Más impuestos con representación

El dilema político de la Unión Europea (UE) fue resumido hace algún tiempo por Jean-Claude Juncker, presidente del Euro-Grupo y el miembro más antiguo del Consejo Europeo: “Todos sabemos lo que hay que hacer –dijo--, pero no sabemos cómo ser reelegidos cuando lo hayamos hecho”. Ciertamente todos sabemos que lo que hay que hacer es, primero de todo, culminar el proceso en curso de transformación de la inmensa deuda privada en varios países en deuda pública estatal mediante su transformación en deuda pública de la UE. Esto sería un sustituto de la esperada pero nunca realizada convergencia económica en la Unión. Como se ha señalado últimamente, sería algo comparable a lo que hizo el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alexander Hamilton con las deudas estatales, incluso con la ventaja con respecto a EE UU de finales del siglo XVIII de que la UE ya tiene un banco central.

Pero las analogías con la experiencia americana no acaban ahí. Además de asumir las deudas, la UE podría introducir estímulos al crecimiento, ya que el alto nivel de integración económica europea hace que actualmente el gasto público estatal sea menos capaz de generar demanda agregada efectiva que en periodos anteriores con economías más cerradas. En esto ciertamente la UE está en desventaja en comparación con EE UU, donde el grueso del gasto público está en manos del gobierno federal. Sin embargo, podrían obtenerse recursos no solo del presupuesto de la UE, sino del Banco Central, el Banco de Inversiones y el Mecanismo de Estabilidad en montos que ya pueden alcanzar un porcentaje significativo del PIB europeo.

La cuestión política es que el gasto público administrado a través de instituciones de la UE debería basarse en impuestos de la UE, no en impuestos estatales, de modo que los contribuyentes pudieran darse cuenta de las consecuencias de sus votos y los dirigentes de la UE pudieran rendir cuentas de su gestión. La democracia requiere impuestos y representación. Desde luego hay otras posibilidades. Una: impuestos sin representación, implica ausencia de democracia, como bien entendieron los americanos que lucharon por la independencia bajo el lema “no taxation without representation” (el cual sigue impreso, por cierto, en las matriculas de los coches en Washington, cuyos ciudadanos están excluidos del voto para ciertos cargos federales). Otra: no impuestos con representación, sería el ideal tanto de los ciudadanos como de los políticos (como ocurrió durante algún tiempo en las comunidades autónomas), pero no es sostenible por sí mismo. El problema de la Unión Europea es que tiene poco de los dos elementos: escasa capacidad tanto de gasto como de impuestos y deficiente representación.

El peor desajuste es que los políticos, como Juncker, que toman decisiones a nivel de la UE no se presentan a elecciones a nivel de la UE, sino a nivel estatal. Vacilan en hacer lo que saben que hay que hacer en las instituciones europeas porque no están pendientes de las expectativas y demandas del electorado europeo, sino de las reacciones de los contribuyentes y votantes en sus distritos electorales.

En el actual contexto institucional, se podrían seguir dos caminos para tratar de reducir este déficit. Uno sería reforzar el papel de la Comisión y sus vínculos con el Parlamento europeo directamente elegido. Esto implicaría una especie de opción parlamentaria, la cual de hecho fue promovida por los parlamentarios de Alemania en la Convención Constitucional europea reunida en Bruselas hace diez años, pero se intercambió por una presidencia del Consejo más fuerte pero no directamente elegida, a propuesta de los franceses.

El otro camino sería, por tanto, que el Consejo formado por los jefes ejecutivos estatales fuera más directamente representativo y capaz de rendir cuentas al electorado europeo. Este es, por supuesto, el tipo de opción que se tomó en la constitución de EE UU. Así, los decisores de la UE, al tiempo que tendrían más capacidad de emitir deuda, recaudar impuestos y proveer inversiones públicas y estabilidad económica, aunque hubieran desarrollado sus carreras políticas iniciales en, digamos, Alemania, Finlandia o Luxemburgo, podrían obtener apoyo popular en países periféricos, meridionales u orientales que se beneficiarían de una mayor integración federal —de modo parecido a lo que también ocurre en EE UU—. En los términos de Juncker, podrían saber cómo ser reelegidos,aunque para cargos diferentes, de ámbito europeo.

El desafío que enfrenta actualmente la UE es, pues, no solo una mayor integración fiscal, sino también una mayor integración democrática. Más gasto sin impuestos o más impuestos sin mejor representación serían recetas para el fracaso.

Josep M. Colomer es profesor de investigación en el Instituto de Análisis Económico, CSIC, en Barcelona, y catedrático Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown, en Washington.

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