Matrimonio de conveniencia

España y el mundo entero atraviesan un momento delicado en el que pareciera que se ponen en cuestión valores y principios indiscutiblemente asumidos hasta ahora. Corremos el riesgo de que las ramas no nos permitan ver el bosque, dejando de lado cuestiones esenciales que requieren nuestra atención. Tal es el caso de las relaciones hispano-marroquíes, esenciales para ambos países, por supuesto, pero también esenciales en términos geoestratégicos mundiales, esenciales para Europa y esenciales para África.

Marruecos y España han mantenido relaciones estables desde hace décadas, independientemente de quién haya ostentado la mayoría parlamentaria en España. Como a nadie se le escapa, existen poderosas razones objetivas para ello. Sin embargo, emanan sentimientos que se corresponden más con el mundo de las emociones que ponen en riesgo el imperio de la razón y que siguen impidiendo la extensión de esta cooperación a importantes ámbitos como el social y el cultural, lo que permitiría humanizar la relación.

La inmutable realidad geográfica impone esta vecindad determinando que cada país suponga en relación con el otro una especie de extensión del espacio vital. Siendo así, es indiscutible que la vigente vibrante actualidad va mucho más allá del restringido marco nacional e impone, más que nunca, la necesidad de que esta estabilidad permanezca.

En la década de los 70, las dos economías iban a la par. Sus producciones industriales aportaban muy poco valor, mientras que la agricultura y la pesca eran muy competitivas, sobre todo frente al mercado europeo. Cuando España se unió a Europa, el diálogo entre estos dos países se limitó a la pesca de altura, con Marruecos negociando en desventaja porque España contaba con más fuerza gracias al acuerdo de asociación con la Unión Europea.

Fue un período muy complejo, en el que ambos países, en busca de un camino hacia la modernización estructural de sus economías y del sistema político, se vieron agobiados por la debilidad de sus respectivas economías y la lucha contra la pobreza, especialmente para España, forzada a alcanzar los niveles del mercado europeo.

Pero todo esto ya es Historia. Los cambios en la economía marroquí han sido tales que ahora España compite con Francia por el papel de socio económico principal. Las inversiones directas españolas en sectores tan variados como el turismo, la agricultura, la electromecánica o la construcción son muy importantes.

Incluso en España, las exportaciones relacionadas con la producción agrícola se han reducido drásticamente. Además, en determinados nichos, como en el de fresas, por ejemplo, estamos asistiendo al desarrollo de joint ventures o asociaciones estratégicas de carácter temporal.

Más allá de todo lo expuesto, entre estos dos vecinos, que están a ambos lados del estrecho de Gibraltar, siempre ha quedado claro que las cuestiones geoestratégicas son fundamentales. Los dos países están necesariamente preocupados por la seguridad, la lucha contra el terrorismo, el tráfico internacional de drogas y la inmigración ilegal. Marruecos se muestra como un socio muy fiable. Son los propios líderes españoles quienes lo vienen afirmando desde el cambio de siglo. Madrid reconoce la importancia y la calidad de esta cooperación y es el defensor de Marruecos ante la Unión Europea para un apoyo específico en este contexto. La novedad es que, a través de su política africana iniciada por el rey Mohammed VI en 2008, Marruecos se ha consolidado como un líder indiscutible del continente que, a pesar de sus persistentes problemas, es el que esconde la mayor fuente de crecimiento en las próximas décadas. España, el país más cercano a África, lo tiene muy claro y consecuentemente impulsa la cooperación bilateral en esta dirección. Es evidente que Marruecos es la puerta más accesible para canalizar inversiones hacia el continente africano.

Los aspectos no económicos constituyen un problema mayor, ya que las dos naciones están en contacto, a veces en confrontación, sistemáticamente. Es incomprensible que las relaciones culturales estén en un nivel tan bajo. En efecto, existe un movimiento que reivindica la herencia morisca en Andalucía, el círculo de Avesnois, la asociación de las tres culturas, pero esto no está a la altura de lo que representa el pasado de las dos naciones, con una herencia fuertemente fundamentada en la civilización islámica y el renacimiento europeo.

La política desplegada desde Madrid es demasiado tímida. Debemos desarrollar un sistema de becas para estudiantes marroquíes, mejorando la imagen de los emigrantes marroquíes, fortaleciendo la presencia lingüística y facilitando los intercambios humanos.

Los contextos nacionales y regionales cambiantes en el Mediterráneo occidental hacen aconsejable establecer redes más estrechas y densas entre las sociedades e instituciones de España y Marruecos para favorecer el conocimiento y el intercambio de experiencias. Esto se debería extender a los ámbitos de las universidades, los partidos políticos, los medios de comunicación y los organismos de la Administración.

En este contexto, el asunto del Sáhara pierde gran parte de su relevancia. España, una antigua potencia colonial, está muy familiarizada con el asunto. Madrid se ha sumado al proceso político, ha apoyado la propuesta de Marruecos de una autonomía ampliada, calificándola de «sincera y creíble» y Marruecos ha tomado nota. Que Unidas Podemos siga con sus viejas y gastadas posiciones ideológicas no es relevante.

Olvidar y querer cambiar el hecho de que el Sáhara forma parte de la nación marroquí sería un verdadero cataclismo. Primero, porque estas naciones, tanto Marruecos como España, están muy apegadas a su unidad e integridad territorial. Esto presagiaría problemas y conflictos interminables en una región del sur del Mediterráneo, que más que nunca necesita estabilidad. Desafíos como la lucha contra el terrorismo o el fenómeno de la migración requieren estados estables. Económicamente, esta región no puede permitirse desmoronamiento alguno.

Por el contrario, necesita más integración, un mercado más profundo, para asegurar su despegue y satisfacer las aspiraciones de su población mayoritariamente joven.

El asunto El Guergarat también afectaría a los productos españoles. Marruecos es un activo defensor de la estabilidad regional, España está de acuerdo y esto refuerza la permanencia y el reforzamiento de este matrimonio de conveniencia.

Ahmed Charai, editor marroquí, es miembro de la junta directiva del Atlantic Council, consejero internacional del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y miembro del Advisory Board del Center for the National Interest en Washington y del Advisory Board del Gatestone Institute en Nueva York.

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