Matrimonios de conveniencia

«Más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación». —Amin Malouf

El último de los conejos que Iván Redondo se ha sacado de la chistera para perpetuar el Gobierno dual Sánchez-Iglesias ha sido la reedición de un gran acuerdo nacional, unos nuevos Pactos de la Moncloa. No deja de ser curioso que quienes no han parado de ningunear la Transición se encomienden ahora a sus santos patronos para salir del entuerto en el que estamos metidos. Una crisis sanitaria como no habíamos conocido desde la gripe de 1918, una crisis económica sin parangón desde la Guerra Civil y con el Ejecutivo más débil que España ha conocido desde la restauración de la democracia, y una crisis de seguridad nacional en toda regla. Pablo Iglesias ya no habla de la Transición como una simple operación de maquillaje para dejar las cosas como estaban. Pedro Sánchez y su vicepresidente de Podemos apelan hoy al patriotismo y a la solidaridad de los españoles que todas las tardes salimos a los balcones para aplaudir a los que combaten en el frente. Los mismos balcones que se llenaron de banderas cuando temieron que Sánchez vendiese a Quim Torra la soberanía nacional con tal de mantenerse en el poder.

Matrimonios de convenienciaSánchez sabe, como sabía el presidente Adolfo Suárez en 1977, que solo podemos capear el temporal si llegamos a un acuerdo nacional que permita repartir los sacrificios de la crisis con equidad y evitar que la recesión se convierta en una depresión duradera. Lo que pasa es que Sánchez no es Suárez, el sanchismo no es la socialdemocracia clásica y el Gobierno de la Nación no es homogéneo ni centrista; revienta por todas las costuras. ¿Cómo pueden entenderse Nadia Calviño y Pablo Iglesias? ¿En qué pueden coincidir Yolanda Díaz y José Luis Escrivá? El Ejecutivo es débil, se mantiene gracias a unos apoyos parlamentarios a los que jamás hubiese recurrido Felipe González y, además, no está demasiado bien visto en Bruselas, donde todavía se acuerdan de las andanzas de los populistas griegos de Syriza.

Lo de los nuevos Pactos de la Moncloa es un buen eslogan, pero es obvio que Pedro Sánchez carece de las tres ces –credibilidad, consenso y confianza– que permitieron a Adolfo Suárez cerrarlos. Credibilidad: Suárez llegó a los Pactos de la Moncloa habiendo honrado todos los compromisos contraídos cuando tomó posesión («puedo prometer y prometo»); había roto el candado que cerraba el paso a la democracia («atado y bien atado»); había legalizado todos los partidos y había aprobado una amnistía que permitió poner urnas en el País Vasco. Consenso: Suárez hizo todas estas cosas porque escuchó a todos y encontró caminos de entendimiento hasta con Felipe González que desconfiaba mucho de Suárez y más aún de Santiago Carrillo. Felipe firmó y también lo hizo Nicolás Redondo (UGT) que soñaba todas las noches con Marcelino Camacho (Comisiones Obreras). Eso sí, a cambio de concesiones económicas, sociales y políticas que acabaron con lo que quedaba del franquismo. Confianza: el eslogan de Suárez en las elecciones fue muy claro, «UCD, la vía segura a la democracia». Los españoles le creyeron. Cuando perdió su confianza supo hacerse a un lado.

El presidente Pedro Sánchez no tiene ninguna de las tres ces que adornaron a Suárez. Credibilidad: en dos años al frente del Gobierno no ha podido aprobar unos Presupuestos ni hacer las reformas necesarias que nos hubiesen permitido capear mejor el temporal que ahora nos asola. Consenso: Sánchez se ha empeñado en subrayar las diferencias que nos separan y olvidar las coincidencias que nos unen; en ahondar el guerracivilismo de Rodríguez Zapatero. ¿Cómo pretende llegar a un acuerdo con una oposición a la que un día ningunea y otro insulta? Confianza: ha engañado a todos, incluidos sus propios compañeros de partido y ha desconcertado a propios y extraños prometiendo los lunes una cosa y los martes la contraria.

Pero estamos donde estamos y hay que hacer un cesto con los mimbres que tenemos. Sánchez tuvo la oportunidad tras las elecciones últimas de conformar un Gobierno constitucional con el Partido Popular y Ciudadanos; no quiso y se empecinó en hacerlo con Podemos, la izquierda radical que hoy se sienta en el Consejo de Ministros por primera vez desde 1937. Nada que ver con el Gobierno de Suárez.

La oposición tampoco es la misma que entonces: la izquierda no está en la oposición sino en el Gobierno; en los bancos de la derecha no se sienta la Alianza Popular de Fraga, se sienta el Vox de Abascal, un partido que no cree en las autonomías y arrastra los pies cuando se habla de una Europa más integrada y federal. La ERC de Junqueras y el JuntsxCat de Puigdemont sostienen por ahora a Sánchez, pero están esperando su oportunidad para dinamitar la Constitución y la propia idea de España. Nadie se fía de nadie y, por eso, cualquier posibilidad de acuerdo pasa por poner encima de la mesa un plan concreto hasta en sus mínimos detalles, como el que entonces elaboraron Enrique Fuentes Quintana y José Luis Leal. Sin una propuesta sobre la mesa no se puede acordar nada.

Como apunté en mis Memorias Heterodoxas de un político de extremo centro, siempre he creído que lo que se necesita en momentos de tribulación es un Gobierno de salvación nacional entre los partidos que defienden la Constitución y comulgan con los pilares sobre los que se han construido las democracias liberales. Una especie de Unión Sagrada como las que proliferaron en Europa al inicio de la Gran Guerra. Soy consciente de que esto es una posibilidad muy remota porque Sánchez prefiere apoyarse en un Pablo Iglesias que depende de él a coaligarse con el Partido Popular, la única alternativa real. Así las cosas, lo máximo a lo que se puede aspirar es a un acuerdo entre las principales fuerzas políticas y sociales en el que se deben incluir condiciones claras, exigentes y acotadas en el tiempo. Creo que fue Chamberlain padre el que lo dijo: «Cuando vayas a comer con el diablo, lleva una cuchara bien larga». Pactismo sí, masoquismo no.

Y concluyo parafraseando a Amin Malouf, al que he citado al principio de este articulo, con una afirmación de principio: «Resulta demasiado fácil esperar el cataclismo con los brazos cruzados y una sonrisa burlona para poder decir cuando llegue el diluvio: Lo sabía, lo había anunciado. Si quieres arriesgarte tienes que predecir lo contrario». Yo, hoy, no tengo más ambición que esperar que nuestros dirigentes se pongan de acuerdo para acudir al rescate de una España herida y de unos españoles que miran el futuro con autentica angustia. Si no lo hacemos por patriotismo, hagámoslo para evitar que el cataclismo que estamos viviendo se lleve por delante lo que tantos años nos ha costado construir.

José Manuel García-Margallo y Marfil, ex ministro de Exteriores, eseurodiputado.

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