¿Matámoslo todos?

El cuento viene a cuento. La frase del liberal Eugenio Montero Ríos en 1898 es perfectamente aplicable a la circunstancia actual de la política española. A efectos de evitar que tuviera lugar el necesario análisis del Desastre -Pi y Margall o la Reina Regente no tuvieron la misma responsabilidad que Cánovas, todo lo contrario- el político gallego evocó un Fuenteovejuna local, donde un personaje malvado era muerto por sus parroquianos, quienes con esa frase asumían la responsabilidad colectiva. Esto es, de nadie. Ahora, como en el 98. la recuperación de esa actitud permite quitarse problemas de encima y cargar sobre los cuatro culpables de forma y en grado parecidos. Como contrapunto, de cara a las próximas elecciones, cada uno de los cuatro elaborará un relato donde los demás son culpables y el emisor, el único inocente.

Los partidos tienen sus motivos para actuar así: el período electoral no es tiempo de autocríticas. Para los comentaristas no hay esa excusa. Cargar contra todos después tras lo ocurrido en estos meses es lo más fácil y encaja perfectamente con la sensación de malestar y profunda irritación dominante en la opinión pública. Quedas de inmediato convertido en un perfecto guía par dessus de la melée. Por eso mismo, siendo falso, resulta preciso someter a juicio ese planteamiento.

No es posible medir con el mismo rasero a quienes, o han bloqueado desde el principio la formación de una coalición de gobierno. o han intentado imponer a golpe de teatro exigencias que convertían toda alianza en presa suya. Con el riesgo desde Podemos de incumplir el que dijeron ser su primer objetivo, desplazar del gobierno al PP, y con el riesgo desde el PP de llevar al poder una fuerza dispuesta a dar un vuelco a la economía del país y a la propia estructura constitucional. Ni Podemos ni PP han hecho la menor alusión en tres meses al que decían era su principal adversario, ni a sus proyectos políticos: curiosos estadistas, ciegos para el análisis. Sus enemigos fueron aquellos que con un notable esfuerzo de conjugación de programas, trataron de presentar un programa común, abierto a la participación de los extremos. Como sabemos, no les sirvió de nada, teniendo además Pedro Sánchez que soportar la cobra del registrador y Rivera los insultos desde todos los rincones de Podemos.

Cierto que ni PSOE ni Ciudadanos han sido perfectos. Lejos de ello padecieron siempre de una incapacidad total para explicar las reformas que se proponían, y en especial el PSOE se contentó con declarar sus buenas intenciones de llegar al 199 e insistir en el rechazo a Rajoy (PP). Frente a quienes tratan ahora de capitalizar sus vetos, jugaron abiertamente en democracia. Merecen al menos ese reconocimiento.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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