¡Más 'procés'!

El pueblo catalán ha hablado. Y ha dicho que más procés. Que no ha tenido suficiente y que no piensa pasar página ni buscar apaños ni hacer inventos porque el catalán es un mal que no requiere solución ninguna.

Ayer ganó el PSC, pero ganó ERC, porque estas cosas pasan. Porque al PSC le salieron demasiado bien las cosas y una segunda posición detrás de Junts le hubiese hecho más fácil alcanzar la presidencia.

Pero Esquerra ganó las elecciones porque ganó la presidencia, aunque más que ganarla lo que hizo fue recuperarla. Así lo explicó Oriol Junqueras, que quiso aclarar que con esta victoria se ponía fin a un largo paréntesis en el que volvían al molt honorable lugar que legítimamente les corresponde y del que habían sido expulsados hace ya algunos años.

Primero, "por una guerra que el fascismo dirigió contra todas las democracias occidentales y, en particular, contra Cataluña". Después, por la larga dictadura franquista. Y más tarde y hasta hace unas pocas horas, por un régimen autonómico, el régimen del 78, en el que ERC estaba condenada a la oposición. Aunque haya gobernado en los dos tripartitos y en los no sé ya cuantos gobiernos de unidad nacional con Junts X… que llevemos estos años.

Porque gobernar de verdad es presidir, y especialmente cuando gobernar se ha convertido, como en Cataluña, en un gesticular simbólico.

ERC ganó las elecciones porque ganó la presidencia y ganó la presidencia porque la única alternativa realista pasaría por ganarla de otro modo, con un pacto alternativo que sometiese a Salvador Illa a la humillación de ceder la presidencia a cambio de vaya usted a saber qué se le podría ocurrir a Iván Redondo.

Es cierto que Illa es un hombre humilde, como no se ha cansado de recordarnos en todos los debates, pero de la humildad a la humillación hay una distancia, pequeña pero significativa, que no sé yo si querrá cruzar tan mal y tan pronto. ¿Tendrán que hacer un poquito más explícito el chantaje de la amnistía?

Porque, salvo que esta vez la jugada maestra la hagan Redondo o la CUP, ERC seguirá gobernando con la derecha nacionalista a pesar de que ya de nada presume tanto como de ser de izquierdas. De izquierdas y muy buena gente, pero viene a ser lo mismo.

Porque la gracia de todo esto es que llamar a JxCAT derecha nacionalista es ya un chiste. En el independentismo ya no queda derecha. Y en Cataluña quedan Vox y dos o tres más. Ya todo el monte es izquierda y la única cuestión relevante es quién tiene en cada momento el poder para decidir qué quiere decir eso. Este es un poder que ayer también ganó Esquerra.

Ella es la que decide si Junts es derecha convergente o compañero independentista según el momento y conveniencia. Llamarle derecha suele servirle a Gabriel Rufián para alimentar el cainismo independentista y para venderse mejor entre las izquierdas hispanas. Y llamarle fuerza independentista le sirve ahora a Pere Aragonès para ser cabeza de león en lugar de cola de ratón, que no está nada mal.

Para demostrar su poder, ayer mismo hizo las dos cosas a la vez, incluyéndolos por un lado en el gran pacto de las fuerzas independentistas, ça iba de suà, y olvidándose por el otro de sus presos y exiliados cuando dedicaba la victoria a los mártires del procés.

De quién no se olvidó, en cambio, y cómo podría, es de Vox. Porque el peligro para la democracia que representa la extrema derecha, el mismísimo fascismo encarnado, es lo que les legitima a ellos a hacer en nombre de la democracia lo que más les convenga en cada momento.

Vox es, recordemos, el principal culpable de que ERC no haya podido gobernar Cataluña en casi un siglo. En Vox tiene ERC la excusa perfecta y no dudará en aprovecharla para legitimar los acuerdos y desacuerdos que sean. Y será mérito del PSC, pero potestad de Aragonès, el decidir en qué momento los socialistas pueden formar parte con Vox del bloque constitucionalista o con los demócratas del bloque de los partidarios del derecho a la autodeterminación y la amnistía y la libertad de los presos y exiliados.

Así podremos ver un nuevo gobierno instalado en la misma lógica gallinácea del viejo, en el que más importante que gobernar es tratar de culpar al otro del inevitable fracaso. El principal problema político en Cataluña seguirá siendo el de dilucidar cuál de los socios independentistas será el culpable de las próximas elecciones.

De ahí que en esta vuelta a la normalidad todo sea igual y todo sea distinto. Un gobierno como el que teníamos (es un decir), con el mismo caos que teníamos. Porque, como tan bien contaba el hermano lobo, el caos es igual cuando el caos somos nosotros. Ahora, el caos será Esquerra presidiendo un gobierno que puede dinamitar cuando le convenga.

Y eso cambia mucho las cosas, aunque no cambie nada, porque Junts ni tiene ese poder ni puede aspirar a él. Porque todos los partidos son de izquierdas, pero unos son más de izquierdas que otros.

Por eso, y porque ni Illa es Inés Arrimadas ni el PSC es Ciudadanos. Es sabido que Ciudadanos no quiso porque no pudo optar a la Presidencia de la Generalitat cuando tuvo oportunidad, mientras que Illa ya ha anunciado que se presentará a la investidura.

Illa puede permitirse el lujo de perder porque Illa puede ganar, porque la izquierda y los progresistas son muchos y diversos y permiten mil equilibrios, mientras que el constitucionalismo en genérico por el que Ciudadanos se presentaba, y para el que pedía el voto, es el mismo constitucionalismo que Ciudadanos ha ido reduciendo durante años a sí mismo y el PP.

El efecto Illa era en realidad el efecto de su disolución y del hecho de que aquí se vota para ganar o se vota para bloquear, y que si no se sirve para una cosa hay que servir para la otra.

En este sentido, al PP y al PDeCAT les ha pasado lo mismo. Alejandro Fernández ha querido ser el hombre ideal para un gobierno imposible, y el PDeCAT, la versión sofisticada de ese independentismo que es de izquierdas según digan otros.

Unos han sacado los peores resultados de su historia y los otros no han logrado entrar en un Parlamento que no hace tanto controlaban con mayorías absolutas. El PDeCAT era la opción que de forma más clara permitía a los catalanes seguir siendo independentistas sin necesidad de tener que hacer la independencia.

Y el pueblo, que no es tonto (no como la gente, que es lo peor), ha entendido perfectamente que esa era exactamente la misma promesa que ofrecían los demás sin tener que responsabilizarse, encima, de gobernar la Generalitat.

Así que el pueblo ha hablado y ha pedido más izquierda y más procés. Alabado sea el pueblo.

Ferran Caballero es profesor de Pensamiento Contemporáneo en la Universidad Pompeu Fabra y de Pensamiento y Creatividad en LaSalle-Universidad Ramon Llull.

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