia.

El padre: «En mis ahorros quedan 1.990 euros, por la casa del pueblo con la que podríamos resistir no me dan nada. Esto está cada vez más negro...».

El hijo: «No te agobies que nos ha dicho Pablo que habrá un salario mínimo para todos. Y que no estará mal. En realidad, estamos más fuertes».

La hija: «Aunque no me dejéis pienso ir mañana a una fiesta en el parque. Eso del contagio es una gilipollez».

(Suspiros paternos)

2. Los Claramunt. El bar del que era gerente ha cerrado, la mujer, guía turística, no trabaja desde marzo. El veraneo fue de 10 días en el pueblo. Un hijo regresó al hogar sin un duro para una caña.

Cuando uno se queja de la situación otro, del nuevo PSOE (el viejo está en buena parte callado), al que le han prometido un cargo responde: «Pedro Sánchez, que nos ha devuelto la dignidad poniendo a Franco en su sitio, ha dicho que salimos más fuertes y lo creo. No hagáis caso a todos esos fascistas como tu tío que admiraba a Suárez».

3. Los Ruiz. Él, 32 años, no terminó Derecho y lo han hecho subdirector general en un flamante ministerio. Ella, bachiller, con corta experiencia laboral de cajera en una farmacia, asesora de un ministerio podemita. Les entran unos 6.000 euros al mes. Han salido más fuertes, mucho más. Y repiten como la ministra Celaá: «Lo hemos hecho todo absolutamente bien». Lo sorprendente, lo patético de nuestra situación, no es que nos vendieran una necedad tan obvia como el que saldríamos más fuertes, sino que lo pudieran hacer impunemente porque muchos españoles lo comprarían.

Inocencio F. Arias es embajador de España.

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