Mecanismos técnicos y actitudes éticas

Rrecientemente —el 15 de julio— cinco personalidades europeas del más alto prestigio político y cívico —Jacques Delors, Felipe González, Romano Prodi, Etienne Davignon y Antonio Vitorino— han publicado un articulo en «Le Monde» con este título: «Una visión clara para que el euro salga reforzado de esta crisis».

Afirman, categóricamente, que el euro debe sobrevivir a esta crisis. Y que sobrevivirá. Porque puede salir reforzado si se crean los instrumentos y se toman las decisiones pertinentes. Que a su entender, a caballo de la crisis, ya han empezado a elaborarse.

En primer lugar, que los Estados deben garantizar, dicen, los depósitos de los particulares. Porque es preciso que la gente pueda tener confianza en sus bancos. Pero a su entender las pérdidas por las malas inversiones bancarias no deben cubrirlas los contribuyentes, sino los propios bancos, aunque advierten de que esto no debe amenazar la estabilidad del sistema. O sea, que en realidad admiten que en parte sí deberán cubrirse con fondos públicos.

Por otra parte afirman que la regulación no podrá hacerse en el marco limitado de cada Estado. Y que la crisis puede tener en este sentido efectos benéficos. Esperemos que así sea.

Y hacen algunas advertencias en las que todos vamos a estar de acuerdo. Por ejemplo, dicen que «la crisis enseña que no se puede vivir indefinidamente por encima de las posibilidades de cada cual, y esto vale también para los Estados». Aunque matizan que la reducción de los déficits debiera hacerse «con un horizonte temporal realista».

Yo también creo, como los mismos autores del artículo, que a efectos de una mayor integración económica, fiscal y política de Europa la crisis puede tener efectos positivos. Y como europeísta de toda la vida lo celebro. Y celebro la intervención tan precisa de los cinco firmantes del artículo de «Le Monde».

Pero haría falta que gente de su autoridad política y moral hiciese notar un aspecto que explica en gran parte lo que ha pasado en los países llamados periféricos, que principalmente son los del sur de Europa. Los denominados «Club Méd» durante la época en que se discutía su entrada en el euro. Dando a entender, con la referencia al «Club Méd», que eran países muy aptos para las vacaciones, pero no para desarrollar una economía sólida y equilibrada. En esa época tuve conversaciones sobre este tema con muchas personalidades políticas y económicas europeas, algunas de ellas firmantes del artículo que hoy comento. El propósito de esas entrevistas era explicar que España tenía el firme propósito de observar la disciplina que el euro requería. Y por tanto, de cumplir los criterios de Maastricht, especialmente déficit y endeudamiento. En aquel entonces, dada la composición del Parlamento español mis argumentos como líder de CiU y presidente de la Generalitat eran escuchados con atención. Y noté que, entre otros, desde el primer ministro holandés Lubbers al ministro alemán de Economía Waigel, pasando por el presidente Chirac y el canciller Kohl —por cierto, el más sensible a los argumentos españoles— y los presidentes de las Comisiones de Economía de la Asamblea nacional francesa y del Bundestag, e incluso el presidente de la Bunesbank, Tietmeyer, había un sentimiento de desconfianza que, no obstante, el interés para que la operación UEM y euro fuera un éxito acabó disipando. Manifiestamente se preguntaban: «Estos, ¿cumplirán?». Se notaba que pensaban: «¿Son lo bastante serios?». Recuerdo que en la conversación con Waigel salió más de una vez las palabras «ernst» (serio) y «ernsthaftigkeit» (seriedad). Con tono interrogativo, un poco ofensivo.

Por desgracia, quince años más tarde les tenemos que dar la razón. Cuando menos, en buena parte. Los países del sur no hemos sido lo bastante serios. Y a la hora de retomar el camino —como acertadamente se pedía en la carta encabezada por Jacques Delors— hacia un reforzamiento de los instrumentos y de los organismos europeos, hay que tenerlo en cuenta. Lo tiene en cuenta la señora Merkel, y por eso se resiste a los eurobonos. Lo tienen en cuenta los holandeses, y los finlandeses, y los eslovacos, y los austríacos, que han sido disciplinados y no han sido manirrotos. Y que no se han creído nuevos ricos. O que no han engañado. Estos países y algunos más que han hecho un esfuerzo de disciplina y autoexigencia se resisten a adoptar medidas que faciliten la ligereza y la frivolidad. Y tienen razón. No la tendrán si llevan su resistencia hasta hacer tambalear el euro, pero la tienen si piden garantías reforzadas de que algunos países no recaigan en la frivolidad. En el gasto fácil, incontrolado y a veces disimulado por el engaño. Países que no habrán hecho, o habrán hecho muy poco, esfuerzo para aprovechar las ventajas del euro y dar consistencia real a su economía. A menudo, con argumentos de solidaridad no acompañada de autoexigencia y sentido de la responsabilidad. Al contrario, a menudo con autocomplacencia.

Como bien se menciona en la carta de Delors, González, Prodi, Davignon y Vitorino, a solucionar la crisis y salvar el euro deberemos contribuir todos: todos los Estados del euro, los bancos, las instituciones europeas... Por tanto, poco o mucho, todos los europeos. Los más ricos y más poderosos en mayor medida, como corresponde. Pero habría que añadir a la carta un complemento. Una referencia a que la UE solo será capaz de salir adelante si, además de proveerse de herramientas financieras y técnicas y de ayudar a las economías en crisis, apela a la ética de la responsabilidad de todos los países miembros.

Es seguro, conociendo a las personas que firman la carta, que son sensibles a este aspecto. A lo que podríamos llamar los valores sin los cuales la UE no tendrá solidez. Pero deberían decirlo. Sin condescendencia.

Por Jordi Pujol i Soley, ex presidente de la Generalitat.

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