¿Matará el virus al liberalismo?

Una de las derivadas más sorprendentes de la pandemia es la afirmación, hecha por algunos, sobre el poder destructor del Covid-19 de las instituciones: desde la democracia, al liberalismo, pasando por el capitalismo y la libertad.

Ahora bien, a lo que no mata es al Estado; al contrario. El gran maestro Rodríguez Braun lo ha expuesto en varias columnas en este periódico. Es incuestionable -nos dice el profesor- que "las crisis animan a los recelosos de la libertad, desactivan la resistencia popular ante las incursiones del poder y facilitan la propagación del pensamiento mágico que nos promete soluciones eficientes, que están al alcance de la mano, con tan solo aceptar las recetas antiliberales de toda la vida".

Un nuevo argumento se ha presentado como ariete definitivo: el de la biopolítica. El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, en el diario El Mundo, este pasado sábado, lo exponía en los siguientes términos: "La pandemia amenaza a nuestro liberalismo. ... La protección de datos impide la vigilancia de los individuos y, como la sociedad liberal no cuenta con la posibilidad de tomar al individuo particular como objeto de la vigilancia, lo único que le queda es un shutdown o cierre total con enormes consecuencias económicas. ... lo único que [lo] puede impedir ... es una biopolítica, una vigilancia digital del cuerpo que permita acceso irrestricto al individuo. Pero darse cuenta de esto significa el final del liberalismo". Si esa es la amenaza, tendría muy poca entidad, basta pensar en que una vacuna, diseñada, producida y vendida por una empresa privada haría innecesaria la "vigilancia digital del cuerpo". La economía de mercado "salvaría" al liberalismo, la ideología que le sirve de soporte, porque la causa de la libertad no se rinde tan fácilmente.

¿Matará el virus al liberalismo?Es verdad que, en todas las dimensiones de la pandemia, el Estado ha hecho acto de presencia, precisamente, porque se presenta como su antídoto. En primer lugar, la pandemia surgió en China y se expandió por el mundo. La respuesta: limitar la globalización; acabar o cercenar a los organismos internacionales; limitar las posibilidades de coordinación internacional. Volver al Estado-nación; el nacionalismo.

En segundo lugar, el contagio se produce en el contexto de las relaciones interpersonales. La respuesta: máscaras, guantes, para proteger el "yo", frente al "otro"; la restricción o eliminación de la interrelación personal, mediante la prohibición o limitación de movimientos, así como la vigilancia permanente.

En tercer lugar, la prevención y la curación requieren de medios sanitarios adecuados. Han fallecido tantas personas porque, se nos dice, se han "desmantelado" los servicios de salud. La respuesta: más y más servicios públicos.

Y, en cuarto lugar, la crisis sanitaria ha derivado en una crisis económica como consecuencia de lo que Byung-Chul Han ha denominado el "shutdown o cierre total" de las actividades económicas para frenar el contagio. La respuesta: el endeudamiento y el déficit públicos disparados para compensar las pérdidas económicas y de empleo de millones de personas.

Todo acaba en Estado y más Estado. Desde China hasta la crisis económica, pasando por el contagio y la curación, la respuesta es la misma. No se vislumbra otra. Es la inercia de una fuerza histórica milenaria. Porque el disfrute de la libertad es históricamente algo muy nuevo. Por ejemplo, el sufragio universal, en Europa, se alcanzó a principios del siglo XX; en España, en el año 1933, mientras que Francia, en el año 1944. Que en el año 2020 hablemos de las consecuencias más nefastas del racismo en Estados Unidos, o de la discriminación que sufre el colectivo LGTB+, nos debe recordar lo novedoso de la causa de la libertad. Porque es, en términos históricos, una rareza, siempre amenazada. A las primeras de cambio, se declara su muerte. Acudir al Estado es lo más "normal"; la respuesta más obvia; la más fácil; la que conecta con miles de años de Historia. Ofrecer una respuesta de libertad y desde la libertad se nos antoja tan utópico como viajar a otra Galaxia.

A nadie se le ocurre hablar de libertad frente a la pandemia. Nuestro Gobierno, que se ha servido de la opción opuesta, la más estatista e intervencionista, puede, a su vez, estar provocando un efecto rebote. Basta con observar lo que está sucediendo en nuestras calles. Se ha quitado la barrera, y todo se ha desbordado. Probablemente porque el elemento central de la estrategia era equivocado. No debería ser el de la restricción, sino el de la responsabilidad. Pero, para eso, se requiere algo cuya ausencia es notable: trenzar la confianza entre los ciudadanos y el poder basado en la transparencia y en la verdad. Al final, se presenta como el nudo poder. El 71% de los encuestados, según publicaba el diario ABC, considera que el Gobierno no es ni riguroso ni transparente con la información sobre el número de fallecidos. Ha fracasado el aportar un sostén, incluso, científico a las medidas adoptadas; no conocemos ni el número de fallecidos; ... todo esto va socavando la credibilidad de lo que se hace; de las restricciones que se imponen. Y como no son creíbles, una vez desaparecidas, se produce el desbordamiento. Es significativo que en la misma encuesta se considera, en un 83%, que debería castigarse con más dureza las conductas irresponsables en relación con el virus. Socialmente se observa la irresponsabilidad, la alarma que suscita y la conveniencia del castigo para hacerle frente. Es paradójico que, ni sancionar, el Estado sabe hacerlo adecuadamente.

Al final, se ha puesto de manifiesto la modernidad de la libertad y de que la gestión (pública) exige transparencia para sostener la veracidad que es la materia prima de la credibilidad del poder de la que depende la legitimidad: la adhesión espontánea a lo impuesto por el Estado. Que el Estado administre la libertad, sabemos, históricamente, qué es lo que significa: una vez se relajan los controles, la irresponsabilidad hará acto de presencia porque la libertad sufrirá la tragedia de los bienes comunes (Hardin).

Andrés Betancor, catedrático de Derecho administrativo en UPF.

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