Medem

Por Eutiquiano Rodríguez Marchante, crítico de cine (EL PAÍS, 21/09/03):

Tener un apellido capicúa, como Medem, le da a los demás ciertas ventajas sobre ti: sin pensarlo, te lo acaban leyendo todo como si fuera el apellido, lo mismo de atrás a delante que de delante a atrás.

Faltan aún algunas horas para que se proyecte en el Festival de Cine de San Sebastián su película «La pelota vasca, la piel contra la piedra», pero ya la han «leído» y «releído» entera antes de verla y se han dicho tantas cosas de ella que nos resultará muy complicado descubrir algo nuevo a los que tenemos la obligación de hablar del cine después de haberlo soportado desde la butaca.

No he visto, pues, «La pelota vasca, la piel contra la piedra», y no puedo por lo tanto decir nada ni a favor ni en contra de la película de Medem hasta mañana. Sí se puede notar en el título una contradicción, no sé si casual o causal, si azarosa o estudiada. La piel contra la piedra es una frase quizá poética, pero engañosa: la piel no agrede a la piedra, y ese «contra» suena ahí de un modo amenazante pero en el lugar inadecuado... Sin duda resultaría menos poética la frase si se le da la vuelta hasta su lógica: la piedra contra la piel. Y es precisamente esto, la ilógica del afán poético, lo que me va a permitir hablar no de esta película de Medem, que no he visto, sino del cine que hasta ahora ha hecho Medem, que sí he visto y que tiene siempre, sin excepción, un ansia poética. Incluso a mi modo de ver: un ansia poética que le perjudica, o al menos que lo lastra.

La obra en cine de Julio Medem goza, en general, de los prestigios precisos para su orgullo y tranquilidad: le gusta a los críticos, le entusiasma al público y es presa y materia de conversaciones y estudios en medio mundo, tanto en universidades como en bares. Los títulos «Vacas», «La ardilla roja», «Tierra», «Los amantes del Círculo Polar» y «Lucía y el sexo» componían hasta hoy (que se dará certificado de pública a su última película, el documental «La pelota vasca, la piel contra la piedra») su filmografía, que cualquier encuesta entre la gente la calificaría entre el brillante y el muy brillante. Es decir, estamos hablando de un cineasta tranquilo, en el sentido de que puede presumir o arroparse con las dos mantas que cobijan al artista, el mercado y el prestigio (o sea, su público y sus críticos). No ha de buscar ni el calor de la taquilla ni el de los halagos, luego, todo lo que haga, lo hace bien vestido, sin otras necesidades que las que le crujan en su entraña de artista.

Para mi infortunio, he de confesar que no consigo conectar en absoluto con el «mundo» de Julio Medem, y que mi sensibilidad, por lo que sea, nunca encuentra consuelo en las sensibilidades y sentimientos que proyecta el cine de Julio Medem. Esto no me impide ver que el único perjudicado soy yo: otras muchas personas, incluso muy cercanas, disfrutan y se colman con el cine de Julio Medem, con su modo íntimo de mirar las cosas y con su manera de tratar los asuntos cotidianos como si fueran excepcionales, o al revés. Y no sólo no entiendo su lírica, su discurso poético, sino que incluso me produce un cierto «alipori»... Me pasa con otros «incuestionables»: es oír las canciones de Sabina, su modo de rimar poeta con bragueta, y se me dispara el colesterol. O con el Real Madrid de «los galácticos», de Florentino, Valdano y los demás, su modo de rimar el fútbol, de hacer sonetos de calculadora y mirar al mundo con ese gesto entre angelical y canalla de quien quiere hacerse perdonar lo bueno que es y el talento que tiene. Pero,afortunadamente para ellos, están fuera de mi jurisdicción: ni les roza ni les afecta la impresión que uno tenga de ellos, o sea que les puede menospreciar y ningunear en privado.

Pero, más allá de los gustos propios, de las sensaciones, del puro disfrute, hay que reconocerle a Julio Medem que como cineasta tiene estilo, personalidad, que es distinto a los demás y que trata (para muchos, con éxito) de situarse muy lejos de lo vulgar o de lo ya visto y opinado. Medem es capaz de hacer una película como «Lucía y el sexo» en la que, a su modo, consigue que el público crea que arropa la pornografía con buen gusto y sensibilidad, de manera que uno se jacte de ver esa película y disfrutarla sin renunciar a lo que tiene de tópico, de poético o de guarro. Nada hay, a mi entender, pornográfico en «Lucía y el sexo», salvo el deseo del propio Julio Medem de que haya algún ojo que así lo vea. Nada encuentro tampoco en «Tierra» o en «Los amantes del Círculo Polar» mucho más allá de las pretensiones de Medem o de la manita de ternura con la que embadurna a sus personajes, tan recocidos en esa salsa sentimental de quien escribe sólo tan en mayúsculas que hay que taparse un poco los oídos para escucharlo. Pero es su «mundo». El «mundo» de Julio Medem. Y hay muy pocos directores, y menos españoles, o vascos, que tengan «mundo». Julio Medem tiene «mundo», y hay que respetárselo al menos hasta que se desmorone, o pase al estadio de «universo».

Hoy es el día en que el Festival de San Sebastián proyecta luz y taquígrafos sobre «La pelota vasca, la piel contra la piedra». Hoy pasará de ser una polémica entre políticos y artistas, para ser una polémica entre espectadores. Un documental que alguna vez tuvo cinco o seis horas de entrevistas y opiniones sobre el País Vasco y que ahora se ha quedado en apenas 115 minutos. Un documental que el propio Medem ha confesado que se construyó con mirada objetiva, «desde el no odio». Un documental que, por el asunto que aborda o que debería abordar, se podría haber titulado con un evidente y prosaico «la piedra contra la piel», pero que la sensibilidad de Julio Medem, su peso lírico, su respiración poética, ha decidido mejor titularlo «la piel contra la piedra»...

Dicho todo lo cual, ahora, a las cinco y media de la tarde soleada de un sábado, desde la baranda de hierro que se asoma del paseo a la playa de la Concha, uno mira al pueblo vasco, que está tan ricamente tirado con la piel contra, o mejor, sobre la arena, o contra las toallas, y piensa: alguien le está vendiendo una burra vieja al pueblo vasco. ¿La piel contra la piedra?... Pero, ¿qué piedra?... No, la piel contra la arena, o contra la toalla, o dentro del agua siempre un poco fría. ¿Por qué ese empeño en convencer al pueblo vasco de que su piel, en vez de reposar agradablemente sobre lo que tiene, sobre lo que es, ya sea arena o hierba o agua, está raspándose encima de lijas falsas e inventadas por negociantes, por fulanos que viven exclusivamente de eso, de encontrar piedras en los zapatos de los demás, de ponerlas debajo de la piel de la gente? Pero no sólo viven de ello, sino que además lo hacen con un prestigio que realmente daría risa si no diera asco, o más certeramente, miedo.

Dentro de unas horas tendré que escribir de la última película de Julio Medem, «La pelota vasca, la piel contra la piedra». Un hilo de entrevistas que quieren dar una visión «desde el no odio» del «problema» entre los vascos, o de los vascos con el resto de España o del mundo. Tal vez su visión nos ofrezca algo, nos dé alguna idea y nos quite otras. Tal vez, traiga luz, o sombras... Lo que sería de agradecer, en todo caso, es que no le convierta a la gente la arena de la playa en piedra: la piel contra la arena, y bajo el sol.