Maternidad subrogada: ¿egoísmo o derecho?

Maternidad subrogada: ¿egoísmo o derecho?

Cada vez escuchamos más voces sobre el extraño concepto de maternidad o gestación subrogada, aquellos que se aprovechan de ella también pretenden justificarla con argumentos médicos.

Al igual que el complejo proceso por el que una mujer recibe en su cuerpo un embrión creado por fertilización in vitro (FIV), que más tarde dará lugar a un bebé genéticamente no relacionado con ella, requiere intervención médica, cabe preguntarse qué decir desde el conocimiento científico y la ética profesional sobre la gestación subrogada.

Para aquellos que nos dedicamos a la salud de la mujer y a la salud sexual y reproductiva está claro que la biología impone unos límites y nadie puede conseguir todo lo que desea. Hay miles de ejemplos de personas que tienen que conformarse con enfermedades sin cura, con limitaciones funcionales anatómicas o con pérdidas irreversibles de algún órgano. Tampoco nadie puede saltarse lo que la edad o el sexo determinan, una mujer no puede tener hijos después de la menopausia y un hombre no puede gestar un hijo o hija en su vientre.

Asimismo hay que tener en cuenta que las desigualdades económicas y sociales marcan grandes diferencias en la salud y en la enfermedad. Los pobres enferman y sufren más que los ricos y es obligación de los Estados, de la sociedad y de los profesionales intentar reducir esas desigualdades. Por eso en los países modernos como el nuestro se intenta garantizar una atención universal y un acceso igualitario a los servicios de salud y a los tratamientos. Si la desigualdad afecta a algo tan preciado como conseguir o no un embarazo, se convierte en injusticia.

Los especialistas en salud asumimos que la tecnología médica disponible debe aplicarse siempre que los beneficios y resultados sean razonables, que su aplicación no perjudique a quien se exponga a ella y que no sea utilizada por minorías privilegiadas. Las técnicas aplicadas a la reproducción asistida (TRA) han sido acreditadas científica y clínicamente, están bajo control del marco legal (1988, 2006, 2014) y son las que son: FIV, inseminación artificial y transferencia intratubárica de gametos. La maternidad subrogada, además de ser ilegal, no es ninguna nueva técnica médica.

Por otra parte, es obvio que los tratamientos no son infalibles. Las enfermedades tienen que ser tratadas mediante los recursos disponibles, teniendo en cuenta su indicación, eficacia y efectos secundarios. Confundir a la población que sufre, por ejemplo infertilidad, con tratamientos que no son tales, haciéndoles abrigar falsas esperanzas no es ético. Tampoco lo es dar la idea de que con dinero puedes conseguir el milagro de convertir en padres o madres a quienes no lo pueden ser.

Siempre han existido patologías como la endometriosis grave, tumores genitales, anomalías anatómicas, y un largo etcétera, que producen esterilidad. Unas veces podrán conseguir un embarazo con apoyo de las técnicas más avanzadas y otras no. Nadie como quienes hemos asistido a estas mujeres y parejas sabemos del sufrimiento que esa situación produce, y por eso siempre hemos apoyado los avances legales y científicos. Pero todo tiene su límite: de manera global, los éxitos de las TRA rondan el 30% o el 40% siendo más elevados en caso de inseminación artificial. Es lo que hay para el común de los mortales… tres técnicas con sus éxitos y fracasos.

También nos revelamos contra los grandes obstáculos que tienen para acceder de manera equitativa a esas técnicas porque depende de las distintas Comunidades y de la limitación a partir de los 39 años, momento en que el sistema sanitario público les abandona. Y contra las dificultades para adoptar bebés, pese a haber en el mundo millones de ellos, desamparados a causa del injusto reparto de la riqueza, de la discriminación de las mujeres por razones de género o por las guerras.

Quienes defienden un marco legal que legitime usar el cuerpo de una mujer a cambio de dinero nos quieren convencer que toda persona tiene derecho a ser padre o madre olvidando algo elemental: todo derecho tiene sus límites y no se puede ejercer contra el derecho de los demás. Ser padre o madre, en sí mismo, no es un derecho humano, ni sexual, ni reproductivo; es una capacidad, que no todo el mundo tiene y que, además, no dura toda la vida. Tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, a intentar prevenir las enfermedades que puedan afectar a nuestras capacidades reproductivas, a elegir tener hijos o no y con quién, a planificar cuándo y cuántos y a que el sistema público de salud nos atienda bien y por igual. Lo demás, confundir los deseos individuales con los derechos universales es, como poco, egoísta.

Por resumir, muchos profesionales de la Medicina en relación con la llamada maternidad subrogada o vientres de alquiler afirmamos que la salud no se compra. Si nos saltamos por dinero las barreras que la biología nos impone no tardaremos en ver -ya se hace en países muy pobres- a los pudientes comprando un riñón, una córnea, un pulmón y a los desesperados vendiéndolos. Y ya de paso, algunos sin escrúpulos pagarán para que sus bebés sean altos, rubios o de un determinado sexo.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las donaciones son altruistas. La donación de órganos, de semen y de óvulos, es por definición e imperativo legal altruista. Además en el caso de donación de órganos, el control estricto de las condiciones de donantes y receptores y la prioridad para enfermos en lista de espera no puede saltarse por privilegios.

Además, se cosifica el cuerpo de la mujer. La mujer que lleva en su vientre no dona nada. Simplemente es utilizada, como si fuera una vasija, para hacer algo tan arriesgado, física y emocionalmente, como someterse a maniobras complejas y gestar un futuro bebé para luego separarse definitivamente de él y entregarlo a alguien que no conoce de nada. Todos los sufrimientos importan. En este sentido, hablamos del dolor de las personas infértiles pero casi nadie habla de las mujeres -de India, Ucrania o EE.UU.- que bajo sutiles o burdas presiones reciben altas dosis hormonales y se someten a procesos quirúrgicos de alto riesgo. Si además son pobres e incultas y están en clara desigualdad con los contratadores e intermediarios, no podemos mirar para otro lado.

La salud es física, psíquica y social. La gestación tiene, además de riesgos no desdeñables para la salud física de las mujeres, un valor simbólico y una carga cultural y emocional enormes. Resulta pues inaceptable desde un punto de vista de salud individual y pública reducir el proceso de gestación mediante contrato al mero cobijo temporal de un embrión o feto. Con los leoninos contratos de subrogación la salud psíquica y social de las mujeres se resiente dejando secuelas de por vida.

Los bebés, también vulnerables. Sabemos lo importante que para muchos seres humanos es conocer sus orígenes y la obligatoriedad de ser educados sin mentiras. No se trata de poner en duda la capacidad de cuidados y de crianza de los padres por subrogación sino de reconocer el derecho de esos hijos a saber cómo nacieron. Un niño, niña o adolescente puede entender que fue adoptado porque sabe que no se comerció con su vida pero seguramente no entendería las condiciones y el precio que sus padres pagaron a una mujer para traerle a este mundo por encargo.

Asistimos a un nuevo embate contra la salud y los derechos de muchas mujeres, niños y niñas. Pero ahora el lobo se ha apropiado del discurso de la libertad para reconvertir el viejo drama de la explotación haciendo creer a las explotadas que lo hacen por gusto. O del viejo discurso de que todo se hace por amor… amor egoísta disfrazado de instinto paternal o maternal.

Como profesionales otra vez más tendremos que recurrir a nuestro compromiso de conciencia para evitar daño a la salud y mejorar las condiciones de vida de los más vulnerables.

Isabel Serrano Fuster es ginecóloga.

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