Maternidad: caer en otro cuerpo

El filósofo Santiago Alba Rico acaba de publicar un ensayo titulado 'Ser o no ser (un cuerpo)'. Sostiene que «la dislocación económica y tecnológica de los últimos siglos nos ha llevado a vivir separados del cuerpo», un cuerpo que describe como el conjunto que forman la carne y el verbo. El cuerpo es un estorbo, una reliquia de 40.000 años del que huimos de distintas formas. No lo necesitamos para nada y el exceso de cuerpo, la «sobrecorporalidad», está, dice Alba Rico, simbólicamente identificada con la exclusión. Son los pobres, los gitanos, los inmigrantes y los viejos o enfermos los que resultan demasiado corpóreos. Pero por muy lejos que vayamos, por mucho que nos distanciemos de la carne que nos da forma, siempre habrá recaídas. En las que está el silencio, el dolor, la enfermedad, la vejez, la vergüenza o el aburrimiento. Pero hay otra forma de volver al cuerpo (lo que él llama recaídas, fracasar en el intento de huir), la de caer en el cuerpo de otro, sea a través de la experiencia del amor o de la compasión, que tienen en la maternidad su máxima expresión.

Sé que ahora el debate sobre la maternidad va por otro lado. Después de unos años de vendernos una estampa idílica del ejercicio de las funciones maternales, imposible de alcanzar, ahora toca cambiar y hablar de las presiones que reciben las mujeres que no quieren ser madres, del malestar que esto provoca. Y, por otro lado, toca contar las molestias e incomodidades de la maternidad y manifestar que no todo es cantar y coser durante los primeros meses. Todo un descubrimiento. No hay heroicidad alguna en la decisión de tener hijos y cuidarlos pero tampoco es subversivo no tenerlos.

El libro que inció esta supuesta polémica, 'Madres arrepentidas', de Donath Orna, hay que tener en cuenta que interroga a mujeres israelís que han tenido hijos sin desearlo. Y hay que recordar que Israel lleva a cabo una política de natalidad intensa no con el objetivo de imponer la maternidad a las mujeres, sino para frenar la presión demográfica de los palestinos. En España solo hay que observar las medidas de conciliación para descubrir que hay más presión para no tener hijos que para lo contrario. Aunque algunos discursos puedan interpelar a las mujeres sin hijos, en la práctica todo está en contra de la reproducción, que en muchos casos se considera una especie de capricho de la propia mujer que decide renunciar a una vida profesional de primer orden para dedicarse a sus mocosos.

Al parecer todas somos altas ejecutivas a las que nuestro trabajo nos da grandes satisfacciones. Siempre que hablamos de este tema olvidamos algo fundamental: poder decidir, poder escoger realmente si maternidad sí o no y de qué forma, es un privilegio de unas pocas. El debate sobre el tipo de crianza afecta a una minoría. La mayoría hace, simplemente, lo que puede. En este país el margen de decisión es ínfimo porque todo está contra la maternidad, no se puede negar: bajas ridículas, horarios laborales incompatibles con la vida misma, precarización que sufren especialmente las mujeres y, en general, la idea de que si tienes hijos es cosa tuya y de nadie más. Una falta absoluta de valor colectivo a la reproducción y a todas las tareas relacionadas con los cuidados.

A pesar de todo, seguimos teniendo hijos, seguimos deseando tenerlos y queremos y cuidamos a nuestros hijos en cuerpo y alma. No es ninguna mistificación, ni una estampa publicitaria, la maternidad implica unos valores indiscutiblemente positivos que no se pueden negar. La madres estamos haciendo algo muy bueno, que nadie nos venga a decir lo contrario. Y más que ser puestas en duda, tendríamos que ser un ejemplo a seguir. Por muy mala madre que se sea, es difícil que no atendamos el llanto del bebé, por muy agobiada que esté una madre, es difícil que no reaccione cuando el niño cae. Aunque grite, al final siempre acabará arropando a su hijo. Es una experiencia que trastoca profundamente la propia identidad, pero pese a todo somos madres porque nos lo pide el cuerpo y porque este es también nuestro propio origen. Lo deseable sería que esta compasión se extendiera a todo el mundo y que hubiera cuantas más madres mejor, con o sin hijos, y, como dice Alba Rico, sean hombres o mujeres.

Si esta experiencia nos pone a todos, las implicadas directamente y la sociedad que nos rodea, en un punto de conflicto es porque se trata de una vuelta al cuerpo sin paliativos. No hay hecho humano que impida más la huida que la maternidad. Más importante aún, es la experiencia humana que nos confronta de un modo directo e ineludible con nuestra propia precariedad como cuerpos. Si no nos cuidan cuando nacemos, simplemente nos morimos. Dice Alba Rico: «seguiremos necesitando el cuerpo para nacer y para morirnos en una sociedad que se ha prometido a sí misma la inmortalidad, pero que sigue dependiendo del vientre de las mujeres para repetir la vida».

Najat El Hachmi, escritora.

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