Según la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía, "en España hay más de 29 millones de mascotas". Este dato es resultado de un estudio de los censos de animales domésticos de 2021. De esa cifra, 9.313.098 eran perros y 5.858.649 gatos. El resto, peces, pájaros, reptiles y pequeños mamíferos. He intentado consultar esos censos, pero no llego a la fuente.
Tampoco he sabido encontrar los datos de Aragón, nuestro país, pese a que en la web de la Dirección General de Calidad y Seguridad Alimentaria hay una sección dedicada a ‘Animales de compañía’ y dicen "aquí puedes consultar información sobre normativa zoosanitaria, registro e identificación de mascotas, control sanitario, perros peligrosos, animales exóticos, etc".. Ahí explican que "todas las mascotas tienen la obligación de estar identificadas y registradas. El registro de animales de compañía es una competencia autonómica". Destacan el enlace a ese Registro de Identificación de Animales de Compañía de Aragón pero no es posible saber nada más. Cosa, ‘res’, ‘rai’… Si está accesible en algún lugar, desde luego ni es visible ni se encuentra con facilidad. Falta transparencia.
Madrid es de los pocos ayuntamientos que muestra en su plataforma de datos abiertos el número de animales domésticos por distrito. Así, en la capital de España tienen registrados 282.315 perros y 113.991 gatos. Sumados son 396.306, bastante más que los 330.905 niños y niñas de hasta 10 años empadronados en la capital. Y esto probablemente se puede extrapolar al conjunto de la sociedad española. Nacen menos niños y niñas, pero tenemos más animales. Los efectos demográficos en la pirámide de población ya los conocemos. Cada vez son más los hogares, en general, y de parejas jóvenes, en particular, donde las mascotas sustituyen a los hijos y se convierten en alguien más de la familia. Esto da para reflexionar sobre las relaciones afectivas implícitas, los negocios al respecto y, sobre todo, las consecuencias políticas del asunto.
En la punta del iceberg está la ‘Ley de protección de los derechos y el bienestar de los animales’. Veremos cómo termina y cómo se aplica, pues da la impresión de estar elaborada al modo de la ‘ley si sí’. En este caso, en la exposición de motivos del proyecto dicen: "El principal objetivo de esta ley no es tanto el garantizar el bienestar de los animales evaluando las condiciones que se les ofrecen, sino el regular el reconocimiento y la protección de la dignidad de los animales por parte de la sociedad". Está claro que nos han cambiado el Norte.
El ser humano ya no es, ya no somos, la referencia. Y viene de antes. Como ejemplo, está más penalizado eliminar un huevo de quebrantahuesos que un embrión. El antropocentrismo va camino de ser un anatema en un contexto alejado de lo rural y hegemónicamente urbano. Para lo bueno y para lo malo, vivimos en una sociedad de consumo donde la Naturaleza se mitifica y mistifica cayendo en la trampa de Disney, haciendo de Bamby y Mickey Mouse personajes de la vida cotidiana. ¡Como si los ratones caseros no fueran una plaga a exterminar!
Los animales en las casas han estado desde tiempos inmemoriales. En las de los pueblos han sido habituales e incluso necesarios. Más allá de los que sirven para cumplir funciones técnicas, –de protección, seguridad y trabajo– o de supervivencia –como alimento en forma de tortilla, a la plancha o estofados–, los animales de compañía han sido siempre eso, acompañantes. En algunos casos cumplen roles terapéuticos canalizando emociones. En otros, sirven para llenar la soledad, para ocupar el tiempo y para activar la vida cotidiana. Incluso para cuidar a sus dueños. Otra cosa es que esos ‘seres sensibles’ nos desplacen a un segundo plano… que es algo que terminaremos viendo.
En la medida en que sean más los votantes con perro que con niño nos encontraremos ante un electorado que primará su visión del mundo –‘bichocéntrico’, animalista y, si se tercia, vegano– como opción política dominante. La lucha de clases será una fantasía comparada con la que nos espera. No pinta bien el horizonte. Los humanos omnívoros lo tendremos crudo.
Por Chaime Marcuello, profesor de la Universidad de Zaragoza.